Tal vez la reforma judicial vale menos que un Vicentin. También, en esta ocasión, se sienta frustrado Alberto Fernández y diga, como en el caso de la estatizacion frustrada a la empresa, “creí que me iban a aplaudir, a aclamar”.
Le falló el pronóstico, otro tiro en el pie para el mandatario optimista, quien demoró siete meses la promesa de un proyecto macerado durante años –dicen– que además de caro e inoportuno ni logra siquiera unanimidad interna. Parece contaminada por la maldición del virus, en internación, con síntomas diversos. Si hasta se duda que sea el vestido de noche perfecto para Cristina de Kirchner y diseñado por su modista de confianza, aunque disponga de la particularidad de que ella, procesada, puede decidir en el Senado sobre los magistrados que la procesaron. Con una complejidad adicional: si a esos dos camaristas (Bruglia y Bertuzzi), promovidos en su momento por el macrismo, los devuelven a sus tribunales de origen como es el propósito oficialista, serán luego responsables de fijar la cantidad de años que le corresponden al condenado en un juicio oral. Y Cristina, se sabe, ya está anotada en más de un juicio oral.
Con alguna maledicencia, entonces, cerriles adversarios sostienen que a la vice no le importa ya que la dañen en forma virtual (siempre dispondrá de fueros) y que prefiere –casi por una cuestión de psicoanálisis– ver el daño que le pueden imponer a Mauricio Macri dos de los nuevos camaristas reemplazantes, quienes –se supone– serán cercanos a su fracción y que tendrán mayoría en la sala ante un colega detestado por la dama, especializado en prisiones preventivas, Martín Irurzun, al que no encuentran ningún mecanismo para enviarlo a la casa. Salvo inutilizarlo con el número.
Esta curiosidad incongruente sobre desplazados y sucesores no es la única dentro de la llamada “reforma” que, en lo formal, aparece piloteada por la titular de Justicia, Marcela Losardo.
Procesada, Cristina puede decidir la suerte de quienes la procesaron
Nadie parece contento: quienes participaron en la hechura, Gustavo Beliz y Vilma Ibarra, no asistieron al lanzamiento, nadie sabe si fue para evitar protagonismo o su ausencia respondió a una queja por la inclusión de cambios que ellos no habían propiciado. Tampoco hubo consentimiento explícito por los sectores cristinistas, hasta rumiaron críticas en ese sector. Aunque al principio hubo silencio hospital sobre esa cantidad de plexos diferentes, en los cuales para la doctora –a contrario sensu del doctor Fernández– parece más importante el aumento de la cantidad de miembros de la Corte que la fusión de tribunales.
Es la llegada última donde se define la carrera. O se extiende sine die, como en el caso Carlos Menem. Una observación que escribió Rosendo Fraga y que en alguna medida confirmó la senadora mendocina Fernández Sagasti, una favorita de Cristina, a favor de un instituto con 13 integrantes, casi el sueño de Zaffaroni. Tanta nervadura tuvo esta versión que la propia ministra, Losardo de Mitjans, ex socia en el estudio con el Presidente, señaló prevenida que jamás había pensado en decisiones contrarias al Gobierno por parte de los cinco ministros actuales de la Corte en venganza por la avanzada del Ejecutivo sobre el Poder Judicial. Igual, de esa cartera, la preeminencia se la otorgan al segundo, Menna, y a Gerónimo Ustarroz, delegado en el Consejo de la Magistratura y un hermano de crianza de Wado de Pedro, el ministro del Interior que mayor cantidad de visitas registra al domicilio de Cristina.
Oposición. Cualesquiera sean las expresiones y el conocimiento de los textos, lo cierto es que la oposición encontró una causa para concentrarse y marchar pasado mañana contra la reforma. Una forma de encubrir, tambien, cierta asociación con el Gobierno basada en tratativas en las que nunca fue ajena la discusión sobre el juego, negocio en el cual los señores Achával y Benedicto nada dejan librado al azar: de ahí que, en el campo legislativo, el oficialismo tuvo compañía para el teletrabajo, la ley de alquileres, el traslado de jueces en el Consejo de la Magistratura –un núcleo que se beneficiará con los cambios, ya que será un besamanos obligado para todos los que quieran ser jueces–, la moratoria fiscal y, quizás, la misma reforma: son muchos los cargos a repartir. No importa si las leyes generan trabajo, inversión y confianza. Para entender ese cuadro de transacciones, bien vale recordar un memorable anecdotario sobre el tema. En tiempos de Raúl Alfonsín, cuando este deseaba designar a un magistrado debía requerir la aprobación de quien, en el Senado, controlaba la Comisión de Acuerdos: el legendario catamarqueño Vicente Saadi. Iba un mandadero de la Casa Rosada, explicaba las dotes del pretendiente al cargo, y el cazurro jefe peronista respondía: “Estoy de acuerdo, me parece bien, lo vamos a votar”.
Pero antes de despedirse, le pedía al interlocutor que aguardara un instante porque él también, en un cajón de su escritorio, tenía el nombre de un muchacho aplicado que merecía una oportunidad en otro juzgado. El mensajero radical decía que le parecía correcta la sugerencia y que la iban a estudiar en los próximos meses. Pero esa respuesta no convenía al sabio estilo negociador de Saadi, quien le puntualizaba: “No, m‘hijo. Nada de esperar. En polìtica se paga al contado. No hay fiado”.
Quizás en las cúpulas partidarias se privilegió más la técnica para aprobar la reforma que su propia substancia. Ni siquiera tuvieron en cuenta detalles, en el campo judicial, como el propósito de remover al procurador Casal por medio del juicio politico –quien llegó por la escala burocrática– para sucederlo con el juez Rafecas, alguien que el radicalismo objeta por una situación específica. Un extraño olvido del Gobierno, ya que si bien Rafecas se ha ganado cierto prestigio, en las filas del partido centenario quedó pendiente su actuación en el caso de las “coimas” del Senado, en particular un hecho lateral que nubla las opiniones: un juramento. Por aquella investigación –considerada por algunos un caso de anticipado lawfare–, se dijo que llevó al suicidio al senador mendocino José Genoud, un radical leal que votaba a favor de su gobierno sin necesidad de participar en ninguna “mordida”.
Como sí se podía considerar, en cambio, quizás el voto de algunos peronistas. Frente al cajón, entonces, se juramentaron muchos radicales en un desquite, tarde o temprano, para cuestionar aquella exhaustiva pesquisa de Rafecas que, según ellos, lesionó el estado anímico de Genoud.
Por lo tanto, en varios aún prima ese rencor. No se sabe si alcanza.