No ocurrió hace mucho tiempo, sino apenas hace un par de años. Forma parte, por lo tanto, de nuestra memoria reciente (o de un olvido reciente, para quienes así lo prefirieron). Patricia Bullrich, candidata por entonces a la presidencia de la Nación, alertó a los argentinos de que las ideas impulsadas por Javier Milei eran muy peligrosas para la población; que, en caso de prosperar, estaríamos verdaderamente en problemas. Hay que decir que lo explicó bastante bien, que supo dar un fundamento a lo que con gran alarma planteaba.
Javier Milei, por su parte, candidato por entonces a la presidencia de la Nación, denunció a viva voz a Patricia Bullrich ante la ciudadanía, endilgándole ni más ni menos que la condición de asesina de niños (luego ajustada como acusación por el asesinato de un solo niño, lo cual es gravísimo también). Hay que decir que Milei no probó ni argumentó lo que decía, tal vez porque no es su estilo o tal vez porque no está capacitado para hacerlo (o tal vez porque, no estando capacitado para hacerlo, ha tenido que desarrollar otro estilo): lo que hizo fue vociferarlo, exaltado, agresivo, enardecido, fuera de sí.
Ahora bien, ¿qué pensó Patricia Bullrich de lo que Javier Milei había dicho de ella cuando, sin haber mediado revisión ni rectificación de fondo, accedió a formar parte de su gobierno, y ni más ni menos que en el área de administración de la violencia del Estado? Y en especial, ¿qué pensó Patricia Bullrich de lo que ella misma había dicho acerca del proyecto de Javier Milei, de los temores que ella misma señaló, de las buenas razones que brindó, al acceder así sin más a integrarse a ese mismo proyecto?
Tal vez podemos, en estos días, desprender de aquellos asertos al menos dos señales certeras. Una: que, en efecto, el proyecto de Javier Milei es de veras peligroso. La otra: que, en efecto, más allá de lo que en su juventud haya hecho o no haya hecho, a Patricia Bullrich la muerte de un niño no la estremece ni la sensibiliza. La usa políticamente y no le parece prioritario evitarla, habilitando que sus subordinados disparen a mansalva en plena calle.