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Escuelas

Pandemias y después

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. | Pablo Temes

El año que viene, vacuna de por medio, la apertura de las escuelas se presenta como un horizonte concreto y esperado. Todas las provincias han establecido una fecha de inicio, aunque queden pendientes decisiones sobre las características que adquiriría la presencialidad, las posibles combinaciones con instancias virtuales, los criterios para la conformación de grupos, la redistribución de espacios y las definiciones curriculares, entre otros asuntos. A pesar de las dudas, tenemos algunas certezas.

La primera es que la escuela con la cual nos vamos a encontrar no será, seguramente, aquella tal cual la conocemos. La virtualidad fue bien distinta a aquello que llamamos escuela y, además, sus alumnos/as, sus familias y sus docentes han pasado por experiencias inimaginables.

Por otra parte, reconocemos que los vínculos de las instituciones con sus alumnos/as han sido desiguales. Cada nivel educativo se comunicó con sus alumnos/as de diversos modos y en cada uno hubo dificultades específicas. Por ende, las propuestas de “reencuentro” no pueden ser similares para todos los niveles ni para todas las provincias.

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Sabemos que, a solo dos semanas del inicio de clases, una cantidad significativa de docentes tuvo que incorporar distintos soportes tecnológicos para sostener o iniciar el vínculo pedagógico. Como ya se ha dicho más de una vez, la brecha digital mostró las asimetrías e injusticias presentes en el sistema educativo.

Para los próximos años, esperamos que nuestro sistema educativo aprenda a convivir con otras iniciativas que reconozcan y respeten las diferencias en los aprendizajes producto, en parte, de esta situación excepcional. No tiene sentido pretender restituir una “normalidad”, forzar un como si, cuando en realidad tanto las instituciones como sus contextos requieren transformaciones. Entonces, la escucha atenta, la circulación de la palabra y los afectos, la valorización de la tarea de enseñar, aprender y compartir ocupará un lugar protagónico.

A pesar de saber que los docentes rápidamente trataron de conectarse con sus alumnos/as, para la etapa próxima no se puede delegar en la escuela decisiones que la exceden.

Ronda la idea de que la salida es colectiva: así como la escuela sola no puede, el sistema educativo tampoco. La cooperación de las organizaciones sociales con los docentes es imprescindible no solo para localizar a determinados grupos de chicos/as con quienes no se pudo mantener una comunicación sistemática sino para imaginar, diseñar y planificar nuevos escenarios educativos.

Esta convergencia grande y diversa requiere que ningún sector pueda autoadjudicarse el monopolio del saber sobre los impactos de esta pandemia en la educación. Es función del Gobierno no solo convocar sino garantizar ese espacio para proponer formatos educativos que convivan y se articulen con los conocidos. De que la tarea es difícil no cabe duda pero, a la vez, puede constituirse en un desafío potente.

Pero todo esto es impensable si los Estados provinciales y el nacional no deciden invertir en el sector educativo, se requiere necesariamente más inversión. De lo contrario, se corre el riesgo de apelar al voluntarismo, de profundizar las desigualdades, de atar las soluciones con alambre o de consolidar discursos basados en el marketing.

*Pedagoga, magíster en Educación. Docente.