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Culpables y consecuencias

El desafío de la desconexión

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estadísticas. Se mira el teléfono entre unas 80 a 100 veces. WhatsApp lidera el ranking. | Shutterstock

Al darle click al botón aceptar para terminar de configurar el Out of Office en el mail, me invadió al mismo tiempo una sensación de liberación e hipocresía. Hubiera querido poner muchas cosas en ese texto de dos frías oraciones pero preferí atenerme al guion: “¡Hola! Estaré fuera de la oficina hasta XXX, por motivos urgentes contactar a XXX”.

Como si efectivamente fuera a dejar sin contestar esos mails que van a seguir llegando, apareciendo como ventanas emergentes. Como si de verdad me creyera esa farsa de que se puede estar en algún momento fuera de la oficina. Como si la oficina no fuéramos en realidad nosotros mismos. Dejé ese mensaje automático de otra época más por convención que por convencimiento. 

Decidí tomarme unos días de vacaciones para desconectarme. Me gusta aprovechar estos momentos para divertirme y pensar. Dos actividades que están más relacionadas de lo que parecen a priori. Pero al mismo tiempo chequeé unas tres o cuatro veces que llevaba el cargador del teléfono en la mochila. 

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La conexión permanente no es impuesta sino que es una autoimposición

Al llegar a Ezeiza me encontré sacándole una foto al nombre del destino en la puerta de embarque para subir a las redes. “Si no lo subo no pasó”, me dije para mis adentros, un poco riéndome de mí mismo. 

Unos días antes había estado pensando mucho en este tema a raíz del atentado que sufrió Cristina Fernández de Kirchner, del que habla todo el país y el mundo. Ese evento, que sin duda será histórico, quedó registrado no solo por las cámaras de televisión sino también por teléfonos celulares particulares. De la misma forma que lo había sido el magnicidio de Shinzo Abe, en Japón, unos meses antes.

¿Cómo podemos desconectarnos verdaderamente si corremos el riesgo de no registrar algo importante? Quizá sea por eso que tengo alrededor de 4 mil fotos de platos de comida en iCloud. 

Hace algunos años se empezó a hablar del concepto “derecho a la desconexión digital”. Este concepto hace referencia a la limitación de las comunicaciones entre empleadores y empleados fuera del horario laboral. De alguna forma buscaría garantizar la posibilidad de que las personas que trabajan en relación de dependencia (un círculo de por sí bastante acotado de la población económicamente activa) puedan desconectarse fuera del horario laboral sin que eso implique un perjuicio. Francia reconoció este derecho en 2016. En Argentina, de hecho, está avalado por la Ley 27.555.

El problema que le veo a este enfoque es que, al menos para un sector de la población, la conexión permanente no es una obligación impuesta por el/los empleadores, sino una autoimposición propia. O, si vamos un paso más allá, una imposición colectiva. 

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Saquemos el foco un minuto de lo laboral. Las estadísticas indican que levantamos el teléfono móvil entre 80 y 110 veces por día. Entrando en configuración, pantallas y bienestar digital de sus teléfonos pueden chequear en qué apps pasan más tiempo. WhatsApp suele llevarse el premio mayor, pero Instagram, YouTube y TikTok pican en punta en la mayoría de los casos en la batalla por la atención de todos nosotros.

Más que la desconexión como un derecho reconocido o no en la legislación vigente, prefiero enfocarlo como un desafío que tenemos como humanos. Somos una amplia generación –acá no hay distinción de edades entre quienes habitamos la Tierra en este momento– conectada que recién ahora está empezando a vivir en carne propia las consecuencias de esa ultraconexión.

Seguiría con esto pero, como les dije, me propuse desconectarme y el sol de la playa me está derritiendo el hielo en el trago. Sepan entender.  

*Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.