El libro más paquete del año se llama El libro de las conchas y, aunque el título suene procaz, en la cuidada edición de Urania se imponen la delicadeza y la elegancia, tanto por las muy bellas ilustraciones como por el texto, que Laura Gentile concluye agradeciendo a su maestro Laiseca (que supo hacer abundante uso de la palabra “conchuda”) y al taller de María Moreno (que no sé si alguna vez escribió “concha”).
Los veintidós brevísimos capítulos describen leyendas apócrifas de tierras remotas en las que la concha ocupa el lugar principal. Este es el más breve de todos: “‘Si quieres conquistar el corazón de un hombre casado, debes matar a su esposa y comerte su concha’, recomiendan las abuelas en el norte de Islandia”. A diferencia de otros libros que tienen relación con el sexo, este es especializado, ya que aquí no hay pijas ni culos ni tetas. Más bien hay humor, como se acaba de ver, pero predominan las metáforas y las metonimias. Estas últimas identifican a la mujer con su concha, en la línea de los inmortales versos de Luis Alberto Spinetta: “Me gusta ese tajo / que ayer conocí” (en realidad, ese es un caso de metáfora más metonimia). Del lado metafórico, Gentile cuenta viajes al interior de las conchas como si fueran relatos fantásticos o de aventuras. Algunas veces, la mujer es la mujer y su concha es su concha, como en la historia de los pintores ingleses anteriores a la era victoriana que pintaban primero minuciosamente la concha de las modelos y, aunque luego la tapaban, se aseguraban así de que el retrato final fuera absolutamente fiel. Acaso Henry James, con sus artistas que revelaban el verdadero carácter de sus personajes, se haya inspirado en esta práctica, aunque no hay testimonio de ello.
Pero así como hay libros paquetes, hay otros que representan el impulso editorial contrario, aunque no se me ocurre un antónimo exacto. Hablo de libros deliberadamente oscuros en sentido estético y filosófico. Me acaba de llegar Lo que enferma, de Sebastián Maturano, y como todas las ediciones de Eloísa Cartonera (que ya cumplió veinte años), responde al lema “Si hay miseria, que se note”, inversión de un clásico. Lo que enferma reúne tres cuentos siniestros ilustrados por el autor. En Las noches, papá y mamá se golpean la cabeza contra la pared mientras que el conejo mascota del hijo crece hasta convertirse en un monstruo aterrador que termina destruyendo la casa. Se puede decir que la lógica de Maturano es onírica, pero también que remite a los dibujos animados, donde las calamidades se suceden a gran velocidad, los personajes se transforman y resucitan. Como la rata del segundo cuento, que muere mil veces y mil veces se convierte en la joroba del protagonista, además de provocar otros desastres. El tercer cuento habla de una droga que provoca erecciones descomunales y el narrador consume en compañía de lo que resulta un mutante que tiene un cronenberguiano orificio sexual dentro de la boca. Como ocurre con cierto sector de la literatura argentina contemporánea, hay relaciones homosexuales que no responden a una narrativa gay sino a la inversión de aquel refrán que decía: “Macho es el que la probó y no le gustó”. Ahora, al macho debe gustarle para serlo. Da miedo Maturano, miedo en serio. Esos cuentos son horribles, pero definitivamente son algo.