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¿Se equivocó Alfonsín en la Constitución 1994?

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Convencionales constituyentes. En primera fila, Raúl Alfonsín y los presidentes de la Cámara de Diputados, Alberto Pierri, y del Senado, Eduardo Menem. | captura de video

La gigantesca movilización del jueves uniendo no solo a los gremios de la CGT y asociados sino a todo tipo de representantes y representados de la sociedad civil, a solo 46 días de iniciado el mandato presidencial, es síntoma de una fractura de la sociedad que no para de ahondarse, herida y no grieta, como prefiere llamarla el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, que debe hacernos reflexionar a todos sobre el mal funcionamiento de una parte de nuestro sistema político-electoral.

Que el 56% de los argentinos haya elegido en 2023 como presidente a quien dos años antes no tenía ni partido, como Javier Milei, o que en 2015 el 51% de los argentinos eligiera como presidente al fundador de un partido vecinalista que hasta cuatro años antes solo había conseguido gobernar dos municipios surcados por la porteña avenida General Paz: CABA y Vicente López, o sea todos aprendices y sin estructura política nacional ni legislativa, indica un claro fracaso de la política en su conjunto.

Paro a los 46 días y el 56% de los votos son dos realidades tan contrapuestas como sintomáticas   

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El fracaso de los partidos no es solo el fracaso de los políticos, es también el fracaso de la sociedad civil, de los medios de comunicación y de los principales actores económicos y culturales del país. El rechazo a los políticos, a la “casta” (me aburre la repetición de ese falso eslogan), es el rechazo a nosotros mismos, una actitud autodestructiva que nos infligimos en momentos de enojo como el niño que, en estado de rabieta, rompe su propio juguete.

Que Macri y Milei hayan podido ser presidentes comparte una explicación en común: el antiperonismo y la modificación de la Constitución en 1994, con la inclusión del balotaje, con el que Alfonsín creyó haber encontrado la “vacuna” para que no ganase casi siempre el peronismo, agrupando en una segunda vuelta a todos los que se le oponen. Descontando que el radicalismo sería el que aglutinaría esas coaliciones y no que terminaría siendo el furgón de cola de ellas, como sucedió tanto en 2015 como en 2023.

En parte tuvo razón, si en 1994 no se hubiera modificado la Constitución agregando la segunda vuelta, en 2015 hubiera sido presidente Scioli y no Macri, así como en 2023 hubiera sido presidente Massa y no Milei (además de que en 2003 hubiera sido presidente Carlos Menem y no Néstor Kirchner, pero ambos son peronistas).

Es que el balotaje induce a “votar contra” y, como todo contra, termina convirtiendo al agente en paciente y al victimario en víctima de su acción hacia otro. En un reportaje hace ya una década, el politólogo francés Alain Rouquié, autor del libro El siglo de Perón, me dijo: “El mejor peronismo es el peronismo perseguido” porque “el mejor invento del peronismo fue el antiperonismo”. Es el antiperonismo el que hace renacer una y otra vez al peronismo porque, con tal de que no gane, no se elige la mejor opción sino a quien represente más lo opuesto al peronismo, haya sido militar o elegido democráticamente. Y al no elegir la mejor opción sino al más antinómico, se termina cumpliendo aquella ironía de Perón: “No es que nosotros seamos buenos sino que los otros son peores”.

Alfonsín no había sido el único en creer haber descubierto en el balotaje el antídoto antiperonista, la penúltima dictadura militar en 1972, antes de llamar elecciones para que no ganase el peronismo, modificó la ley electoral imponiendo segunda vuelta si el candidato ganador no hubiera obtenido más del 50% del total de los votos. Pero en marzo de 1973 el delegado de Perón, Héctor Cámpora, obtuvo el 49,53% de los votos y el radical Ricardo Balbín, que había obtenido el 29%, le concedió la victoria, y seis meses después, tras un nuevo llamado a elecciones, ya el propio Perón obtuvo el 62% de los votos.

El balotaje es bastante común en Sudamérica (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Uruguay) y fue instaurando recién en las últimas décadas, con turbulencias y sin mucho éxito. Y es una rareza en los países desarrollados, solo Francia es la excepción y de donde se desprende el término ballottage, compuesto por el prefijo ballote, traducido como “pelotita”, ya que en el siglo XIX las elecciones se hacían con bolitas de diferentes colores representando cada una de ellas a un candidato diferente.

Otro problema del balotaje es que, si quien ganara en primera vuelta después terminara perdiendo en el balotaje y en la primera vuelta fuera cuando se eligieran gobernadores, diputados y senadores nacionales, la representación de la mayoría en el Congreso y en el territorio federal terminaría no coincidiendo y hasta siendo literalmente contrapuesta a la del presidente electo, generando conflictos de poderes o falta de gobernabilidad, como esta que estamos asistiendo ahora en la novel presidencia de Milei.

El balotaje tiende a hacer presidentes a quienes tienen minorías territoriales y parlamentarias   

En la mayoría de los países europeos el sistema es parlamentarista, haciendo abstracto el balotaje y, como Alfonsín admiraba a Europa y su sistema parlamentario, empujó la reforma constitucional de 1994 hacia el parlamentarismo, sin éxito. Los constituyentes lo “conformaron” con la creación de la figura del jefe de Gabinete, que puede ser relevado por el Congreso, un híbrido que finalmente hizo que el verdadero primus inter pares de los ministros fueran los ministros de Economía, como se vio recientemente con Sergio Massa. Casi nadie recuerda los nombres de los jefes de Gabinete Cristian Colombo y Alfredo Atanasof, supuestamente superiores jerárquicos de Cavallo y Lavagna en las presidencias de De la Rúa y Duhalde. Y la presidencia de Alberto Fernández prácticamente concluyó el día que renunció Martín Guzmán, esfumándose con él el poco poder autonómico que le quedaba frente a Massa y a la vicepresidenta.

Hacer que no vuelva el peronismo no sería votar contra el peronismo sino dejar de pensar reactivamente, superando la circular antinomia. Ojalá esta vez haya sido la última, superando más que oponiendo.