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San Alberto de las Vacunas

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Salvador. Para unos santo. Para otros ineficiente. Es la pandemia convertida en arma política. Es el virus de la grieta. | Pablo Temes

Como nunca, la salud, la economía y la política marcaron al mundo y a la Argentina.

Cuando arrancó la pandemia, Alberto Fernández intentó cerrar cualquier duda sobre el camino que elegiría: la cuarentena estricta era la única herramienta para frenar el contagio. En la primera semana de abril se lo dijo a Jorge Fontevecchia: “Prefiero tener 10% más de pobres a que mueran 100 mil personas”.

Hacer que se sabe. La mayoría de los políticos, los medios y la sociedad entendió lo mismo. Por eso el índice de popularidad presidencial llegó a rondar entre el 70 y el 80%. Una aprobación similar recibieron  Kicillof, Rodríguez Larreta y otros mandatarios de distintos signos políticos que quincenalmente rodeaban al jefe de Estado para apoyar nuevas extensiones de la cuarentena.

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No fue un fenómeno solo argentino. En la mayoría de los países pasó eso: el temor a una pandemia inédita y la falta de una vacuna impulsaron a los mandatarios a decretar el aislamiento social. Quienes no lo hicieron (Bolsonaro, Trump o Boris Johnson al principio), fueron considerados terraplanistas.

En el mundo se probaron distintos modelos para enfrentar al Covid. Aún no está claro cuál es el mejor 

Ante una enfermedad desconocida, los presidentes hacían que sabían y los infectólogos también.  

Así como primero se llegó a prohibir el uso de barbijos y después se los consideró obligatorios, la duración de la cuarentena siempre estuvo en debate. En los primeros momentos, Fernández fue elogiado internacionalmente por su rapidez para implantarla. La sociedad argentina celebró su extensión mes a mes y la mayoría de la oposición no se atrevió a opinar lo contrario.

En una columna de abril, cité en off the record a uno de los expertos que trabaja cerca del Gobierno y que estimaba que, sin cuarentena, las víctimas fatales podían trepar a 40 mil. Con la extensa cuarentena incluida, el año terminará con casi 43 mil decesos.

Pero el Presidente no tuvo mucha alternativa: el mundo exigía aislamiento, el comité de expertos que creó le pedía extender la cuarentena todo lo posible y el temor social lo celebraba. Ese apoyo duró meses: todavía en agosto, encuestadoras como Poliarquía y Aresco medían la imagen positiva de Fernández en el 60%. A fines de octubre, siete meses después de comenzada la cuarentena, encuestadoras como Opinaia mostraban que esa forma de aislamiento aún mantenía el apoyo del 53% de la población.

Otros muertos. Desde el inicio  sostuve que, probablemente, las sociedades y sus gobiernos no tuvieran otra chance mejor que impulsar la cuarentena. Pero sí me pareció incorrecta la interpretación presidencial de que, para evitar muertes, debía elegir la salud por sobre la economía. (“Por virus o por pobreza, muertos son muertos”, PERFIL, 19 de abril).

Es que los estudios internacionales ya mostraban las consecuencias fatales que habían provocado las grandes crisis económicas de la humanidad. La crisis argentina de 2001 generó 2.739 muertes infantiles adicionales a las que se venían produciendo y elevó el número de homicidios en 2.475 por encima de la curva histórica. La revista médica The Lancet había estimado que una crisis económica como la griega había ocasionado 14 mil muertes debido al aumento de enfermedades cardíacas, respiratorias, mentales o al cáncer. El Instituto Cardiovascular de Buenos Aires advertía en abril que la falta de una adecuada atención  durante la cuarentena de los problemas cardíacos ocasionaría hasta 9 mil muertes.

Extrapolando las experiencias históricas, un estudio de Luis Huergo estimaba que la destrucción económica producida por las secuelas de la cuarentena causaría unas 50 mil muertes en el país.

¿Entonces fue un error mortal haber extendido tanto la cuarentena como ahora sí sostiene la oposición? Imposible saberlo hoy, con la enfermedad en pleno desarrollo.

Los países que eran tomados de ejemplo hace meses, ahora están en problemas. Hasta septiembre, Alemania tenía menos de 20 muertos por día; hoy roza los 1.000. Durante meses, sus contagios rondaron los 500 diarios, en diciembre alcanzaron los 36 mil.

Vaivén. Apelando a la responsabilidad individual más que a un aislamiento obligado, Uruguay fue un modelo de éxito que durante meses tuvo menos de 20 infectados diarios. Pero en noviembre los casos comenzaron a crecer hasta los casi 800 actuales que obligaron al presidente Lacalle Pou a cerrar las fronteras.

El nivel de popularidad de los líderes mundiales también varió según el imprevisible avance de la pandemia. La aprobación de Macron fue del 46% en abril, pero después comenzó a descender hasta un piso del 29% y hoy está en 38%. Johnson llegó al 62% de popularidad en abril, cuando el Reino Unido era el país europeo con más decesos. Las encuestas ahora le dan veinte puntos menos. En Italia, los vaivenes también afectaron a Giuseppe Conte y, para sorpresa de muchos, hoy alcanza el 57% de aprobación tras un año con 70 mil muertos.

En agosto, la Argentina ocupaba el lugar 47° entre los países con más mortalidad por millón de habitantes. En noviembre escaló al 7° lugar. Ayer ocupaba el 13°, contando solo los países con más de un millón de habitantes. Imposible predecir cómo continuará este ranking negro al que muchos oficialistas y opositores siguen a la espera de que sus resultados finales confirmen sus intereses y prejuicios.

Desconfiar. Es probable que la cuarentena haya salvado vidas y que el congelamiento económico que provocó arroje muertes. También es cierto que la extensión de la cuarentena agotó a una mayoría social que, ya sea por supervivencia psicológica o económica, reclamó su fin. Ese regreso obligado a una casi normalidad antes de la aplicación de la vacuna también aceleró el recrudecimiento de la pandemia. Lo que volverá a significar más muertes.

Desconfíen de quienes aplauden o critican las medidas sanitarias con la certeza de sus preferencias políticas

En el mundo se aplicaron  varios modelos contra la pandemia y la crisis que generó. El problema es que los éxitos y fracasos de unos y otros no dejan claro cuál es el mejor camino a seguir.

Aún no hay santos salvadores a la vista.

Recién se sabrá qué tan bien o mal lo hizo cada gobernante después de que se terminen de contar las víctimas fatales totales por salud y economía.

En la Argentina, en el mientras tanto, unos se regocijan en señalar por qué la vacuna rusa iba a llegar un día y después fue otro, o por qué hasta ayer no servía para los mayores de 60. Otros relatarán el viaje del avión que trajo las vacunas como un partido de fútbol y plantean el futuro operativo de vacunación como una épica propagandística.

Es el peor escenario: una tragedia como la pandemia convertida en arma política.

Sugiero desconfiar de los oficialistas y opositores que aplauden y critican con la certera previsibilidad de su pertenencia política. Y que hablan del desarrollo de la pandemia como si supieran.

Como si pudieran saber de verdad lo que va a pasar.