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Peronismo o ‘hacer de la necesidad virtud’

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Una aceituna quizás no es mucho más que un fruto inocente que suele aparecer en picadas y pizzas de muzzarella. Pero a lo largo de la historia, el fruto y el árbol representaron muchas cosas más. Para los griegos era un símbolo de la diosa Atenea, para los romanos representaba la paz. Los hebreos ungían a sus reyes con aceite de oliva, y en el cristianismo el Huerto de los Olivos fue el lugar donde apresaron a Jesús (de ahí viene el nombre de un barrio bonaerense y, por extensión, de la quinta presidencial).
Los símbolos tienen ese poder extraordinario de implantarse en la mente y decir mucho con muy poco. Establecen asociaciones lógicas o emotivas que van mucho más allá del objeto en sí, del vehículo de la representación. En Argentina no hay otra fuerza política que haya sabido mejor aprovechar la potencia de los símbolos que el peronismo. La V de la Victoria, que fue un emblema de Churchill en la Segunda Guerra, y que después los hippies transformaron en “amor y paz”, en nuestro país no significa ni puede significar otra cosa más que “peronismo”.
Hay muchos otros:  el escudo, el bombo,  el choripán y, claro, la marcha. Los símbolos no son solo visuales. Así como las corporaciones tienen jingles, el peronismo encontró esa melodía pegadiza y sencilla, que puede cantarse a coro y a los gritos, uniendo a los miembros del movimiento más allá de las infinitas diferencias que los separan. La trama simbólica del peronismo se parece a la de un carnaval carioca, colorido y lleno de fetiches, y por setenta años funcionó de manera perfecta para atraer la imaginación popular.
Ultimamente, sin embargo, da la impresión de que su poder empieza a agotarse. Esto responde a la crisis general del movimiento peronista, y sobre todo a la concepción peronista de la política. En la época de las redes sociales y los memes, es natural que los viejos símbolos ya no atraigan de la misma manera que antes. En política hay que saber renovarse, y especialmente –algo en lo que el peronismo se especializó a lo largo de la historia– hacer de la necesidad una virtud. Cambiemos es un resultado de esta reflexión (no olvidemos que se asienta en una estructura partidaria “clásica” de la UCR, pero revestida con el estilo moderno del PRO).
El peronismo la tiene mucho más difícil a la hora de corregir el rumbo. De pronto se vio fuera del poder por primera vez en doce años, y fuera del centro de la escena política por primera vez en medio siglo, y esto fue un trauma del que aún no supo reponerse. Entró en una crisis de la que intentó salir haciendo uso del mismo lenguaje simbólico de siempre, pero se encontró con que este ya no seducía a nadie. Volver a la vieja estructura de partidos no es más que una utopía.
Hay dos tipos de crisis. Las crisis negativas significan desprestigio, decadencia y estancamiento institucional, llevan a cerrarse y enamorarse del pasado; las crisis positivas son oportunidades para generar nuevos modelos e ideas. En eso consiste hacer una virtud de la necesidad. La UCR, después de todo, pasó una crisis aún peor que la del peronismo y encontró la salida en la formación de Cambiemos, lo que implicó sin duda algunos cambios y sacrificios: la pérdida de tradiciones, símbolos y una parte de su identidad. Pero también significó una evolución hacia estructuras más amplias y democráticas, a la incorporación de gente nueva que no encajaba en un partido más verticalista.
En política, quienes sobreviven son los más adaptables, los que entienden las necesidades y las nuevas vías de comunicación. El peronismo, que nunca tuvo problemas para reinventarse, los tiene ahora, bajo el trauma de la derrota. Pero la respuesta no están en los viejos símbolos sino en la esencia transformadora. Solo con ese impulso se puede transformar el signo de una crisis negativa, para convertirla en una oportunidad.

*Consultor especializado en comunicación institucional y política (@ossoreina).