Gran parte de la historia de las ideas en Occidente desde la Revolución Francesa ha estado dominada por la noción de la razón.
Adiós a la razón. El despliegue de la razón es la gran hipótesis sobre la que se construyó el edificio de la ciencia, y que a través de sucesivas fases de avances tecnológicos han logrado cambiar al mundo cada vez a mayor velocidad. Sin embargo, el nivel de desarrollo tecnológico actual –dominado por unas pocas empresas globales– está atravesado por su gran efecto adverso: los estados nacionales tienen cada vez más dificultades para controlar los flujos de capital a escala local, por lo cual ya no pueden asegurar el bienestar de su población como pasara en la segunda mitad del siglo pasado cuando funcionaba el Estado benefactor.
Esta imposibilidad manifiesta de los estados nacionales se traduce en la creciente tensión entre la democracia representativa y la sociedad civil, cuando gran parte de los representantes queda reducido a un grupo de políticos “profesionales” cada vez más distantes del común, y permeable a los intereses de las empresas trasnacionales como el caso de las financieras. Enojo, bronca, indignación y frustración pasan a convertirse en las respuestas predominantes en la sociedad civil cuando mira a la política y a los políticos, circunstancia que algunos autores han llamado el “giro afectivo” de la democracia desconsolidada.
Curiosamente la democracia sentimental en la Argentina actual tiene como una de las fundadoras a Cristina Kirchner, quien justamente, bramaba contra las corporaciones. La ex presidenta logró como nadie movilizar la emotividad de la sociedad argentina detrás de sus políticas, pero especialmente por sus formas estéticas y sus modalidades discursivas. Esto explica –al menos en parte– porqué su figura moviliza el amor de sus seguidores, pero también el odio de sus detractores, y ambos con intensidades similares. No hay neutralidad ante ella.
Zonas oscuras. El mundo emocional se juega en estos tiempos con gran intensidad en Argentina y cobra protagonismo en la campaña electoral de 2019. Quien logre un mejor dominio de las emociones de los votantes tendrá mayores chances de triunfar en elecciones presidenciales, sobre todo si se presenta como unos sufragios muy cerrados. La emoción más sencilla de movilizar es el miedo y es el primer peón que adelantó el oficialismo en el ajedrez electoral cuando se da por sentado por ejemplo, que Cristina Kirchner, en caso de ganar, sacaría y armaría a los criminales de las cárceles para formar guardias pretorianas. También estaría organizando el Ministerio de la Venganza y a imagen y semejanza de Maximilien Robespierre estaría afilando sus guillotinas. El miedo a un futuro apocalíptico siempre está latente desde La Biblia. El caso de Venezuela va a ser agitado una y mil veces, y la idea de aislamiento también será de la partida. Los sujetos asocian casi sin proponérselo este terror a su aislamiento como sujeto. De eso se trata finalmente, transferir los miedos individuales a lo colectivo. Las redes sociales son el conductor ideal para esa operación con sus capacidades de hablarles al sujeto en soledad frente a la pantalla.
Culpable. El otro gran elemento de carácter psicológico que se comienza a movilizar es la culpa. Más allá de discutir la culpa como una base civilizatoria, este instrumento tiene una presencia pospolítica actualizada. Se puede detectar una intensa búsqueda por parte de los argentinos para descubrir el origen de los males que aquejan a su país que observan como errático y sin destino. En todos los focus groups (no importa de qué tema se hable) surge, casi en forma sistemática, algún nivel de autoflagelación por el comportamiento de “los argentinos”, y algo que falló en sus comportamientos. Este elemento da mucha tela para cortar para los gestores de campaña, y es rápidamente rescatado y resignificado para recordar que por “culpa” de los argentinos el país viene “padeciendo” setenta años de peronismo-populismo. La instrumentación de la culpa devuelve como respuesta el “aguante” y una redención cristiana: “estamos mal no por los errores del Gobierno –que hace lo que puede– sino por nuestros pecados”. Hay que reconocer que se trata de una fórmula sorprendentemente eficaz para saltear cualquier aproximación analítica sobre las políticas públicas.
Como se observa, la estrategia central en la planificación de la campaña 2019 del oficialismo será trasladar las narrativas políticas al terreno emocional (recordar al Presidente llorando hacia el final del G20), con el objetivo de distanciar el foco de las discusiones económicas. Analizar la economía, aun desde la perspectiva de los legos en la materia, requiere realizar reflexiones complejas, informarse de las cifras, y hacer vinculaciones lógicas de diversos elementos para entender cómo transitando el cuarto año de un gobierno promercado no se pudo evitar la devaluación de la moneda, así como tener simultáneamente una alta tasa de inflación y una fuerte recesión. Si la campaña se desarrolla primordialmente en el terreno emotivo la mayor dificultad para ganar un lugar expectante lo tendrá alguien del estilo de Roberto Lavagna. Como se observó en la entrevista realizada por Jorge Fontevecchia, sus modalidades expresivas y sus formas de presentar sus argumentos demandan una trabajosa tarea para la audiencia lejos de la sociedad-espectáculo donde el giro afectivo de las democracias modernas se afinca.
Tercera posición. Sin embargo, no todo el campo de la comprensión humana queda atrapado en la dicotomía Razón-Emoción. Una tercera opción tiene un peso específico, aunque de difícil evaluación: las prácticas. Se trata de una multitud de acciones e interacciones de los agentes sociales realizan diariamente, reguladas por la repetición y el ajuste. Desarrollamos prácticas desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir. Aquí es donde prácticas básicas como organizar el presupuesto familiar, ir diariamente al supermercado (buscar la leche en promoción), plantear discusiones familiares sobre las restri-cciones para festejar un cumpleaños muestran el impacto de la economía lejos de los discursos formales. Este es un espacio donde aún no llegan las campañas políticas o las redes sociales, y donde puede definirse el voto en 2019.
* Sociólogo (@cfdeangelis)