Que una parte de la sociedad opine lo contrario que otra parte no representa una grieta. La grieta es otra cosa. Es la exacerbación de las diferencias, la incapacidad de debatir, de escuchar al otro.
El debate más difícil. Lo que pasó en los últimos dos años en el país con el tema del aborto y volvió a ocurrir la semana pasada refleja la madurez de una sociedad que, hasta ahora, aceptó discutir sus diferencias con un nivel de respeto que sería bueno ver en otros debates.
Lo meritorio sobresale porque no se trata de un debate menor. Ni siquiera es estar a favor o en contra de un impuesto o de una fórmula jubilatoria.
En el caso del aborto, se enjuicia la vida y la muerte.
Unos sostienen que las mujeres deben ser responsables de sus actos y que el Estado debe aportar educación y contención para evitar embarazos no deseados o para cuidarlos una vez producidos. El problema es que en el país se realizan cientos de miles de abortos clandestinos por año y mueren decenas de mujeres por esa causa.
Haber discutido con respeto sobre un tema tan difícil como el aborto es un signo de madurez social
Otros afirman que la nueva ley no obliga a las mujeres a abortar, sino que evita que las que deseen hacerlo sean penalizadas o mueran en el intento. Pero lo que cuestionan quienes se oponen no es eso, sino que el Estado legalice lo que consideran un asesinato y además les brinde protección a quienes lo cometen.
Es que unos entienden que quienes están a favor de legalizar la interrupción del embarazo son asesinos de niños. Y los otros, que los asesinos son quienes condenan a muerte a mujeres que deben recurrir a abortos clandestinos e inseguros. Unos no pueden entender que una madre mate a un hijo que lleva en su interior. Los otros no comprenden que alguien pueda creer seriamente que un embrión de 0,5 centímetros sea un ser humano.
Entender al otro siempre es difícil y en este caso mucho más. Ese es el extremo dramático de lo que está en cuestión y por lo que sobresale el civilizado duelo de argumentos y el esfuerzo de comprensión mutua.
Ahora sí. Antes de que la posmodernidad arrollara las ideas fuertes de la modernidad, como la religión, las ideologías duras o el concepto de Estado-nación; el del aborto era un tema tabú, quizá el más tabú de todos. Pero el paso a una modernidad líquida fue permitiendo que en el mundo se avanzara con debates imposibles antes de la década del 90, como el del matrimonio gay, la igualdad de géneros o el del propio aborto. Aquí, este último aún no había cobrado estado de debate institucional hasta que hace dos años Macri lo llevó al Congreso.
No es casual que haya sido Macri el primer presidente que pronunció la palabra aborto en un discurso de apertura de sesiones. Él representó bien los valores más lábiles de la posmodernidad, capaz de pronunciarse en contra del aborto y al mismo tiempo promover un debate legislativo y, más tarde, felicitar a los diputados tras la media sanción de 2018.
Que un hombre de la modernidad como Alberto Fernández cumpliera con su promesa de volver a impulsar el proyecto indica que el grueso de la sociedad acepta el debate y que un sector importante adhiere a la iniciativa.
También refleja que los apoyos y oposiciones al proyecto cruzan a todos los grupos etarios, a los sectores socioeconómicos y a los partidos. Y muestra que, por distintos motivos, el debate público puede hacer cambiar de ideas: en la votación del viernes hubo cinco legisladores que votaron al revés que hace dos años.
El caso más notorio de revisión es el de Cristina, que durante 12 años en el poder resistió proyectos sobre el aborto y que en 2018 cambió, aparentemente después de escuchar a su hija Florencia.
¿Plebiscito? Todavía no se sabe si los senadores oficialistas y opositores que apoyan la despenalización son más que los que la rechazan. Lo que sí es probable es que, cualquiera sea el resultado, el tema volverá a ser debatido en el futuro. Es lo que ocurre en el mundo. El del aborto no es un tema cerrado.
En países donde es legal desde hace años, existen movimientos para ilegalizarlo, para limitar la libertad de la mujer para abortar o para descriminalizar a médicos o instituciones que se niegan a efectuarlo. Estos movimientos se dan por ejemplo en los Estados Unidos (Trump impulsó una ley que restringía el aborto en Luisiana y no tuvo el aval de la Corte) y en países de la ex Unión Soviética (el primero en legalizar el aborto, en 1920).
Si el Senado no lo aprobara, inevitablemente el tema volverá a reinstalarse después de las elecciones del próximo año. El fenómeno social que se puso en marcha en la Argentina en favor del derecho de la mujer a elegir no se frenará porque una mayoría de senadores se vuelvan a oponer.
En ese contexto, hace dos años sugerí que el plebiscito podría ser una opción. No porque pudiera blindar cualquier cambio a futuro, pero al menos le daría un apoyo más explícito y permanente a la aprobación o rechazo de esa iniciativa. En un sentido sería más justo. Al tratarse de valoraciones intimísimas sobre la vida y la muerte, quizá sea una votación popular la que muestre mejor lo que piensa la mitad más uno de la población.
En cualquier caso, en un país castigado por una grieta que impide cualquier debate civilizado, es para celebrar que uno de los más difíciles esté teniendo lugar.
Otro signo de madurez sería que los ex presidentes acepten vacunarse primeros, junto a Alberto F
Ex presidentes. Debe ser ese clima que me hace volver sobre otra propuesta que, las veces que la hice, cayó recurrentemente en saco roto: unir a todos los ex presidentes argentinos a través de un evento que escenifique cierto grado de madurez democrática. Una madurez mínima que muestre respeto en especial hacia los millones de personas que los votaron.
Creo que este año se perdieron oportunidades en esa dirección, como la de juntarlos para el primer discurso de Alberto Fernández en el Congreso o la de haber promovido un apoyo conjunto cuando se negociaba la deuda con los acreedores privados.
Ahora el Presidente tiene una nueva chance de motorizar esa convocatoria. Él ya anticipó que sería el primero en aplicarse la vacuna rusa contra el Covid, como una forma de mostrar que es segura y que vacunarse no solo implica una protección individual sino que es una actitud solidaria.
Alberto F tiene la oportunidad de invitar a Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y hasta a Isabel Perón (que vive en España y esta semana envió un audio a la CGT para la presentación de un libro) a que hagan lo mismo. ¿Cuál sería la contraindicación política? ¿Quién le podría decir que no?
Los ex mandatarios estadounidenses Clinton, Bush y Obama acaban de hacerlo. Anunciaron que se vacunarán para reforzar la confianza pública en el sistema sanitario.
Para el Presidente sería una forma de mostrarse por encima de la grieta que marcó a los últimos gobiernos.
Para cada uno de los ex jefes de Estado sería un reconocimiento hacia sus investiduras y les aportaría respetabilidad.
Para la sociedad sería un indicio de sensatez de sus dirigentes, un signo de respeto por sí mismos, una señal de que somos capaces de reconocer al otro, una proclama antigrieta, una señal de esperanza.
El mejor regalo de Navidad para cerrar el peor año de nuestra historia.