¿Quién no imaginó alguna vez para sí una vida de rocker o de estrella del pop? En mi adolescencia soñé para mí una vida de giras letradas sin pausa. Me imaginaba viajando por el mundo de congreso en congreso, de curso en curso, de presentación en presentación.
El asunto nunca coaguló, de modo que la ensoñación permaneció allí, acurrucada como una deuda del mundo hacia mi persona (¿o personaje?).
Pero Teresa de Ávila (1515-1582), patrona del goce, la misma que se reconocía muy “varona” (“No soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio el corazón”, Cuentas de conciencia, III, 6) y que en carta a la madre Ana de Jesús, afirmaba que sus monjas debían ir “como varones esforzados y no como mujercillas” (Cta 433,13) ya nos había advertido que se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que no tienen respuesta.
Sin demasiada conciencia de mi error, entonces, pero habiéndolo deseado como un idiota seducido por el movimiento insensato, me vi arrastrado por mi fantasía rocker a una gira de compromisos internacionales “a los que no podía faltar”. Volé a Madrid y de ahí a Viena, donde me esperaba una limousina para llevarme hasta Olomouc, en la Moravia checa, a través de campos que parecían santafesinos. Después de cuatro noches (y dos presentaciones) en esa encantadora ciudad barroca donde Mozart no se había sentido cómodo, un tren me llevó a Praga, donde tomé un avión rumbo a Frankfurt, para enfrentar otras cinco noches con dos presentaciones. Volé a Madrid, y de ahí a Buenos Aires, para enfrascarme en un congreso que hubiera debido realizarse presencialmente en la ciudad de San Francisco pero que, por problemas sanitarios o presupuestarios (doy las gracias por ello), fue finalmente virtual y que me exigió cuatro presentaciones en cuatro días.
De más está decir que, a diferencia de lo que sucede en el universo teatral o musical, en mi rubro las presentaciones no admiten repetición. Así que viajé con un repertorio de primeras (y últimas audiciones).
Entre el estrés, la sociabilidad obligatoria, la mala alimentación, la diferencia de horarios, las combinaciones de medios de transporte y las diferentes burocracias nacionales, volví a mi casa deshecho pero pensando que iba a ser recibido con algarabía.
No fue así y me di cuenta de que entre el 20 de abril y el 8 de mayo había perdido el tiempo, un puñadito de euros en souvenirs de viaje y las ganas de repetir la experiencia.