Enero ha traído malas noticias para el elenco gubernamental. Algunas encuestas privadas, esas que no son publicadas, empiezan a detectar un gran enojo de gran parte de la sociedad con Mauricio Macri.
A pesar de que el estilo presidencial no cambió un ápice desde aquellos días de bailes a fines de 2015, se comienza a extender la idea de que buena parte del Gobierno no comprende o no empatiza con la difícil situación económica de la gran mayoría de la población. La expresión de que “los de arriba” no sufren las mismas penurias que “los de abajo” gana espacio en los estudios cualitativos que tratan de indagar entre los motivos del disgusto, haciendo gala de un clasismo no habitual en la Argentina.
En diciembre, con el dólar domado y la relativa paz social, el Gobierno parecía vivir un real veranito. Las agradables temperaturas decembrinas parecían acompañar al Gobierno al punto de tener espalda para anunciar un nuevo tarifazo sobre el tarifazo que se viene aplicando desde 2016.
Clima. Sin embargo, en el primer mes del año surgió un cambio en el humor social: el casi 50% de inflación anual del año anterior con el consiguiente retraso salarial, las escuálidas fiestas, el abandono o la reducción de las vacaciones –después de un año muy duro– fueron elementos discordantes, a los que se sumaron los apagones eléctricos tras la ola de calor. Este conjunto de causas pareció despertar el enojo de una parte de los sectores medios que, como se venía apuntando desde aquí, se presentaban prescindentes de la polarización macrismo-kirchnerismo. La novedad radica en que se comienza a percibir un Presidente despreocupado y distante tomándose largas vacaciones, y que dedicó –por imposición– gran parte de su tiempo a la interna partidaria por el abortado intento de desdoblamiento de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires. En síntesis, crece la sospecha de que la conducción del Gobierno está más preocupada en su reproducción que en la solución de las cuestiones acuciantes, como la inflación y la inseguridad.
Extrañamente, algunas de las características del perfil presidencial que eran evaluadas como positivas al principio de la gestión, como la delegación en “el equipo”, la distancia sobre el día a día y la ausencia de cadenas nacionales, ahora enoja a aquella parte de la sociedad lejos de la grieta y que estaba con sus dudas asegurando el empate entre Cristina de Kirchner y Mauricio Macri.
La resultante de este nuevo clima es que se acrecientan las posibilidades de que CFK pueda ganar la elección presidencial, incluso en primera vuelta, producto más de los problemas apuntados que de un ascenso fulgurante de la ex presidenta, proyectándose por lo tanto un voto castigo. Esto es así aun con el escenario más probable de que una parte del Peronismo Federal presente una lista dispersante como la de Florencio Randazzo en 2017. Hasta ahora, el escenario más probable indicaba que CFK podía ganar en primera vuelta pero, síndrome Menem mediante, irremediablemente perdía el ballottage, no obstante, claro, si la intención de voto del Presidente cae, la cuestión cambia radicalmente.
Este panorama quizá no sea definitivo, Macri superó algunas contingencias anteriores, pero ahora las agujas del reloj avanzan con velocidad. Sin embargo, a Kirchner ya no le sirve solo esperar las desventuras del Gobierno, tiene que convencer a los argentinos de que es la indicada para que el país vuelva a crecer. La pregunta que surge es: ¿podrá Cristina Kirchner construir un camino que le permita cristalizar unos resultados de las encuestas que le son por primera vez auspiciosos, para parangonar a Juan Perón en un tercer mandato?
Deberá lidiar con varios frentes en forma simultánea. En primera instancia deberá delinear algunas líneas de su probable futura gestión. Con el silencio no alcanza. El próximo mandatario o mandataria va a recibir una compleja herencia, en particular la desalentadora recesión, la persistencia de alta inflación a pesar de la restricción monetaria, con probabilidad de transformarse en híper si se percibe inestabilidad política. También quien asuma en 2019 deberá hacerse cargo del alto endeudamiento externo y del pago de las obligaciones correspondientes, no hay margen para un despreocupado default, como a fines de 2001.
Muchas dudas. Es obvio que, frente a un probable tercer mandato de CFK, la forma en que se resolvieron los problemas en los dos anteriores estará sobre la mesa. ¿Podrá plantear algo distinto con referencia a la situación que finalizó con el cepo cambiario? Esto es, por ejemplo, generando una estrategia que pueda reunir al sindicalismo y al empresariado en la construcción de unas reglas de juego por un tiempo determinado y que reduzca la inflación en un plazo perentorio. Para esto debería generar un nuevo marco de alianzas regenerando una credibilidad que fue perdiendo en su último mandato, por ejemplo mostrando a un Roberto Lavagna como su futuro jefe de Gabinete. Por otra parte, ¿podrá tener un marco de acuerdo con los sectores agrarios declarados enemigos suyos a partir de 2008? Es claro que en el estrecho marco fiscal entre este año y el siguiente “el campo” va a tener que seguir aportando con sus odiadas retenciones u otro mecanismo con similar fin. También cabe preguntarse cómo tomarían sus más férreos adherentes una Cristina volcada al centro político.
Resulta claro que de aquí a las elecciones generales Cristina será asediada por un tsunami judicial. La estrategia central del oficialismo será colocar las causas de corrupción sobre la mesa y buscar acelerar las que tienen a la ex presidenta y su familia en la carátula. ¿Tendrá las herramientas para capear esa tormenta con epicentro en Comodoro Py? Allí también tallarán posibles acuerdos con gobernadores y otros sectores del peronismo que tienen excelentes vínculos en los tribunales federales. Si se trata de fumar pipas de la paz, ¿podrá también hacerlo con los medios, especialmente con el Grupo Clarín?
Se gana la elección en las urnas, pero también y previamente se debe ganar la batalla en la opinión pública. Para bien o para mal, Macri ha dicho que este es su camino y no se va a mover. A su oponente se le abre una ventana de oportunidad, pero a diferencia de Juan Perón, no pasaron dieciocho años de su gobierno sino solo cuatro. Perón volvió a una Argentina convulsionada pero pensando en el abrazo con Ricardo Balbín. Algunas personas que frecuentan a la ex presidenta dicen que hoy se parece más a aquel Perón que al furioso general del discurso del 31 de agosto de 1955. ¿Lo creerá la sociedad?
*Sociólogo (@cfdeangelis).