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Nuestro vecino de Palermo

Francis Ford Coppola visitó la Argentina en 1999. Ocurrió durante el primer Bafici y vino para acompañar a Sofia, que por entonces era apenas la hija de su padre y presentaba un cortometraje en el festival. Era uno de los primeros cineastas famosos que visitaba Buenos Aires y dio una conferencia en un teatro Presidente Alvear repleto, donde se lo ovacionó largamente. En ese momento, se sugirió que el maestro estaba interesado en invertir/filmar en la Argentina.

Quintin150
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Francis Ford Coppola visitó la Argentina en 1999. Ocurrió durante el primer Bafici y vino para acompañar a Sofia, que por entonces era apenas la hija de su padre y presentaba un cortometraje en el festival. Era uno de los primeros cineastas famosos que visitaba Buenos Aires y dio una conferencia en un teatro Presidente Alvear repleto, donde se lo ovacionó largamente. En ese momento, se sugirió que el maestro estaba interesado en invertir/filmar en la Argentina.
Ocho años más tarde, la presencia de Coppola en Buenos Aires se ha hecho familiar. Instalado en una de las zonas neocoquetas de Palermo (hasta es posible que la manzana en la que funciona su productora sea conocida en adelante como “Palermo Coppola”), prepara una película que se rodará en el país mientras atiende sus intereses vitivinícolas y hoteleros. La semana pasada se dedicó a dar conferencias sobre temas relacionados con sus distintas actividades.
Una de ellas, según informan los diarios, fue en el Enerc, la escuela de cine del INCAA. El periodista de Clarín (o el propio realizador, no queda claro en el artículo) la llamó “Clase de filosofía y vida”, un título que hace pensar en la visita de Krishnamurti a la Argentina en 1935, invitado por Victoria Ocampo. “Con su atrayente rostro moreno, vasta cabellera negra y ojos penetrantes, el filósofo ejerce una profunda fascinación sobre el público”, decía un diario de entonces. Es posible que Coppola ejerciera idéntica fascinación entre los estudiantes de cine presentes en la charla. Sus consejos fueron invalorables: “Tengan fe en la vida, no teman, algo vendrá”, los arengó como complemento perfecto en lo moral de una curiosa descripción técnica del cine como “la combinación de actuación y escritura”. La última frase fue seguramente simplificada por la transcripción ya que, como dice el periodista, tanta sabiduría “es imposible de resumir en 80 líneas”.
Un día antes, Coppola había inaugurado en la Rural el Congreso de Expo Management. Allí no habló el cineasta sino el empresario que ha acumulado, según consigna La Nación, diez Oscar, dos bodegas, tres resorts en el Caribe, dos restaurantes y una revista literaria. Hace unas décadas, Coppola intentó desafiar al sistema, derrotar en su propio terreno a los estudios de Hollywood. Fracasó. Su compañía quebró y durante años las deudas lo convirtieron en rehén de sus enemigos. Pero luego, como le gusta señalar a cada rato, el hombre se rehízo y alcanzó los logros económicos que exhibe con orgullo. Tal vez por eso, ante sus pares empresarios se expresó como un alcohólico recuperado que da su testimonio. “Cuando era joven hacía todo por pasión. Así fue como quebré. No tenía idea de lo que era un plan de negocios.”
Como corresponde, también habló allí Coppola de recursos humanos y recordó cómo logró que Marlon Brando trabajara en El Padrino cuando los estudios ya no confiaban en él. Años antes, en Nido de ratas, el actor había pronunciado la que sería su línea más célebre: “I coulda been a contender”. Hacía de un boxeador cuya carrera se había truncado por arreglar las peleas. “Podría haber sido alguien y no el inútil en el que me convertí”, se lamentaba el personaje. Coppola no tiene ese problema: siempre fue alguien, aun en sus momentos de derrota. ¿Pero quién exactamente? ¿Quién es ahora? Por lo que parece, está dispuesto a encarnar el papel de triunfador en los negocios para consumo de la tilinguería sudamericana. Pero nadie supone (ni él mismo, probablemente) que su filmografía futura vaya a mejorar su lugar en la historia del cine. “Mi sueño es ser un poeta”, dijo Coppola ante los estudiantes. ¿Lo fue alguna vez? ¿Fue algo más que un artesano hábil con ambiciones operísticas? Ochenta líneas no alcanzan para tratar una cuestión tan compleja. Y, de todos modos, es mejor no irritar a los vecinos de Palermo, cuya mayoría cree que don Francis es el mayor cineasta viviente.