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Pasado y presente

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Me encuentro a menudo extrañando el Hotel del Touring. Es así, lo echo de menos. Lo extraño como se extraña a una persona que hemos perdido o hace años que dejamos de ver. Pasé mucho tiempo ahí, numerosos días y numerosas noches, porque trabajaba en la ciudad de Trelew y viajaba con mucha frecuencia. Extraño el bar de ese hotel, que me hacía pensar en Onetti. Extraño el paisaje sencillo (el paisaje de una cuadra cualquiera) que daban a ver sus ventanas. Extraño la escalera de acceso, el carácter espartano de sus habitaciones (que me afectaba, y para bien), el hecho de que la puerta de calle se abriera para afuera (lo que servía como detector de foráneos), extraño la forma en que se entristecía cada vez que caía la noche. Extraño a sus habitués, a sus mozos, a los hermanos que lo atienden, a la madre de esos hermanos (que ya sé que se murió). Extraño el Hotel del Touring y también me extraño a mí: a mí en el Hotel del Touring, ser su huésped, su pasajero.

Me gustaba la manera en la que el Hotel del Touring entablaba su relación con el pasado; con el suyo, con el propio, pero también, y sobre todo, con el pasado en general. Hay lugares que deciden intentar que el tiempo ya no pase más: intentan detenerlo o anularlo, manteniéndose obstinadamente iguales, abocándose a su inalterabilidad con una llamativa constancia. Por supuesto que el que se impone es el tiempo, que prevalece pasando y pasando, haciendo que esos sitios, en su porfiada constancia, se vayan poco a poco convirtiendo, si se deterioran, en una ruina de sí mismos, y si no se deterioran, en un museo de sí mismos.

La fijación en el pasado fracasa, porque el pasado es solamente un pasado si se lo sabe traer al presente; pero fracasa también, y por motivos análogos, la ilusión de un puro presente, la elección de la ignorancia o de la amnesia, hacer de cuenta de que el pasado nunca existió o ya no existe. Era eso, según creo, lo que tanto disfrutaba en el Touring. El pasado permanecía, sí, pero menos como una huella tangible de las cosas conservadas (aunque no eran pocas) o las fotos de otro tiempo expuestas en las paredes (aunque no eran pocas), que como un efecto de suspensión en el aire (un tiempo por así decir suspendido, a punto de sedimentar). Y eso se entreveraba a su vez, de manera ciertamente fluida, con las cosas de cada día, los colores del presente: los temas de la conversación general, que no eran de añoranza, el ejemplar de Jornada con los asuntos del día, la presencia de la actualidad por la radio o la televisión, cuando las encendían.

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El afán de abolición del pasado se consumó durante cierto período en varios cafés de Buenos Aires, apelando a una homogeneización decorativa que funcionó como una aplanadora: en todos las mismas plantas artificiales, los mismos revestimientos, el mismo y penoso viraje del café al pizza-café. Hubo algunos, claro, que no se plegaron a esa tendencia (entre ellos, mi favorito en el mundo: el bar La Orquídea, en Acuña de Figueroa y Corrientes) y entendieron que al paso del tiempo no hay que resistirlo ni tampoco sobreactuarlo, que no hay que exagerarse moderno ni tampoco tradicional.

Algunos de esos cafés mal modernizados, tal vez cansados de su propia anomia, salieron después a procurarse un pasado; puede que el suyo, el que habían tenido, o puede que algún otro que, aunque impropio, pudiesen buenamente adoptar. Pienso por caso en la reconversión de la London, en Perú y Avenida de Mayo, o en la más reciente ocurrida en La Ópera, en Callao y Corrientes. Aunque volvió del abandono, y no de la posmodernidad, cabe consignar también lo ocurrido en Las Violetas, en Medrano y Rivadavia.

En ocasiones, no sé por qué, me gusta hacer entrar en correspondencia lo que leo con el lugar donde lo leo (en Moscú, el Diario de Moscú de Benjamin; en Santa Fe, Glosa de Saer). Así fue que cierta vez, en una mesa del bar del Touring, leía La pasión según Trelew de Tomás Eloy Martínez. En un momento dado, desde otra mesa (la de la ventana), se me acercó un señor (un habitué), señaló hacia mí y me dijo: “Yo figuro en ese libro”. Había figurado en la historia, por eso figuraba en el libro. De esa forma, aquel pasado existía en el presente. ¿Y de qué otra forma, sino conjugado en presente, podría llegar a existir un pasado que no sea reliquia y fósil?