Mandan las encuestas. Aunque sean falsas y difundan porcentajes de improbable certeza a favor de ciertos candidatos (¿hay alguno que alcance 25% de votos para el 2011?). Pero los aspirantes deben alimentarse con el placebo para juntar adhesiones y dinero, encargarse trajes electorales a medida, los sastres satisfacer ese propósito, los medios difundir números como si no fueran controversiales y la sociedad, desinteresada de la política, tragarse ese nutriente inútil que se difunde casi sin rigor científico. Parte del negocio. Sin embargo, los sondeos desnudan inquietudes más certeras. Una de ellas, incontrastable en la expresión aunque dudosa a la hora del sufragio, señala hartazgo colectivo sobre los nombres tradicionales que circulan por la feria de presidenciales, voluntad de cambio de los personajes y, sobre todo, aparición de rostros nuevos. Como si fuera una tendencia insoslayable, determinante, quienes se postulan para el año próximo hoy compiten para cumplir con esa demanda y han decidido exhibir mínimas juventudes a su alrededor, contagiarse de los elementos que gustan en ese sector de la sociedad, sostener o catapultar a presuntos representantes de la rama juvenil y promover figuras imberbes, domesticadas a su entorno. Unica consigna: preservar el dominio sobre la tierra removida aunque ésta parezca inundada por plantas nuevas. Y esto vale de Pino Solanas a Néstor Kirchner, de Eduardo Duhalde a Mauricio Macri, de Ricardo Alfonsín a Francisco de Narváez.
Hay un dato cierto sobre esta presunta inclinación: mucho más de la mitad de los votantes del año próximo oscila entre los l8 y los 40 años, gente cuyo trasiego político se remonta a lo que va de Carlos Menem a la fecha, cuya experiencia sobre la gestión pública se reconoce –cuando mucho– en los diez años del riojano, dos de la Alianza radical progresista, otro tanto de Eduardo Duhalde y los siete del matrimonio Kirchner. El resto, lo anterior, es un relato, definitivamente un cuento. Para tentar a ese conglomerado, unos 25 millones de almas, hoy los candidatos se maquillan, van al sanatorio rejuvenecedor, adornan o travestizan si es necesario, suponiendo que ese bloque electoral habrá de pronunciarse en una misma y única dirección. Cuando, a menudo, esos núcleos –como en alguna medida las mujeres– se empapan de una manifestación común a otras edades, votan en forma indiscriminada en el momento de la urna. Pero, claro, hay que ofrecer productos en la estantería que seduzcan o no repudien a ese capital extraordinario, que ofrezcan un envoltorio vistoso sobre candidatos entre 50 y 75 años que, de lejos, no coinciden en edad con esa porción del electorado.
Como se hizo ley que Barack Obama ganó en los Estados Unidos por la presión juvenil, de izquierda a derecha apelan a ese antecedente. Ya empezó Néstor, propiciando ateneos juveniles, formación de sub 45 y sub 30 para su postulación. También Duhalde inicia, desde el lunes, un trabajo de presentación pública con jóvenes en “múltiples equipos” a partir de que Martín Redrado será la cabeza de su proyecto económico (Roberto Lavagna, más disimulado, sería el controller desde la Jefatura de Ministros). Redrado, como se sabe, atravesó el menemismo, el duhaldismo y el kirchnerismo como si fuera un ente aparte –al menos para el gran público–; hasta ocurrió, sin duda contra sus deseos, que desde el último apostolado del Banco Central transitó por las revistas del corazón y los programas de la tarde sin trepidar en el rumoreo como un envidiable Don Juan del subdesarrollo a bañarse sin consecuencias en la libertad de los sexos. En tiempos de hoy, esas famas contribuyen. Para un perfil bonaerense, sobre todo, de añosos colaboradores, casi todos intendentes con administraciones poco prístinas, impenetrables, de escasa locuacidad y exangüe docencia.
En la misma ruta se anotó el santacruceño: ya le arrebató el proyecto (o, más certeramente, algunos protagonistas) de la nueva generación a Alberto Fernández, que vive propiciando desde hace años esa etiqueta como fórmula de supervivencia personal, como si fuera una receta de la doctora Aslan. Ya no se discute el método para apartar a su ex jefe de Gabinete –desde intimidarlo con causas judiciales como las que afectan a su asesor Héctor Capaccioli a la obvia captación de codiciosos–, simplemente él mismo dirige la inscripción de este seleccionado sub 45 con la asistencia de trasvasados como el gobernador Jorge Capitanich, el recién incorporado colega salteño Manuel Urtubey y un bonaerense, Sergio Massa, de quien nunca se sabe si toma el 60 para el Tigre o para Berisso. Discutible este equipo juvenil, claro, dos de origen duhaldista (si es que hay ADN para la política) como Capitanich y Massa, y otro –Urtubey– quien creció con la protección indisimulada y simultánea de Cristina de Kirchner en el Senado y de su opositor Juan Carlos Romero. El trío levanta la presunción de la juventud como si esa lona tapara el sol pasado.
Para el sub 30 o sub 35, Kirchner ofrece menos debilidades éticas: la cabeza es el treintañero Diego Bossio, hoy a cargo del Anses, quizás –como diría un cronista dominguero– la principal espada a futuro del Gobierno, casado con una influyente colaboradora de Cristina, a cargo de una legión (no sólo porque algunos han sido Legionarios de Cristo) de jóvenes de la misma edad, casi todos universitarios de la Católica, de repente voceros de los derechos humanos si se les pide, hoy ubicados en puestos clave de la Administración. Con este grupo, en los próximos días comienza el llamado y participación a otros emprendedores de la misma edad, coloquios, encuentros y seminarios mediante. Si el peronismo da para todo, mucho más da cuando está en el poder.
Querrán corregir los Kirchner también, a pedido de las encuestas, su relación con la clase media. ¿Atacarán el problema de la inseguridad o persistirán en la ignorancia del tema, quizás sugiriendo que los medios no se conviertan en amarillos por los crímenes, el narcotráfico y los robos? Esta última variante no parece resultar; por lo tanto, quizás intenten modificar la gestión policial (al margen del cambio de la cúpula), instruyendo una participación mayor de la Gendarmería en el control de las calles y los forajidos. Se piensa en esa alternativa, casi con el mismo criterio que no le place a Néstor la urticaria que provoca Hugo Moyano en ese sensible sector de la sociedad. Por lo pronto, en Buenos Aires les reclama a los intendentes que no le permitan al sindicalista ejercer el peso que le corresponde dentro del Partido Justicialista por la enfermedad de su titular, Alberto Balestrini, responsabilidad a la que aspira Moyano con manifestaciones rotundas: hace dos días dijo que “los obreros debemos tener más injerencia en la política porque lo que buscamos es más poder”. Palabras que lo alejan de la clase media y, obviamente, también de una nerviosa Casa Rosada, ya molesta por demandas excesivas de Moyano para digitar los resortes de la Secretaría de Transporte. De ahí que el kirchnerismo haga hand off en las cuestiones judiciales que abruman al jefe camionero y, como justificativo, expliquen: si esta semana procesan de nuevo a uno de los nuestros, el hoy dedicado al cine Ricardo Jaime, por desobediencia –una medida igual, la tercera, luego determinaría prisión–, poco se puede hacer por otro que es ajeno. No piensa Moyano del mismo modo.