Para algunos pensadores, la tecnología nos hace más libres y poderosos. Pero otros, opinan exactamente lo contrario. Como dijo alguna vez el poeta chileno, Nicanor Parra, ¿quién nos liberará de nuestros liberadores?
Para Byung Chul Han, los seres humanos del siglo XXI estamos sometidos a un sistema de dominación y semiesclavitud de lo más eficiente: ya que en la mayoría de los casos estamos convencidos de que ejercemos nuestra libertad de la forma más plena. Para Chul Han, muy pocos humanos saben realmente lo que es la libertad. O como diría –salvando las distancias– Calamaro, la conocen los que la perdieron, los que la vieron de cerca irse muy lejos.
A diferencia de la percepción que solemos tener, el alto nivel de individualismo que experimentamos los seres humanos en el siglo XXI, no nos hace más libres, sino más bien por el contrario. La libertad es, en su sentido etimológico, un concepto relacional. Esto quiere decir que alguien no puede ser libre solo.
Siguiendo el pensamiento de Chul Han, si los hombres no somos libres, tampoco podemos estar empoderados. De hecho, para este pensador, nosotros creemos que tenemos más poder y libertad, pero, por el contrario, somos cada día más esclavos y débiles. El verdadero poder reside entonces en aquellos que “nos hacen creer” que podemos ser nuestros propios jefes y trabajar hasta que se nos fría el cerebro. En este sentido, la tecnología juega un papel primordial en este esquema que describe Chul Han con profundidad en su ensayo Psicopolítica.
Pensémoslo de la siguiente manera: cuando tenemos alguna aplicación de streaming de contenido de entretenimiento, somos supuestamente mucho más libres que cuando teníamos la limitada oferta de los prestadores de televisión satelital o por cable. O que cuando teníamos los préstamos limitados de Blockbuster. Cualquier persona que no sea centennial puede recordar perfectamente haber pasado domingos enteros viendo películas viejas, y que ya habían visto una y otra vez, traducidas al español latino. Sin embargo, hoy, podemos elegir prácticamente lo que sea por una suma irrisoria de dinero en comparación con lo que solemos pagar por la televisión satelital. Además, podemos poner pausa si tenemos ganas de ir al baño, reiniciar la película si nos quedamos dormidos, o verla una y otra vez si se nos antoja. La conclusión apresurada sería entonces que somos mucho más libres usando Netflix, que viendo la TV. De hecho, esa misma es la lógica con la que se vende el entretenimiento on demand: el ciudadano-consumidor empoderado. Sin embargo, si miramos con un poco más de detenimiento, cuando usamos las aplicaciones de streaming de contenidos, estamos cediendo voluntariamente gran cantidad de información, que luego se traducirá en recomendaciones personalizadas. Estas recomendaciones seleccionan un universo bastante limitado de temáticas y contenidos, en lugar de brindarnos la libertad absoluta prometida. Estos esquemas, además, generan diversos tipos de “adicción”, que hacen sumamente difícil volver a un estado anterior de las cosas cuando no teníamos redes sociales o aplicaciones de contenido on demand. Entonces, ¿realmente somos más libres gracias a la tecnología?
Gran parte de la experiencia que generan estos acelerados cambios tecnológicos sobre los seres humanos tiene mucho que ver con lo que nos pasa cuando estamos en una montaña rusa. Cuando estamos en una montaña rusa o algún juego similar, lo primero que experimentamos tiene que ver con la pérdida total de control sobre lo que está sucediendo a nuestro alrededor. En la mayoría de los casos, por más que queramos, no podemos bajar ni detener el juego hasta que termine, y tampoco sabemos qué es lo que va a pasar en la próxima milésima de segundo.
Este vértigo, que nos provoca adrenalina, también nos genera miedo, y en algunos casos hasta desesperación, pérdida de libertad, y consecuentemente, de poder.
*Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.