Recuerdo bien (cómo olvidarlos) la ceja alzada de Lucho Avilés, la rigurosa circunspección del profesor Prato Murphy, los alaridos pasionales de Polémica en el Fútbol. Los veía, claro; y hoy creo reconocer en ellos los antecedentes más notorios de las figuras predominantes en la televisión argentina actual: el chismoso, el jurado, el panelista. ¿Me equivoco o digo bien? ¿No es de eso de lo que nuestra televisión está hecha, sólo que en niveles máximos de expansión y agudización? El chisme: el gusto de entrometerse en las vidas privadas ajenas y hablar de las personas como si se las conociera en profundidad. El veredicto: el goce que da expedir dictámenes, calificando o más bien descalificando, pasando de juez a verdugo para poder así verduguear. La opinión sin fundamento, lanzada a grito pelado y de ser posible encimando las de los demás, anulando toda discusión posible y reemplazándola por bravatas y provocaciones a las que a nadie interesará responder.
No lo digo como protesta, sino apenas con la intención de entender un cierto estado de cosas.
La televisión, como sabemos, ha sido considerada esencial y hay que ver qué es lo que eso significa
Porque la televisión, como sabemos, ha sido considerada esencial, y hay que ver qué es lo que eso significa. En efecto: esas tendencias del decir están también muy presentes en las redes sociales, a las que sigo con atención. Y puede que a veces se filtren incluso en el rubro de la crítica literaria, que es a lo que yo me dedico: meterse con las personas, como si se supiera de ellas, en desmedro de los textos; proferir veredictos rotundos, prescindiendo del desarrollo de lecturas; considerarse cada cual a sí mismo la medida de todas las cosas.
A mí Lucho Avilés en general me entretenía. Me enganchaba con el “Yo sé” y con la prenda de los múltiplos. Con Nimo incluso me saqué una foto, una vez en la cancha de Vélez. Después, con la intensificación total, le fui perdiendo el gusto al asunto. Pero entiendo que se lo considere esencial, porque lo es a todas luces.