¿Dónde va la gente cuando llueve? ¿Y la ropa que usamos en algún momento de nuestras vidas y que ya no recordamos si la regalamos, la perdimos o qué? ¿Dónde estará, quién se estará poniendo ese plush que tanto me gustaba y que usé a los 18 años en un largo viaje por el país? O esas bermudas rayadas, con rayas muy finitas y muy pegadas unas a otras que daban el efecto de un color compacto, celeste? ¿Dónde estarán? Pensaba estas cosas porque ayer vi a un chico con un pulóver muy parecido a uno que yo tenía sobre el final del secundario; lo había comprado en un local de la calle Florida, era importado y muy extraño: tenía diferentes motivos, parecía un tapiz. No lo podría describir, pero si alguien lo viera estoy seguro de que lo recordaría porque se usaron bastante tiempo. Igual que los vaqueros Oxford “piel de durazno” ¿Se acuerdan? Cuando yo crecía mi mamá regalaba mi ropa a mis primos, a amigos más chicos, etc. Pero yo no sé qué hice con la mía cuando ya dependía de mí su cuidado o expulsión del placard. Y como sé que nada puede escapar a la ley de la gravedad, me pregunto en qué lugar estarán ahora transformadas en este bendito planeta. El primer poema que leí de Joaquín Giannuzzi hablaba de esto. Encontré el libro que lo contenía en una mesa de saldos. Era un libro de tapa blanca, el título me pareció extraño: Señales de una causa personal. Me lo llevé, leí el libro entero y nunca volví a ser el mismo lector. Cuando empieza el poema, el poeta está observando un montón de basura: “Comprobé que las cosas no mueren sino que son asesinadas./ Vi ultrajados papeles, cáscaras de fruta, vidrios/ de color inédito, extraños y atormentados metales,/ trapos, huesos, polvo, sustancias inexplicables”. Relataba, al comienzo del poema llamado Basuras al amanecer. Y remataba: “Hasta consuela pensar que ni el mismo excremento/ puede ser obligado a abandonar el planeta”.