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Quema de libros

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El 29 de abril de 1976, en el III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba y por orden de Luciano Benjamín Menéndez, se procedió a una quema de libros tan cuantiosa como estricta. El propósito, según lo expresó Menéndez en su oportunidad, era impedir “que se siga engañando a nuestros hijos” y “destruir por el fuego” una “documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana”. Entre los muchos libros reducidos a cenizas, los había de Marcel Proust, de Julio Cortázar, de Pablo Neruda, de Gabriel García Márquez.

No sabemos qué clase de censor fue Luciano Benjamín Menéndez: si leyó esa “documentación” sobre la cual se pronunciaba o si fue bruto hasta para la brutalidad. Lo cierto es que toda quema de libros implica dos factores en apariencia contradictorios: por una parte, un profundo desprecio por los libros, por la lectura, por el pensamiento, por la reflexión crítica; y a la vez, por otra parte, una confianza impensada y plena en el poder que los libros pueden llegar a tener.

Acaban de cumplirse cuarenta años exactos de aquellos hechos tan deprimentes. Un momento bastante oportuno, si es que así puede decirse, para tal conmemoración, toda vez que últimamente se verifica entre nosotros un macabro reflotamiento de la llamada teoría de los dos demonios, es decir de la pretensión de reducir lo ocurrido en aquella época a un puro intercambio de violencias armadas, en el supuesto inaudito de que la vastedad y la ignominia del terrorismo de Estado podría admitir alguna simetría, alguna equivalencia, alguna proporción, un otro análogo.

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En abril de 1981, es decir cinco años después de aquel aniquilamiento de libros decidido por Luciano B. Menéndez, se publicó, en el sello Nemont de Buenos Aires, el siguiente libro: Así piensa… Luciano B. Menéndez. ¿Vana compensación, aprovechamiento estéril de tanto espacio vaciado, o la misma confianza de antes en el poder de los libros, pero ahora de uno que no “afecta al intelecto”? Yo tengo ese libro, lo leí. De la primera parte, que consta de una entrevista, extraigo el tramo en el que a la pregunta “¿Cree Ud. que se está ganando la batalla contra la inflación?”, el militar y represor responde: “Yo creo que no. Porque no se redujo en la medida conveniente nuestro frondoso y costoso aparato estatal”. En la tercera parte, subrayo la idea de que se debería recurrir a un “holocausto atómico” en el caso de producirse una “expansión comunista”. En el apéndice se ofrece un poema escrito por el abuelo de este militar, que fue también militar, y allí estos versos: “Sería colmada mi suerte/ si en el campo de batalla/ entre el humo y la metralla/ me sorprendiera la muerte”.

No cupo tal suerte al nieto. Hoy cumple prisión efectiva, con condena a cadena perpetua, por crímenes de lesa humanidad.