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Saber y poder

El filósofo reflexiona acerca de la relación entre el conocimiento técnico y la política, y sobre cómo los análisis teóricos y políticos que Marx elaboró en el siglo XIX mantienen actualidad. Y alerta que combatir la tecnocracia en nombre del “relato” a veces no es más que “romanticismo de pizzería”.

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He tenido la costumbre de pensar que para hacer política y ejercer puestos de responsabilidad dirigencial, hay que tener conocimientos técnicos variados, o, de no tenerlos en grado suficiente, al menos estar mínimamente preparado para que los asesores y otros funcionarios se vean exigidos y no les sea tan fácil imponer sus ideas sin previo análisis.

Quisiera discutir este punto porque ya no me parece convincente y es probable que derive de un cierto idealismo confiado en la buena voluntad y en que siempre existe la mejor solución para los problemas en litigio. Lo que no quiere decir que todo sea ideología o transa y que los conocimientos técnicos estén de más, como lo supone el militantismo ingenuo, sino que el poder tiene con el saber una relación indirecta, oblicua, tangencial o bizca, como quieran.

El saber es importante para la camada de funcionarios de segunda línea, aquellos que deben buscar la salida más adecuada a los dilemas que se les presentan a quienes cumplen funciones ejecutivas.

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Siempre es bueno que en el equipo gobernante haya reconocidos urbanistas, economistas, o analistas de sistemas, pero el éxito de las políticas no depende de ellos, su labor puede ser inútil.
En la política el éxito es un deber inexcusable, no se puede fracasar con la razón del lado del perdedor, porque en la dimensión política la razón es hija de la conveniencia. Esto no tiene que ver con el cinismo, el maquiavelismo, o la brujería.

Tampoco quiero decir que un fracaso en política haga de sus dirigentes culpables de lo acontecido, no se trata de culpa sino de responsabilidades. Es evidente que un político sabe que a cada paso que quiera dar habrá quienes le tenderán una trampa, es el sentido común de la acción política, más allá de los gestos ecuménicos y supuestamente patrióticos.

Hasta mediados del siglo pasado los marxistas sostenían que la sociedad estaba dividida en tres clases: burguesía, pequeña burguesía y proletariado. Un político debía elegir la ideología correspondiente a la clase social que quería representar. No podía evitar estar ligado a los intereses de una de estas clases sociales.

Dentro del mismo paradigma, otros pensaban en términos de alianza de clases, la de la pequeña burguesía y la clase obrera; la de las vanguardias obreras de las sociedades preindustriales con el campesinado, o, en los tiempos de la descolonización, se sobreimprimía el ideario nacionalista, y se hablaba de la burguesía nacional contra la alta burguesía cipaya, etc.

De este modo el saber ideologizado no requería otra pericia que la voluntad política al servicio de un grupo social bien delimitado por su relación con la plusvalía. Es lo que hoy siguen pensando los troskistas argentinos.

Los críticos de este modelo sociológico, consideraron por la misma época que en la sociedad industrial esta división era anacrónica, y que los países avanzados habían logrado por medio del progreso y el Estado de Bienestar, la adhesión de sectores que correspondían a las tres clases y que el conflicto determinado por las relaciones de producción había sido refutado por la misma historia. De ahí que se afirmó que la teoría del valor marxista no era más que especulación metafísica, y que una sociedad próspera dependía del equilibrio que le proporcionaba lo que se llamaba una gran clase media.

Hoy en día el obrero no es el protagonista del cambio social porque constituye una minoría y el trabajo manual no es lo que lo define; las clases medias pueden llegar a agrupar a choferes de camión y gerentes corporativos, y la alta burguesía va de Tinelli a Constantini.

Política de profesores. Aunque la ideología ya no sea más que un placebo o un espejito narcisista, saber no alcanza. Que los políticos que más interesan sepan de lo que hablan, no dice mucho de su habilidad política sino de su pericia pedagógica. Por ejemplo, siempre consideré que Rodolfo Terragno era una esperanza política porque no sólo era honesto sino que se abocaba con esmero a los temas nacionales, desde el cultivo de los híbridos de la remolacha a la producción de gas. No hay como él para presentar un cuadro de los problemas debidos a nuestras falencias y atraso, y de todo lo que habría que hacer para salir del pozo, tan profundo, que sólo con conciencia de las dificultades y con una constancia inclaudicable, es posible remontar de a poco a la superficie.

Pero aquí hay un problema, y es que un buen profesor no es por eso un buen político. Lo mismo creo que pasa con Martín Lousteau. Explica bien las dificultades, pero las explicaciones en política son buenas para la didáctica, y para mí también porque reconozco que comparto el amor de cátedra, pero no para ejercer el poder. La misma impresión me produce Lavagna o la trabajadora Patricia Bullrich, o la incansable Graciela Ocaña, a quien voté.

¿Qué se necesita para llegar y conservar el poder? Lo que es necesario es apoyarse en fuerzas sociales, que ya no son las clases de la sociedad industrial, sino otro tipo de grupos de poder. En nuestro país distingo a los siguientes factores de poder y presión: el aparato sindical; las fuerzas sociales marginales al aparato productivo tradicional que van desde los contingentes liderados por D´Elía,  Milagro Sala, Barrios de pié, piqueteros varios, etc; grupos corporativos financieros y sus ramificaciones en los negocios del agro la industria y medios de comunicación; y lo que se sigue llamando clase media que agrupa a profesionales, técnicos, comerciantes, planteles del sector servicios como la educación y la salud.

A estos espacios compartidos de poder en permanente tensión por expandirse y no perder posiciones, se agregan variables que en la actualidad pueden ser sino determinantes, al menos condicionantes, me refiero a los que intervienen por la globalización. Para dar una referencia inmediata, Brasil, China, y los organismos de crédito internacionales, son tres actores que pueden cambiar el rumbo de las políticas de gobierno nacionales. Tampoco podemos omitir el narcotráfico, el terrorismo o el espionaje, como variables políticas activas a pesar de su clandestinidad.  

Cada uno de los postulantes a la presidencia o a las gobernaciones, y las agrupaciones políticas a las que pertenecen, deciden en quienes se apoyan, para luego buscar aliados en los otros sectores.
No dejo de lado a portavoces de poderes simbólicos como la Iglesia, a los artistas e intelectuales agrupados, periodistas y comunicadores en general, que se disputan la letra, la imagen y la música de las cosas.

Partidos políticos y grupos de poder. El Pro se apoya en el sector corporativo financiero y afines. El FPV en los sindicatos, en los empleados del estado, y los grupos sociales que llaman incluidos y que en realidad están excluidos; UNEN en las capas medias que no tienen organización productiva ni territorial que las agrupe – su individualismo y dispersión es lo que las caracteriza - . Scioli como Maza buscan su grupo de apoyo específico y hasta que no lo encuentren, navegan por todos sin anclarse.

Esto no quiere decir que los líderes o dirigentes gobiernen solo para su grupo –ya que necesita del apoyo de los otros también-  sino que intentará no perder el apoyo del grupo de referencia que le permite ejercer el poder. Se inclinará para uno de los lados.

Esto tampoco quiere decir que necesariamente estos grupos se beneficien con la política de su representante, también los puede perjudicar. El radicalismo perjudicó a la clase media en los gobiernos de Alfonsín y de la Rúa; Menem con el apoyo del peronismo tradicional favoreció al sector financiero y sus medidas económicas produjeron una desocupación del 20%; y lo mismo puede pasar con una política del PRO que vía crediticia ponga en obra una política habitacional eficiente para los sectores pobres. 

Que el saber o la preparación técnica no alcance, no quiere decir que mejores candidatos sean los Midachi,  o un enmascarado con garrote que asalta a un supermercado. La idea de que hay que combatir a la “tecnocracia” que se pretende a-ideológica, y que se lo hace con un relato que con el nombre de mito y con la  beatificación de un líder enamore a las masas, a veces no es más que romanticismo de pizzería, de productores de espectáculos o de biblioteca nacional.

El conocimiento no es malo, ayuda a pensar. Y la ignorancia es peligrosa, porque no se trata de no saber, sino de saber mal. Y saber mal no es una carencia sino una pasión. El que sabe mal es incorregible.

Pero por algo se dice, no sé si es cierto o no  –para seguir con casos recientes- que detrás de Lousteau hay un Nosiglia. Es una imagen que me pareció sintética de que hay quienes aprovechan la juventud del diputado y su buena locuacidad  para darle lecciones de baja política, sin la cual parece que no se llega.

Resumo este autoanálisis que comparto con los lectores interesados. He creído que hoy más que nunca la dirección de los asuntos económicos determinan en última instancia los límites de la praxis política. Por eso los análisis teóricos y políticos que Marx elaboró en el siglo XIX no han dejado de ser actuales. Considero que las discusiones entre economistas son las más interesantes. La verborragia alrededor de la corrupción suena  inocua. De acuerdo a nuestra inveterada costumbre de juzgar, nos convertimos en cuarenta millones de fiscales al mando de una nave pirata. Es una cosa rara este buque fantasma con la bandera argentina de la anticorrupción.

De ahí que supuse, o supongo (ya no lo sé), que “saber” de cuestiones económicas es imprescindible para el análisis político. Y cuando digo economía, me refiero a la economía política, es decir a las fuerzas productivas en términos de capital, recursos humanos  y  tecnología, y las relaciones de propiedad.

Pero un político, además, le habla a alguien, hay un “quien” en su discurso. Decir que los dirigentes le hablan a la ciudadanía, corresponde a una entelequia ilustrada que borra las particularidades geográficas e históricas. El mundo de los derechos no iguala a todos los habitantes sino bajo el manto de la ley, que no es el poder.

Nietzsche siempre insistía en que además del “cómo” hay un “quien” habla, y un contra quien se habla. El saber tiene que ver con ese “cómo”, y el poder con el “quien”.

*Filósofo. www.tomasabraham.com.ar.