El sábado 24 de noviembre los ojos del mundo estaban atentos esperando ver lo que ocurriría en el campo de juego del estadio Monumental. Periodistas de distintas partes del mundo se dieron cita en la cancha de River para cubrir una final histórica. Pero no pudo ser porque afuera el salvajismo, sin ruborizarse, tomó las calles.
Es innegable que el fútbol argentino ha sido el inspirador de una abundante y exquisita literatura mundial pero también es cierto que es un espejo que refleja algo que a la sociedad argentina le cuesta mirar a los ojos porque le duele y le genera vergüenza extrema. En la tierra donde surgieron las gambetas de Diego Maradona y Lionel Messi, la pelota se mancha –con asiduidad– con violencia que se camufla con distinto ropaje pero que pone en relieve el fracaso de una dirigencia superada por los quehaceres de organizaciones ilegales que se nutren del deporte, lo ensucian, lo exprimen y lo arruinan. La final de la Copa Libertadores que debían disputar River y Boca es el cuento de un fracaso. Ganaron los violentos que atacaron el micro que trasladaba al plantel de Boca. Ellos son la cara de los proyectiles que rompieron la armonía y dejaron en penumbras la fiesta deportiva. Fue el triunfo de la inoperancia, la evidencia de la carencia de prevención y el episodio que silenció abruptamente las bravuconadas de quienes recorrían los estudios de televisión pidiendo, con sonrisas socarronas, que se disputara la final con público visitante –aseverando que garantizar la seguridad de un superclásico era un juego de niños–. Quedó claro, una vez más, que subestimar los problemas no es una buena medicina social. Lo digo de otra manera: en la Argentina dimos sobradas muestras de ser expertos en autopsias y pésimos en medicina preventiva para abordar problemáticas sociales profundas. El fútbol no es la excepción y está rodeado por negocios ilegales que requieren connivencia y/o negligencia del sistema formal. Las organizaciones ilegales poseen radares sofisticados para detectar espacios aptos para que sus productos prosperen con escasos sobresaltos. La justicia deberá confirmar o descartar si lo acontecido fue una venganza por los allanamientos efectuados en las viviendas de los barras de River –que produjeron fuertes golpes a sus bolsillos– previo a la final de la Libertadores.
Venganza barra brava: una teoría para la suspensión
Los barras argentinos son estudiados como fenómeno social complejo, pesado y tóxico –en materia de seguridad–, en universidades de distintas partes del globo. Algunos académicos e investigadores observan con preocupación este flagelo de este país austral de América, y lo relacionan con las maras que tanto terror infunden en las calles centroamericanas. Veamos a qué obedece esta comparación que, por cierto, está muy lejos de ser un piropo par la Argentina. Las maras son las pandillas callejeras que transcendieron el barrio y ponen en jaque a pueblos, ciudades y países enteros. Algunas tejieron vínculos con el narcotráfico y el crimen organizado. Estas bandas surgieron en los años sesenta, pero adquirieron mayor poder y relevancia a partir de los años ochenta. El Salvador, Guatemala y Honduras son los tres Estados donde los mareros se cuentan de a miles, igual que en México y en Estados Unidos. La extorsión es uno de los métodos que emplean para financiar su existencia. Mediante, la llamada “impuesto de guerra” (en Honduras) las maras cobran una cantidad de dinero a las personas, especialmente a los trabajadores del transporte público y a los comerciantes. La recolección del dinero la efectúan con una frecuencia semanal o mensual. Si no se paga la renta, el colectivo es incendiado o la persona es asesinada sin contemplaciones. En los años noventa, una de las marcas distintivas de los mareros, eran los cuantiosos tatuajes que exhibían en sus cabezas y en casi todo su cuerpo. Hoy, para evitar la estigmatización, algunos ocultan sus tatuajes, se los borran y/o se los hacen en zonas del cuerpo no visibles a simple vista. Poseen un código moral que contempla severos castigos y crueles actos de venganza. Empezaron como tribus urbanas reclutando gente muy joven. Su objetivo es el reconocimiento y el sentido de pertenencia a una causa. “Vivir la vida loca”, sin importar que esto implique transgredir leyes y normas sociales, es el eslogan organizacional de estos grupos. Sexo, extorsión, drogas y violencia desenfrenados, es un coctel impactante que inunda las calles de los países donde estas pandillas residen. El narcotráfico no es su principal objetivo. No obstante, hay estudios que revelan sus conexiones y argumentan que la violencia ejercida por las maras fue el valor agregado que motivó que fueran contratadas por el cártel de Sinaloa, como ejército de combate.
Durante los últimos veinte años Honduras ha sufrido un significativo incremento en la cantidad de personas afiliadas a las maras, así como en la actividad delictiva y la violencia que se deriva de las pandillas. En un informe, Insight Crime y la Asociación para una Sociedad más Justa, explicitan que las dos más grandes pandillas de Honduras, la MS13 y Barrio 18, están evolucionando, y revelan cómo su modus operandi da como resultado sorprendentes niveles de violencia y extorsión. Un estudio de Latinobarómetro (del año 2012) realizado en 18 países de la región, expresó que el 32% de los encuestados consideraba que la delincuencia, la violencia y las pandillas eran el principal problema de su país. Es preciso aclarar que las maras no operan en células (modus operandi propio del terrorismo) sino a través de clicas [1]. Se trata de un problema multidimensional, y por tanto, tiene una estrecha relación con la economía formal y la falta de estructuras sociales que brinden contención e inclusión social a grupos numerosos de personas. La exclusión del sistema formal es un ingrediente que impulsa a muchos seres humanos a decidir (algunos no tienen ni siquiera la posibilidad de escoger) vivir en un mundo de ilegalidad, violencia y extorsión.
En América del Sur, los barrabravas se presentan como una categoría que comparte ciertas características con las maras, pero también presenta varias diferencias. Expertos en Seguridad internacional, desmienten el establecimiento de maras en la porción meridional de América. La captura de un marero o un grupo de mareros no es sinónimo de que estas organizaciones criminales se hayan radicado en la Argentina. Es sabido que el contexto socioeconómico fomenta determinadas prácticas. Las recetas económicas que aconsejaban la necesidad de un Estado mínimo y la implementación de una teoría fabulosa de derrame económico y desarrollo durante los años noventa, merced a la implementación de privatizaciones sin límites y a un capitalismo sin responsabilidad social, dejaron profundas secuelas en las sociedades del hemisferio. Sus efectos fueron pueblos fragmentados y sumas dolorosas de desocupados y excluidos. En el año 2011, un informe de Latinobarómetro expresó que América Latina disminuyó su pobreza de 44% a 28%, y que cerca de 50 millones de latinoamericanos pasaron a ser parte de la clase media, eso es aproximadamente un 8% de la población total de la región. Pero también reveló que cinco de los 10 países más desiguales del mundo estaban en América, (entre ellos Brasil) y el último quintil de ingreso tenía el 2,9% del ingreso en América Latina, mientras en Asia es el 8,7%, y en Europa el 6,6%. Y alertó que en América Latina el 20% más rico tenía el 57,8% del ingreso, mientras que 127 millones de pobres vivían hacinados en las ciudades. En esta región del mundo vive el 9% de la población mundial, se produce más del 30% de los homicidios del planeta y 10 de los 20 países con mayores tasas de homicidios del mundo son latinoamericanos [2].
¿Qué nos pasa a los latinos? Sin dudas, uno de los principales factores del aumento de la violencia y la falta de seguridad tiene que ver con la mala distribución de la riqueza en Latinoamérica. Los integrantes de las maras, encuentran un sentido de pertenencia en estas organizaciones criminales, que no conocieron en el mundo formal. Y una vez que las personas ingresan a estas organizaciones, la salida (con vida) de esas estructuras violentas, es prácticamente imposible. Basta con recordar el caso de Ernesto Smokey Miranda, un ex soldado de alto rango y uno de los fundadores de la Mara Salvatrucha, quien el 13 de mayo de 2006 fue asesinado en su casa en El Salvador, unas horas después de negarse a asistir a una fiesta para una miembro de la banda que acababa de ser liberada de la prisión. Su pecado mortal: había comenzado a estudiar Derecho y a trabajar para mantener a los niños fuera de las pandillas. Otro repudiable hecho perpetrado por Salvatrucha, acaeció en 2004, cuando detuvieron un autobús en Honduras y terminaron asesinando a 28 pasajeros, en su mayoría mujeres y niños. La mayoría de las pandillas están integradas por centroamericanos (salvadoreños, guatemaltecos y hondureños), y se encuentran activas en zonas urbanas y suburbanas. Tienen clicas localizadas principalmente en Centroamérica. Según una pesquisa de Latinobarómetro, en el Salvador, un 40% dice que el problema principal es la delincuencia, y un 11% las pandillas y la violencia, llegando a un 51% la población que acusa el problema de “delincuencia, violencia, pandillas”. En Guatemala, un 30% dice que el problema principal es la delincuencia, y un 21% las pandillas y violencia, llegando también a un 51% de la población que acusa el problema de “delincuencia, violencia, pandillas”. Un capítulo aparte merece la percepción del temor. Esta es independiente de la victimización. Sabemos que la percepción del temor e inseguridad no tiene correlación significativa en general con los grados de victimización. Los medios de información –erróneamente llamados “medios de comunicación”– llenan un vacío de liderazgo haciendo que la formación de la opinión pública sobre este tema oscile al vaivén de los hechos diarios y puntuales. No pocas veces, se instala un clima de inseguridad y temor que no se condice con los hechos objetivos (número de víctimas). Por momentos, aumentan los homicidios y disminuye la cobertura que los medios le brindan al tema seguridad, y otras veces, el tema ocupa prácticamente todo el espacio de todos los medios, cuando paradójicamente la cantidad de homicidios disminuye. Este fenómeno, por lo general, se da cuando se trata de casos mediáticos con fuerte impacto social.
Unas investigaciones realizadas en los Estados Unidos en los años sesenta, demostraron que el aumento del temor no estaba correlacionado con un aumento de la criminalidad. El temor es un fenómeno autónomo que no necesariamente se mueve en la misma dirección que la victimización. Existen países donde la delincuencia es alta y la percepción disminuye por un reconocimiento de los avances logrados en materia de seguridad; y países donde la delincuencia es baja y la percepción aumenta por el incremento respecto del pasado [3]. Un dato para nada desdeñable, es que para algunos pueblos de los países de la región pareciera que el jardín del vecino siempre es más verde. Se trata de fantasías sociales fomentadas por grupos de presión para obtener algún beneficio que satisfaga sus dudosos intereses altruistas. Otro dato que exige a gritos la atención de los gobernantes, es que en la mayoría de los países observados, la violencia privada es al menos tan alta como la violencia pública. Los delitos de los espacios privados y la violencia intrafamiliar, especialmente contra la mujer, requieren mayor atención. Sintetizando, existen dos América Latina; la que disfruta de los beneficios del crecimiento y la que mira por la ventana cómo disfrutan los otros. El paisaje se completa con violencia (como modo de recaudación y solución de conflictos) y Estados que no logran imponer la ley en sus territorios. En este contexto, la educación universal y gratuita, se convierte en una herramienta clave para disminuir las asimetrías y producir mejores sociedades y colectivos de incluidos. La educación formal es un mecanismo de contención social que además promueve la movilidad social ascendente. Mientras esto no suceda, las maras, los “Barras” y otras organizaciones criminales, seguirán reclutando en las calles más vulnerables del hemisferio, ejércitos de jóvenes desesperanzados y desplazados del mercado formal –que anhelan dinero, sentido de pertenencia, reconocimiento y poder– que no necesitarán mucho análisis para decidir integrar sus filas.
En fin, en el país del fútbol la pelota quedó presa. Fue reemplazada por una película de terror en la que abundan ilegalidad, intereses y complicidades. Y abunda recordar, que en estos films, las vedettes siguen siendo la violencia y la extorsión.
(*) Director y Profesor del Diplomado en Gestión de Gobierno de la Universidad de Belgrano; internacionalista especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; autor del libro Postales del Siglo 21.
1. Banda barrial.
2. Informe Latinobarómetro 2011.
3. Informe Latinobarómetro 2013.