Hay un viejo tema de Willie Dixon que interpretó Bo Diddley y se llama: “You can’t Judge a Book by the Cover”. Sin embargo, el marketing editorial está orientado justamente a lo contrario, a que los lectores compren los libros a partir de sus cubiertas, tanto por el diseño como por los comentarios que se incluyen en la contratapa y en las solapas, cuando no en las fajas y en la propia tapa. De esto habla un librito recién traducido de Jhumpa Lahiri, la simpática escritora bengalí-américo-italiana, que se llama El atuendo de los libros. Allí cuenta que en su juventud en Estados Unidos era muy pobre y solo leía en las bibliotecas, donde los libros eran todos iguales desde afuera y así se acostumbró a que estos gozaran, antes de ser leídos, del anonimato que les otorgaba la uniformidad de sus tapas duras sin otra inscripción que las del título y el autor. En una librería, en cambio, los libros se venden por lo que tienen de diferentes.
Cuando Lahiri empezó a publicar sus propios libros se encontró con que las editoriales elaboraban una cubierta en la que ella no intervenía (a lo sumo, podía rechazar una propuesta). Se encontró entonces con que la mayor parte de las ediciones de sus libros (que contando las traducciones son muchas) estaban vestidos con un atuendo que le resultaba desagradable: en general, era como si el diseñador y los editores no los hubieran leído. Por eso prefiere aquellos que están incluidos en una colección, como es el caso de El atuendo de los libros, publicado por Gris Tormenta en una que se llama “Editor”. Por supuesto, ningún editor es perfecto, porque el librito tiene en la tapa cuatro líneas de texto que hablan del contenido y arruinan un poco la aspiración a la desnudez gráfica que manifiesta la autora.
Mientras leía a Lahiri me encontré, debajo de una de esas pilas que convierten mi casa en un campo minado, un libro que no recordaba tener y que me sorprendió por el diseño de tapa: Nadie se roba los columpios es una selección de cuentos del escritor egipto-ítalo-mexicano Fabio Morábito. La cubierta tiene un agujero que deja ver un cuadro reproducido en la solapa. No era la primera vez que veía emplear ese recurso, pero está utilizado de un modo al mismo tiempo agradable y llamativo. De paso digamos que, entre otros cuentos muy buenos, el segundo se llama “La cigala” y trata sobre un lector que encuentra una palabra cuyo significado no puede desentrañar ni siquiera con la ayuda del diccionario y la consiguiente irritación lo lleva al crimen. El relato se revela como una especie de versión burlesca de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y es excelente. Publicado en 2007, el libro es una edición de la editorial venezolana Bid & Co, de la cual no encuentro pruebas de que haya sobrevivido hasta el día de hoy. El prólogo es del poeta Eugenio Montejo, quien fue también director editorial de Monte Ávila, otra editorial venezolana, en este caso estatal, que llegó a tener un enorme prestigio. Al menos lo fue hasta que el chavismo le redujo el presupuesto y, además, fue cambiando la orientación de sus colecciones para especializarse en las obras de los funcionarios del régimen y sus aliados. Ejemplo representativo de la línea actual de Monte Ávila es el libro Kirchnerismo, del autor argentino Jorge Milton Capitanich.