Hace poco me encontré por la calle con un viejo periodista que supo revistar durante años en PERFIL quien, medio en serio medio en broma, me señaló que yo muchas veces comento con entusiasmo artículos que salen en suplementos culturales “de la competencia” (sic). Le contesté que mi relación con este prestigiosísimo bisemanario es absolutamente virtuosa, casi ideal: envío mis columnas por mail y cobro por cajero automático. No obstante, debo afirmar que me gustó mucho la columna de Lala Toutonian, el otro día en este mismo suplemento, sobre libros de rock. Ojalá se repita en próximas ediciones. Dicho esto, paso entonces a elogiar un sitio web que suelo frecuentar con verdadero gusto. Me refiero al Archivo Histórico de Revistas Argentinas (Ahira), dirigido por Sylvia Saítta, junto a un importante Consejo de Dirección, dentro del Instituto Ravignani, de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Cito todos estos datos institucionales, por un intercambio, también casual, con alguien que me hizo ver lo importante que era para los investigadores académicos el acceso a esos materiales digitalizados en el sitio web de Ahira, en estos tiempos de pandemia, con las hemerotecas y bibliotecas cerradas. Porque lo que se encuentra en el sitio es un conjunto impresionante de revistas culturales argentinas, digitalizadas en sus colecciones completas. De Centro, Babel, Cuadernos de Forja, a Diario de Poesía, Sitio, Proa y decenas y decenas más, con impecables aparatos críticos de apoyo. El sitio de Ahira es, por lejos, de lo más interesante que se puede hallar hoy en la web. Volviendo al intercambio, me dejó pensando en la figura del lector de Ahira. Mejor dicho, pensando en lo que yo no había pensado: obvio, no sé cómo no me di cuenta que Ahira debe ser usado mayoritariamente por investigadores académicos. Pero si no lo pensé, es porque fui testigo (y participe) de más de una conversación sobre Ahira (en bares como el Félix, por ejemplo) por gente que no integra el mundo académico (en algunos casos que no pertenecieron nunca, en otros que pasaron por allí ya hace mucho) y que, sin embargo, no dejan de entrar al sitio, de leer las revistas que allí se encuentran y, luego, de mantener conversaciones eruditas, apasionadas, rigurosas y polémicas sobre ellas. Se juegan allí “saberes de pasillos”, como decía Horacio González, pasajes entre el mundo académico y la conversación cultural; entre la tesis y la ponencia de un congreso, y la vida intelectual de una sobremesa que se extiende hasta que levantan las sillas del café. Esos pasajes no están exentos de fricciones, malentendidos y disputas. Pero son precisamente esas fricciones, malentendidos y disputas lo que los vuelven más interesantes, más productivos, más vitales. Entre tanto, me encuentro leyendo Compás, revista que publicó un solo número en 1936, dirigida por Leonardo Estarico y Emilio Pettoruti, y en la que colaboró Juan Carlos Paz con un artículo llamado “Strawinsky, a distancia”: “Schönberg (…) plantea sus problemas y los resuelve sin tener que ajustarse a otro estilo que al suyo propio (…) Strawinsky, en cambio, se diluye, pierde su centro en continuos ‘retornos’, que ya comienzan a mostrar más de un aspecto de cansancio, cuando no pura imitación”. Parece una frase sacada de Filosofía de la nueva música, de T.W. Adorno, publicado recién en 1949.