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Objetivo: el empate

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Cada vez menos cosas. Largas filas en los supermercados pero pocos productos para comprar. | cedoc

El general Cristino Nicolaides (1925-2011) gobernó el país por 48 horas, cuando el vacío de poder se adueñó del escenario luego de consumada la derrota militar en Malvinas. Tiempo suficiente para que dejara una frase para la posteridad: “Argentina no dará un giro de 360 grados”. Evidentemente, las matemáticas no eran su fuerte, pero, paradójicamente, aludía a un viejo vicio en la política local: mucho esfuerzo para llegar, con suerte al mismo punto de partida.

En términos económicos es lo que un largo proceso inflacionario viraliza al resto de los eslabones productivos: la pugna por alcanzar, como mucho, un esforzado empate.

Mentalidad de equipo chico, en términos estrictamente futboleros. La inflación actual, que corre al 6% mensual, profundiza una tendencia que, salvo períodos específicos de la historia argentina, no bajó de los dos dígitos anuales desde su irrupción como fenómeno generalizado a fines de la década de 1940. Mirando el último registro del Indec de abril se pueden anotar algunos detalles con más preocupación. En términos interanuales, significa un 58%, pero un 107% si el IPC repitiera su alza de abril en los demás meses del año. También que los alimentos y el precio de la energía, que fueron afectados por la invasión rusa a Ucrania a partir de febrero, subieron menos que el promedio mensual. Por lo tanto, si en esos rubros impactará el mercado agitado por el conflicto bélico, empujará el índice próximamente. El podio estuvo encabezado por tres sectores que durante la larga inactividad inducida por la pandemia estuvieron sujetos a más restricciones: prendas de vestir, restaurantes y salud; lo que podría interpretarse como un rebote luego del techo impuesto por la realidad del mercado o por los controles.

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Todavía faltan otros segmentos que permanecieron por debajo en lo que va del año: vivienda, transporte y comunicaciones, en los que impactará de lleno la actualización tarifaria que se está discutiendo en estos momentos. Una demora que no hizo más que distorsionar el mercado en dos sentidos: acumular presiones y expandir el auxilio del Tesoro para que no se afecte el servicio. Ahora, como en otros sectores en los que las variables elegidas como “anclas” estabilizadoras tienen más gravitación, se corre el riesgo adicional de un aumento que no satisfará a nadie: será menor que la suba de sus costos y hasta menor que la inflación promedio, para los productores, y se elevará por sobre el alza de los ingresos de los consumidores finales o intermedios (empresas). Un efecto previsible pero no deseado de barrer la basura debajo de la alfombra.

La inflación se autorreprimió en todo el mundo, que eligió emitir o contraer deuda para salvar la emergencia. En Argentina se eligieron ambos caminos (endeudarse para renegociar el no pago de obligaciones y para absorber el tsunami de pesos necesarios para no dejar caer tanto la economía) y se están pagando las consecuencias ahora. La diferencia es que, en el resto del mundo, la inflación saltó de un promedio de 2% anual a entre 5% y 8% anual, encendiendo las alarmas y alentando la suba de la tasa de interés para contrarrestar la corriente alcista. Por casa, ya tuvimos el triple de inflación en la tercera parte del año que los países que toman cartas en el asunto. Además, acá ese remedio está mal visto y el propio Estado se tiraría un tiro en el pie, ya que es el principal tomador de crédito del mercado, a través de los diversos instrumentos financieros para absorber la liquidez o emitiendo bonos con un abanico de ajustes.

Ante estas perspectivas, los sindicatos tardaron menos que las usinas de comunicación oficial en encontrar otra estrategia.

De la pauta del 45% anual que sugería Economía para las paritarias de este año, los que podían ponían pisos del 60%, como recientemente hizo la Asociación Bancaria, o el 72% anualizado que acordaron los camioneros (31% por seis meses). No solo apuntan a lo que las estimaciones de economistas privados arrojan para lo que queda del año, sino que acortan los períodos de reapertura de las negociaciones o aplican cláusulas gatillo para no quedar desfasados con el IPC.

Quizás ese sea el efecto menos visible a corto plazo pero el que más profundo cala en la estructura económica argentina en el largo plazo: montar mecanismos de supervivencia solo para no perder contra el pacman inflacionario. En ese universo no hay espacio para pensar en otro horizonte (motor de la inversión), el ahorro (insumo básico del crédito) o para bajar la guardia y acordar consensos, vital para la pieza que ayudaría a resolver esta ecuación: el crecimiento.