COLUMNISTAS
oposición en llamas

Rencores en el PRO

Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal se apartan cada vez más del ex presidente.

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Mauricio Macri. | Pablo Temes

El peor regalo del Día del Amigo lo recibió Mauricio Macri: Horacio Rodríguez Larreta, en público, lo desconoció como entrañable, ni lo incluyó como “hermano del alma”, apenas si lo integró a una lista amplia de relaciones políticas, laborales, comerciales.  

Preciada, claro. Justo le pasa a Macri que, por actividades varias (del deporte a la noche pasando ligeramente por el trabajo), debe haber sido el presidente con mayor cantidad de vínculos en su vida. Al menos, en comparación con los Kirchner, sea Néstor o Cristina, casi monjes ermitaños tibetanos en esa materia de confiabilidad. Hay quienes suponen que lo de HRL fue una respuesta a un acto de Macri que uno desconoce, mientras los más íntimos del jefe de Gobierno estiman que su concepto de amistad es tan limitante y añejo  que solo ha tenido dos exponentes en su vida: uno ya muerto, un nieto de la Fortabat, y otro que hace poco dejó la administración de la Ciudad, Gonzalo Robredo.

Sin embargo, nadie imagina esa declaración desapegada cuando lo acompañaba al ingeniero como su colita rutera en la alcaidía porteña, menos cuando el boquense era presidente.

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Algo parecido a las fruslerías legislativas de esta semana en el Senado, cuando Martín Lousteau en su máxima belicosidad le demandó a Cristina que dejara de tutearlo: en rigor, que no lo tratara de vos, ese hábito que para él era un orgullo al momento de acompañarla como ministro de Economía hasta la infeliz 125, aunque sin alcanzar la cumbre cariñosa de Kicillof, al que ella premió con otra concesión: “A ver vos, chiquito, contame lo que vamos a hacer”. Mejor olvidarse.

Hace menos de un mes, la grieta se cargaba a Macri. Hoy los números son otros.

La indisimulable andanada oral de Rodríguez Larreta también incluye como portadora a María Eugenia Vidal, según algunos más indignada con Macri que el propio jefe de la Ciudad. A su vez, el viajero repentino a Paraguay a un almuerzo en la casa del ex mandatario Horacio Cartes en la calle España, cuyo mobiliario y decoración jamás hubiera elegido Juliana Awada, almacena rencores con quienes negocian con el oficialismo, alternan sesiones fotográficas conjuntas y suponen que habrán de superar una nefasta grieta.

O sea, Rodríguez Larreta y la Vidal. Como se advertirá, la descripcion elude los ardorosos términos de tribuna futbolera que suelen acompañar estas expresiones. Pero la refriega actual no significa una ruptura del PRO, tampoco de la coalicion opositora –de la UCR, solo se trasvasó Ricardo Alfonsín con la embajada en Madrid–,  se empareja en menor intensidad al entuerto de Alberto Fernández con su segunda, Cristina, batallas de distinto porte que desgastan al otro pero evitan su aniquilación: en los dos bloques, cualquier quiebre o desprendimiento interno les arrebata el acceso o la continuidad en el poder. Y nadie olvide que la cabeza de los políticos está aceitada para 2021 y 2023, con o sin pandemia.

Como la porfía de los Fernández cosecha más rating, también sus rabietas y reproches, transcurrió menos advertida la crisis del jefe de gobierno porteño con Macri. Pero tiene volumen y la piedra del escándalo, tal vez, se asienta en el espionaje denunciado a la administración pasada sobre opositores, asociados y parientes, que ha convertido en querellantes a Rodríguez Larreta, Santilli y la Vidal, entre otros.

En ese tablero judicial y político, el ex mandatario en cuarentena tropieza con una doble dificultad: 1) si es cierta y conocía la tarea de inteligencia, razonablemente hay muchos amigos que negarán ese cálido vínculo y ahora agradecen la existencia del Zoom para no tratar esa situación en forma personal, hasta se recoge un imaginativo y pacífico diálogo por esa vía: “Bueno, si vos pensás así, mejor cortamos”; 2) si desconocía esa trapisonda, y esta se ejercía como parece, queda resentida su figura como conductor de gobierno.

En su cercanía debe rumiar el disgusto por lo que le atribuyen con fieles como Dietrich o D’Andreis, y cada tanto alguna comunicación con Marcos Peña (quien le organizó el reportaje del hijo de Vargas Llosa). Del otro lado, Rodríguez Larreta y Santilli padecen un dilema semejante: ¿la policía que ellos dirigían jamás se enteró ni informó sobre ese núcleo de chapuceros espías que se entretenía con el mundo privado de sus propios mandantes? Y si así fue, cuesta entender la distracción.

En esa confusión de dudas privan otras cuestiones. Vidal ya anunció que no hay que esperar más las encuestas para saber quién está mejor posicionado y que su destino, de nuevo, está en la provincia de Buenos Aires como candidata a diputada.

No a la Capital para sustentar a Larreta, aunque es su referente en jefe.

Y el titular porteño –quien esperara los resultados electorales del año próximo para lanzar más tarde su candidatura presidencial–, el que se considera un meritorio superviviente de la vida política argentina,  añora ahora no tener rulos para desentrañar la conveniencia o no de que Macri encabece la lista capitalina. Importa su deseo: controla como un cacique de provincia el aparato partidario.

Hasta hace menos de un mes, la grieta se cargaba a Macri y hundía a voceros suyos como Patricia Bullrich.

Hoy los números han cambiado. Y el alcalde revisa su táctica: la conciliación con Fernández (y hasta con Kicillof) no produce brotes verdes en el campo electoral.

Tampoco lo estimula una pugna con Macri, aunque haya litigios personales o reconozca que el ingeniero solo pretende una sinecura legislativa –como su colega Cristina– para estar más protegido judicialmente de la artillería kirchnerista.  

Complicación no menor el vacío de las primeras figuras del PRO en la Capital Federal: si hasta ya empezaron a medir a Quirós, el ministro sanitarista, como un eventual postulante. El virus seguramente habrá de participar en la elección como vector, su daño no alcanza limites.