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Política, instituciones y crecimiento

La reunión en Buenos Aires del Council of Americas, la dura respuesta de Cristina Kirchner al informe técnico del Banco de España, que colocó a la Argentina en la lista de los lugares más riesgosos del planeta, el debate sobre la estatización de Aerolíneas Argentinas y la presunción de que el país se ha convertido en una base de operaciones del narcotráfico internacional, marcaron un nuevo punto de inflexión en los ya deteriorados y conflictivos vínculos entre el Gobierno y el sistema internacional.

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La reunión en Buenos Aires del Council of Americas, la dura respuesta de Cristina Kirchner al informe técnico del Banco de España, que colocó a la Argentina en la lista de los lugares más riesgosos del planeta, el debate sobre la estatización de Aerolíneas Argentinas y la presunción de que el país se ha convertido en una base de operaciones del narcotráfico internacional, marcaron un nuevo punto de inflexión en los ya deteriorados y conflictivos vínculos entre el Gobierno y el sistema internacional.

Son dos visiones absolutamente contrapuestas. El Gobierno sostiene a rajatabla que no existen razones macroeconómicas para un nuevo default de la deuda pública. El sistema internacional –Wall Street, Banco de España, consultoras de riesgo, matrices de empresas multinacionales radicadas en el país– cree que, no obstante la fortaleza de los datos macroeconómicos, la Argentina va inexorablemente al default. La fuga masiva de capitales, que ascendió a 20 mil millones de dólares en los últimos doce meses, más que en todo 2001, es la confirmación de esa convicción internacional y la primera de sus manifestaciones operativas.

Esta diferencia de percepción obedece a que ambas partes –Gobierno y sistema internacional– colocan el énfasis en dos planos absolutamente diferentes de la realidad. El Gobierno muestra la foto del nivel de reservas y el superávit de la balanza comercial. El consenso internacional recomienda no observar la foto, sino la película. Percibe que la actual crisis argentina no es económica, sino política. Es una crisis que afecta en sus raíces al sistema K, a partir de su derrota en el conflicto con el campo, y que se manifiesta en una creciente impotencia y parálisis, y en una desagregación cada vez más acelerada de sus fuerzas y respaldos.

“Los sistemas políticos y económicos están orgánicamente vinculados. Ambos son parte del mismo orden social y ningún cambio fundamental puede ocurrir en uno de ellos sin que ocurra en el otro” (Douglass C. North, John Joseph Wallis y Barry R. Weingast, “A Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History”). El punto decisivo de la crisis del sistema K es que muestra inequívocamente –contrario sensu– que la posibilidad que la Argentina tiene de revertir la actual situación pasa primordialmente por lo político y sólo accesoriamente por lo económico: el problema es el médico y no el paciente.

La crisis argentina muestra que el crecimiento sustentable de largo plazo no consiste en una mejora gradual de indicadores cuantitativos, sino en un cambio drástico, cualitativo, a la vez político y económico (en ese orden), más cercano a una “revolución”, en términos de North, que al simple relevo del ministro de Economía.

Por eso, la transición exitosa entre una situación de crisis, como la actual, y el despliegue pleno de las fuerzas productivas, que le permita a la Argentina aprovechar la oportunidad histórica que le abre la duplicación de la demanda mundial de alimentos en los próximos diez años, implica, siempre y necesariamente, un momento de discontinuidad. Porque lo político y lo económico son mutuamente endógenos. Reclaman uno al otro su presencia y actividad, por una inexorable necesidad de su lógica interna. “La diferencia entre lo político y lo económico es puramente analítica y no orgánica; es un fenómeno de pizarrón, no de la realidad histórica”. (Juan Carlos Portantiero, Los usos de Gramsci).

Como la crisis argentina es eminentemente política, originada por la derrota estratégica del sistema de poder K, su ritmo e intensidad dependen básicamente de la acción de su actor central: Néstor Kirchner. La regla es clara: cuando Kirchner se frena o paraliza, la intensidad de la crisis se atenúa y, por ejemplo, mejora la imagen presidencial. Cuando Kirchner actúa y confronta, la de-sagregación se acelera. Es el caso de la confrontación desatada con la España de José Luis Rodríguez Zapatero, el último gobierno del mundo desarrollado que todavía conservaba una relación amigable con las autoridades argentinas.

Pero la crisis política argentina no es la de un gobierno, sino la de un sistema de carácter hegemónico de poder (público y privado), que desde afuera del Estado controla la totalidad de sus instituciones. Por eso, la extraordinaria ironía histórica de este singular momento argentino es que, frente a la crisis irreversible del sistema hegemónico K, empiezan a emerger las instituciones, todas ellas, desde el Congreso y el Poder Judicial hasta la vicepresidencia de la República. Y, por lo tanto, aparece allí la posibilidad de romper el tradicional círculo vicioso de las crisis políticas recurrentes (resurrecciones y caídas), y avanzar hacia un crecimiento sustentable en el largo plazo, acorde con el nuevo escenario mundial.

Porque la búsqueda del crecimiento económico requiere, ante todo y sobre todo, una inyección de confianza interna y externa, una reversión de expectativas, mediante la reducción de la incertidumbre a través de una consolidación institucional que disminuya los costos de transacción y aliente las inversiones productivas de largo plazo. Todo comienza por la política y, a través de ella, por las instituciones.

*Analista político.