Un antagonismo por fuera de la tradición social argentina se está instituyendo en estos momentos. Se trata de un larvado enfrentamiento simbólico (pero también material) entre los sectores más adinerados de la sociedad y la base más pobre.
Obelisco vs. Guernica. Curiosamente lo alto y lo bajo son los más movilizados a pesar de la cuarentena que, aunque deshilachada, sigue vigente. Los primeros ocupan el espacio público en los banderazos, así como en la marcha a tribunales de esta semana en defensa de los tres jueces que fueron desplazados de Comodoro Py a sus tribunales de origen. Como se observa, las consignas de estos sectores suelen ser políticas, en buena medida abstractas (como la defensa de la República) pero también contra Cristina Kirchner y cada vez más en contra del gobierno de Alberto Fernández. Obviamente se trata de un sector opositor y que Cambiemos intenta capitalizar a toda costa pensando en un retorno con gloria.
En cambio, las personas entre las más desposeídas se movilizan silenciosamente, sin consigna ni referentes visibles hacia la toma de terrenos. Hoy el foco está puesto en Guernica, pero sucede en otras partes de la geografía argentina. Se trata de un sector social que no tiene nada que perder, pero que tensa derechos contradictorios expresados en la CN: el artículo 14° que habla del derecho a una vivienda digna, y el 17° que expresa con claridad la inviolabilidad de la propiedad. Por eso las tomas de terrenos públicos y privados causan tanta perplejidad en la justicia, pero también en la política. Por supuesto que es posible que haya sectores o individuos interesados en promover las tomas, incluso gente que hace negocio con las necesidades de los más pobres, pero no se puede negar la raíz del problema: la argentina produce muchos más pobres que ricos. El 2011 fue el último año que el PBI creció fuerte (6%), para entrar en un sube y baja infernal: en los pares aumentó un promedio de 2,5% pero en los impares bajó en una proporción similar.
El otro fondo. El año impar 2019 fue la excepción porque la economía decrecería en 2,16%, lo que también ayuda a explicar la derrota de Mauricio Macri en su intento de reelección. Incluso el PBI per cápita de hoy es menor al del 2010 (10.000 dólares de 2019 contra 10.385 de aquel año). Simplificando hay menos para repartir entre más gente, considerando que la población crece al 1,1% promedio anual a la que hay que sumarle la inmigración regional. ¿Cómo se saca de la pobreza a esos millones de personas que tienen ingresos familiares menores a 43.000 pesos, la canasta para un hogar de cuatro integrante? Nadie lo sabe. No sólo el país tendría que volver a crecer a un promedio del 5% anual por 10 años, sino que ese crecimiento tendría ser de mano de obra intensiva para incorporar a quienes quedaron afuera. Aun así, se abren mil interrogantes, pues muchas personas que se han hundido en la pobreza estructural desde fines de los noventa han ido perdiendo habilidades y competencias laborales por lo cual no sólo deben ser capacitadas sino reinsertadas en una sociedad que las ha olvidado.
Hay una falta de iniciativa de buena parte del empresariado argentino
Claro que la cosa no es fácil. El 2001 ha dejado huellas visbles en el tiempo cuando muchos comentaristas plantean que el país se vuelca a una crisis de similares proporciones o aún peor. En el 2002 el PBI cayó casi un doce por ciento, más o menos un desplome similar de lo que se espera para este fatídico 2020. Sin embargo, en 2003 la economía se recuperó casi un 8% y siguió con las famosas “tasas chinas” hasta 2009 cuando el país fue afectado por la crisis del sistema financiero mundial y el conflicto con los sectores agropecuarios. El presupuesto presentado por el ministro Martín Guzmán esta semana prevé un aumento del 5,5% del PBI para el año entrante, por lo cual el rebote no llegaría a compensar la pérdida actual.
100% lucha. Aquí se produce la discusión de cuál es el motor del ascenso social en Argentina. Y en este sentido se vuelve a discutir la polarización entre meritocracia e “inclusionismo”. Quienes defienden la meritocracia piensan que solo el esfuerzo individual es el origen legítimo del ascenso social. Desde esta postura todos tendrían la misma oportunidad de triunfar en condiciones de competencia en el mercado. Desde el otro lado, quienes sostienen que amplias franjas de la población han quedado excluidas creen que sólo se pueden (re)integrar por medio de la acción estatal. Con la emergencia de la burguesía industrial europea a fines del siglo XVIII el mérito fue una construcción necesaria para desplazar los privilegios de la nobleza hereditaria, para la que el trabajo era mala palabra. En la Argentina del siglo XX este movimiento se denominó “movilidad social ascendente” que combinó un proceso estructural de industrialización parcial con el esfuerzo de generaciones de migrantes y sus hijos.
Hasta allí quizás la discusión es conceptual, pero la disputa de intereses surge cuando se está generando la ley de Aporte Solidario y Extraordinario, más conocido como el impuesto a la riqueza que como es esperable es resistido por quienes deben contribuir.
Tareas pendientes. Quizás hubiese sido más interesante que los poseedores de grandes fortunas hubieran acordado invertir ese dinero en forma productiva en algún proyecto común que permita multiplicar la riqueza con un componente social. Pero el Estado puede poner precios máximos, controlar la comercialización, hasta intervenir empresas, pero lo que nunca puede hacer es obligar a que los empresarios inviertan. Esta renuencia se observó incluso en los años de oro del primer gobierno kirchnerista, pues una vez que se ocupó la capacidad instalada ociosa, se empezó a ajustar por precio.
Esto habla también de una falta de iniciativa política de buena parte del empresariado argentino, famoso por la frase de “empresarios ricos y empresas pobres”. Quizás se pueda decir que los empresarios deben dedicarse a sus negocios privados, pero cuando se demanda la existencia de una “burguesía nacional” la cuestión se juega en el protagonismo y liderazgo de los hombres de negocios, es decir una visión del conjunto social. Por estos motivos el sector empresario argentino tiene una mala imagen pública, curiosamente compartida con buena parte del sindicalismo con quienes se tienen que sentar a negociar en las paritarias.
*Sociólogo (@cfdeangelis).