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UN TIEMPO NUEVO

Políticos a la basura

Desgraciadamente en casi todas las sociedades occidentales, la mayoría de los ciudadanos siente que los políticos se quedaron en el pasado mirándose el ombligo. Creen que la gente comparte problemas del partido, que huelen a naftalina. La gente tiene sus propios problemas y exige ser atendida. Siente que la mayoría de los políticos forma alianzas para repartirse cargos o contratos.

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| Pablo Temes

Apareció en Ucrania una nueva versión de nuestro “que se vayan todos”. Se trata del #TrashBucketChallenge, que consiste en que la gente bota a los contenedores de basura a políticos que considera “corruptos”. Docenas de dirigentes han quedado lesionados, y al menos un funcionario está herido por los ataques.

Las últimas elecciones presidenciales fueron un caso típico de la nueva política. El presidente Petro Poroshenko enfrentó a 37 candidatos intrascendentes y a la primera ministra Yulia Timoshenko buscando la reelección. El magnate Ihor Kolomoisky, enemigo de Poroshenko, era dueño del canal de televisión en el que el cómico  Volodímir Zelenski, se había hecho famoso con su programa El Sirviente de la Gente, en el que interpretaba a Vasily Golorobdko, un profesor que llegaba a la presidencia de Ucrania apareciendo en un video que se hizo viral.

Kolomoisky quiso dañar a Poroshenko y lanzó a Zelenski como candidato solo con ese fin. Nadie tomó en serio su candidatura. Zelenski se hizo fuerte en sus debilidades. Apareciendo como ingenuo, hizo propuestas estrafalarias. Retó al presidente a un debate en el Estadio Olímpico ante más de 70 mil espectadores. En un ambiente festivo, de evento deportivo, logró que la gente se riera de su adversario.

Los resultados fueron abrumadores: Volodímir Zelenski consiguió en la primera vuelta el 30% de los votos, subió en la segunda a 74%; Poroshenko clasificó con 16%, en el ballotage consiguió 26%. Yulia Timoshenko quedó fuera con solo el 13%.  

Los dirigentes no se eligen por su preparación, sino por su entusiasmo partidario

La gente se ilusionó con que un mandatario distinto solucionaría los problemas del país, pero después sintió que esto no era así. Continúa el disgusto generalizado en contra de los políticos que llevó al triunfo a Zelenski, pero que ahora lo incluye a él.

Las últimas semanas se multiplicaron los ataques a políticos que en muchos casos terminaron en la basura. No los organizaron grupos que pagaban a los agresores, sino gente que se comunicó por las redes, como concurrió con la movilización que exigió que se investigue la muerte de Nisman.

Actualmente tienen éxito los candidatos que comunican con sus actitudes que no se parecen a los “políticos de siempre”. Perderían las elecciones los líderes de la edad de la palabra como Belaúnde Terry, Eduardo Frei, o Velasco Ibarra.

Los gobiernos tampoco manejan gente sumisa. En la sociedad de internet necesitan contar con una comunicación profesional. Cualquier detalle puede desatar el caos, como pasó con la primavera árabe, los chalecos amarillos, las insurrecciones de Chile, Colombia y Ecuador hace dos años y la toma del Capitolio.  

En la región, la más parecida a las elecciones de Ucrania fue la del humorista guatemalteco Jimmy Morales, que ganó la presidencia de su país en 2015 con más del 70% de los votos. Morales era un humorista conocido por su programa de televisión Moralejas, que presentó la cara disruptiva de la antipolitica. Su triunfo fue una sorpresa, asentada en una imagen de marginalidad y distancia con las formas tradicionales de la política, a pesar de su dilatada carrera y sus nexos con las fuerzas armadas.

En la academia existe una polémica sobre lo que ocurre. Algunos autores proponen hipótesis para comprenderlo. Uno de ellos es Steven Johnson, quien en su libro El País De Las Maravillas: Cómo El Juego Creó El Mundo Moderno, defiende que el placer ha sido un promotor de los cambios, tan importante como la necesidad. En otro texto, Visión del futuro afirma que, en esta época marcada por el cortoplacismo, triunfan quienes usan procesos complejos de toma de decisiones, piensan diacrónicamente, y calculan las consecuencias de sus acciones en el largo plazo.

Desgraciadamente en casi todas las sociedades occidentales, la mayoría de los ciudadanos siente que los políticos se quedaron en el pasado mirándose el ombligo. Creen que la gente comparte problemas del partido, que huelen a naftalina. La gente tiene sus propios problemas y exige ser atendida.

Siente que la mayoría de los políticos forma alianzas para repartirse cargos o contratos. La prensa dice sin tapujos que cierta fracción del Frente de Todos consiguió una nueva caja, contabiliza las cajas que conquista para financiar la política.

Los directores no se escogen por su preparación para hacer que las empresas estatales sirvan a la gente, sino por su grado de entusiasmo partidista. No buscan la eficiencia, sino repartir contratos para los militantes o conseguir dinero negro para hacer proselitismo. Hay funcionarios del más alto nivel, dedicados casi exclusivamente a conseguir la impunidad de compañeros que han llegado a ser muy ricos cometiendo delitos.  

El tema de la riqueza es un oxímoron entre quienes predican el pobrismo.

Demonizan a los ricos que han hecho fortuna produciendo, y al mismo tiempo acumulan cantidades de bienes improductivos, conseguidos a la sombra del poder. Lo hacen con un barniz ideológico de izquierda que indigna a quienes han luchado realmente por la revolución, pero entusiasma a los que añoran unas olas que no entienden.

El chofer del líder se convierte en un magnate que puede comprar una cadena de medios de comunicación con más de cien millones de dólares en una maleta, el jardinero es millonario, los secretarios aparecen con cientos de millones de dólares y compran inmuebles en varios países, un empleado de su banco pasa a ser dueño de una de las mayores empresas de construcción del país y un gran terrateniente. Cuando allanan su casa encuentran casi doscientos coches. Gustos de nuevos ricos.

La familia real declara tener una norme fortuna en dinero, hoteles y propiedades de todo tipo. Algunos de sus miembros tienen un origen humilde, vivieron toda su vida como funcionarios del Estado.

Otros ni trabajaron, ni estudiaron, pero tienen enormes fortunas y aspiran a dirigir el país en plena revolución de la inteligencia.

Todos saben que esto es así.

En grupos de enfoque que se organizan con sus partidarios, aparecen justificaciones propias de la anomia. “Era muy pobre, quería hacer política, para eso se necesitaba dinero, tenía que robar”. Su caso no es el de los corruptos que hacen política con la plata que heredaron de su familia y obligan con su fortuna a delinquir a los pobres que quieren luchar por ideales.

En este momento la dialéctica del amo y el esclavo, de la que habló Hegel, que explica este tipo de relaciones hace crisis. Funciona cuando el amo se asume como tal y el esclavo lo acepta, renuncia a sus pulsiones para satisfacer el afán de dominación del amo a cambio de una gratificación.  

El Estado entrega ventajas tanto a los amos como a los esclavos.

En la multitud de empresas pobristas los líderes son muy ricos y hundidos en bienes, que viven con las contradicciones de esa riqueza que esconden y al mismo tiempo exhiben, y también por las luchas por el control de las mafias.

Hay líderes sindicales que tienen decenas de coches de alta gama y mansiones, mantienen milicias de matones, viven con frecuencia del chantaje y otras actividades ilegales, vinculados con barras bravas, que no se organizan por razones deportivas, sino para que sirvan de grupos de choque, para controlar territorios y manejar actividades como el narcomenudeo.

No es el sindicalismo que organizó la izquierda en el siglo pasado para hacer la Revolución, sino lo que AMLO califica en México de “sindicalismo charro”, una degeneración delictiva de la lucha social. En ese país, con un gobierno de izquierda, las actividades usuales de los camioneros argentinos que chantajean a las empresas bloqueando sus actividades serían combatidas inmediatamente. Los dirigentes de izquierda no defienden ideas corporativistas.

La pirámide pobrista entrega subsidios a más de la mitad de la población del país y proporciona liquidez a los dirigentes de cierta tendencia. Por cierto, la formación de esto no fue de Trotsky u otro pensador revolucionario, sino del general Onganía, católico fundamentalista de extrema derecha.

Hay líderes sindicales que tienen decenas de coches de alta gama y mansiones

Durante años, el peronismo ha entregado subsidios a cambio de que los favorecidos salgan un par de días a la semana a participar de manifestaciones y otras actividades políticas. Funcionó bien cuando los amos se hacían ricos y los esclavos obtenían algo que les satisfacía.

Aunque tenemos alrededor de un 50% de pobres, los desposeídos de Venezuela, Nicaragua y otros países vienen a la Argentina. No se encuentran argentinos en los barrios de otros lados.

Luis D’Elía puede usarlos para atacar a la Corte Suprema pidiendo que los magistrados sean elegidos por el pueblo, imaginando una Corte integrada por él mismo, el Pata Medina y el Caballo Suárez, para que tengamos una Justicia confiable. ¿En este momento de angustia será eso lo que más inquieta a los que concurren a la demostración?

Pero con la inflación desbocada los subsidios se evaporan, representan cada día menos. La plata no alcanza para mantener el nivel de vida de hace dos años. La sociedad de internet hace que todos tengan más aspiraciones. Los esclavos quieren vivir como sus amos. No necesitan estudiar demasiado para competir con la mayoría de los científicos que conforman este gobierno.

Si no se afronta con seriedad el problema, la pirámide pobrista va estallar en cualquier momento, como lo hizo en Líbano, con una estructura semejante.

No es se trata de seguir improvisando, regalando heladeras, imponiendo precios artificiales que llevan al desabastecimiento. Es bueno que consulten con profesionales que tengan los conocimientos y la experiencia necesarios para analizar la situación y aconsejar cómo se puede dar un giro a la comunicación. Hay profesionales competentes, con ideas compatibles con las del Gobierno. Escúchelos. Busquen los mejores que existan y contrátenlos, aunque cuesten bastante.  La campaña electoral más cara es la que se pierde, y para un gobierno, lo más caro es llegar a una crisis apocalíptica. Le cuesta mucho a la gente, al país y a quienes están gobernando. Nuestro país está cerca de un problema de esa dimensión.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.