Que se vayan todos! es el grito de 2001. Ese gesto de indignación resume nuestra historia reciente. Hace tiempo que se ha despachado a todos los protagonistas, actores y espectadores de la vida nacional. No ha quedado casi nadie. El hecho de que el país esté habitado por algo menos que cuarenta millones de personas coexiste sin contradicciones, con la observación de que ya no hay nadie. Es un tema de calidad y no de cantidad.
Entre tantas tachaduras también se ha expulsado al pasado. Tulio Halperín Donghi ha dicho en un reportaje que le llama la atención que en una arenga a militantes del sindicato de la construcción, la Presidenta de la Nación decía con entusiasmo: “Somos la Argentina de Moreno, Belgrano, San Martín y... Eva Perón!
Entre el Libertador y Evita, nadie rescatable, y entre la guardiana de los descamisados y hoy, menos que nadie. El historiador agregó que de acuerdo a la idiosincrasia historicista hoy en boga: “Y así como durante el Proceso si alguien desaparecía decían ‘por algo será’, ahora resulta que si alguien tiene una estatua será porque es un miserable”.
La revista Noticias conmemora sus veinte años de vida con un homenaje a la democracia y a quienes la han fortalecido. Es un acto de sana concordia en las antípodas del clima de crispación y confrontación que vive la ciudadanía. Dice en la tarjeta de invitación que en el Salón Illia del Congreso de la Nación “se honrará a los ex presidentes, vicepresidentes y otras personalidades por su aporte a la recuperación y consolidación democrática”.
En la lista de los ex presidentes y ex vicepresidentes anuncian a Menem, Duhalde, Ruckauf, María Estela Martínez de Perón, Néstor Kirchner, Fernando de la Rúa, Adolfo Rodríguez Sáa, Chacho Alvarez y Daniel Scioli. No están el ex presidente Eduardo Caamaño, ni Ramón Puerta. Tampoco entendemos la ausencia de... Martín Karadagian.
A pesar de la buena voluntad por reconocer sin distinciones partidarias a quienes cumplieron funciones ejecutivas en nuestra república, la enumeración no satisface a la gran mayoría de la ciudadanía. Agradecerle a Isabelita su contribución a la democracia parece excesivo. Felicitarlo a Carlos Ruckauf por haber contribuido con su desinteresado espíritu a la convivencia entre los argentinos, puede ser parte de un concurso de humoristas. Otorgarle una medalla al innombrable Menem es una tarea complicada porque no sería válida si la inscripción dice “al presidente Carlos Méndez”. Hasta que De la Rúa no solucione el tema del jardinero que le regaba las plantas con los caudales públicos no está en condiciones de acceder a la orden del mérito republicano. Duhalde a pesar de haber dejado el cinto y los perdigones en la mesa de entradas, aún no ha convencido a la población de su nuevo espíritu ecuménico.
En síntesis, la gente no está de acuerdo con esta consideración hacia los ex presidentes y vicepresidentes.
El “que se vayan todos” de 2001 no se dirigía solamente a los políticos sino a una serie de autoridades de un listado muy amplio. Doy lectura a la planilla de quienes deberían irse de acuerdo a la consideración pública: policías, militares, empresarios, gremialistas, propietarios de tierras, obispos, rabinos, jueces, dirigentes de fútbol, periodistas, piqueteros, padres y maestros.
En nuestro país se vive un clima de expulsión generalizada. Hay el doble de despidos que de ingresantes. Todo este escenario sería muy divertido y digno de una sátira si no fuera que puede terminar muy mal.
Una autoridad es un poder validado culturalmente. En nuestro país ya no quedan recursos culturales que validen poder alguno. Todos los que ocupan posiciones de poder son considerados usurpadores. De continuar este clima sin variantes, la violencia está muy cerca. Lo mismo que en los setenta. De tanto ungir a la juventud maravillosa este Gobierno, de un modo totalmente irresponsable, ha creado un nuevo ambiente suicidario. Ha legitimado el uso de la fuerza en nombre de la justicia, y de este modo ha creado las condiciones del choque frontal entre sectores. Y si este conflicto por ahora contenido por las conveniencias de los Kirchner llega a descontrolarse el día de mañana, el país podrá verse en llamas.
No se trata de un clima creado por los medios porque ni siquiera nos referimos a la actualidad. Si sólo se tratara de lo que pasa en la calle todos los días, el problema sería menos grave. Pero si la perspectiva histórica nos muestra que en los últimos cuarenta años las instituciones no sólo no pudieron fortalecerse sino que sufrieron un proceso de deterioro que invalidó posibilidades mínimas de vivir bajo reglas comunes, entonces la situación se torna peligrosa. No hay contención institucional para impedir la fragmentación y la cronicidad del conflicto. Mientras en países vecinos que también vienen de dictaduras existe sumo cuidado en no provocar situaciones que atenten contra las leyes, en el nuestro el Gobierno lucra con la colisión entre fuerzas sociales.
La justificación de las organizaciones y de grupos reivindicativos que dicen que de no haber cortes de calle no congregan la atención de las autoridades no les permitió solucionar sus problemas, ni lograr sus objetivos.
Cada vez hay más cortes por las mismas reivindicaciones. No ha disminuido la pobreza con los cortes. No hay más democracia por los cortes. No hay menos chicos con paco ni menos falta de trabajo decente por los cortes. Lo que sí hay es cada vez más tensión y enfrentamientos. Aparecer en los medios es con frecuencia una necesidad de fortalecer el poder de dirigentes sociales y políticos y no una lucha por objetivos precisos.
A veces los cortes con frecuencia siguen la agenda del Gobierno, por eso hubo unos meses de quietud antes del 28 de junio y ahora se preparan nuevamente tiempos de conflictos más agudos aún.
La escalada legislativa de los Kirchner antes del cambio de los miembros del Congreso y aprovechando la monstruosidad legal de adelantar elecciones para dejar un vacío de seis meses antes de la renovación de la cámara, es una provocación que prepara conflictos de difícil control. Con estas medidas improvisadas, a las apuradas, los Kirchner degradan una nueva autoridad; la de los congresistas. El próximo Congreso deberá destrabar leyes ya promulgadas en lugar de dedicarse a legislar. Así verá comprometida y puesta en duda su legitimidad.
El Gobierno, con las candidaturas truchas o testimoniales, enlodó la seriedad de postularse a un cargo público. Con la excusa de luchar contra el monopolio de Clarín, puso un manto de duda sobre el periodismo y los medios de comunicación en general.
Debemos luchar contra el que se vayan todos. En la columna de la semana pasada, afirmé que así como estaban las cosas este Gobierno parecía el más adecuado para seguir gobernando el país. Era una rendición. Me fui yo también con todos. Acompañé la desbandada. El poder sin autoridad sólo es armas y dinero. Me rectifico. Irse es dejarles el terreno a los irresponsables de siempre.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).