Cinco días antes de morir, el 21 de febrero de 2015, Julio Strassera llegó agitado al estudio de radio de la Ciudad donde íbamos a grabar el programa La conversación. Tengo el recuerdo de esa tarde como una serie de fotografías que cobran vida a medida que las miro. Julio está sentado, tomando el café que le ofreció Baltazar Jaramillo, el director de la radio, después de ayudarlo a subir, lentamente, dos pisos por la escalera. El ascensor, en reparación, no llegaba al octavo. Julio viste un traje marrón oscuro, camisa crema, sin corbata, el cuello abierto.
“Hola Julio, qué alegría verte”, le digo, “No andaba el ascensor”, protesta, a modo de saludo. Me río, sonríe, se para, nos damos un abrazo. Se le nota la fatiga. Hablamos de la familia, le pregunto por su mujer, con la que coincidimos en Humahuaca, Jujuy, para el Tantanakuy, “encuentro de semejantes” en quechua. Se queda a mitad de lo que quiere decir. Toma aire, sigue. Los dos pisos por escalera, pienso. Pide algo de Troilo para escuchar durante el programa. Elige un par de tangos.
Se coloca los auriculares. Probamos micrófonos. Detrás del vidrio de la cabina, el operador aprueba. Después de la presentación del programa, antes de iniciar la conversación le propongo escuchar el final del histórico alegato tomado del audio original. “... Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: nunca más”. Se oye el griterío de fondo. Hago una pausa. Me mira. Le brillan los ojos. Estira el brazo, me toca la mano.
“Señores jueces, nunca más”, repito. Hace ya más de treinta años, Julio, le digo. “Así es, dice, y yo pensaba honestamente que iba a ser nunca más, porque teníamos un gobierno democrático”. Esa frase, ¿la tenías pensada, te salió naturalmente cuando escribías el alegato? “No la tenía prevista. Cuando estaba en la parte final, pensé, como yo había tomado todos los casos del informe de la Conadep, que era un homenaje al Nunca más, y a Ernesto Sabato”. Dos palabras, le recuerdo, que interpretaron el sentimiento de la sociedad. Era todo lo que queríamos, lo que soñábamos. una República, vivir en democracia, libertad, Justicia.
“No conozco ni un caso similar al de Nisman. Ni siquiera en la dictadura se amenazaba directamente a los fiscales o los jueces”
¿Cómo te sentís hoy? “Francamente mal. Yo dije entonces nunca más convencido porque había un gobierno auténticamente democrático, donde los legisladores inclusive le votaban en contra a Alfonsín”. Ahora decimos que la muerte de un fiscal (Nisman, un mes antes) fue el crimen más grave que ocurrió en democracia, ¡no señor! Desde que asumieron los Kirchner no hay democracia, y voy a dar un ejemplo. Si por democracia entendemos un gobierno elegido por el voto popular, vivimos en democracia, pero también Hitler y Mussolini fueron elegidos. Ahora, cuando un gobierno no respeta la división de poderes, la decisión de los jueces, no es un gobierno democrático”.
Más allá de una mirada que puede ser considerada partidaria, me interesa Julio tratar de explicarnos que fue lo que nos pasó desde aquél “Nunca Más”, cuando creíamos que todo era posible. ¿Por qué después de treinta años sentimos este desencanto con una democracia que prometía tanto? “Esto empezó con el atropello a la Justicia. La gente comenzó a descreer de la Justicia. No conozco a ningún funcionario condenado por actos de corrupción. La única fue María Julia Alsogaray, un chivo expiatorio de un gobierno que tenía gente mucho peor que ella. También hay que reconocer que este tipo de delitos es de prueba bastante dificultosa. Por eso, cuando te encontrás con jueces que respetan la ley, ellos pueden decir: este tipo está metido hasta las cejas, pero yo no tengo pruebas, y los sobreseen o lo absuelven”.
“Los militares también intentaron ocultar las pruebas, pero yo tenía la Conadep, que fue algo espectacular. Tomé de ahí los casos que iba a presentar”. Recuerdo, Julio, que fuiste a entrevistarte con el Nuncio, Ubaldo Calabresi, el embajador del Papa, la Iglesia tenía denuncias por los sacerdotes que asistían a las torturas. “Les pedí que colaboraran. El Nuncio me amenazó directamente, me dijo tenga cuidado, me ponía el dedo así, adelante de la nariz, esto se le va a dar vuelta me decía, si cita a un sacerdote se las va a tener que ver con la Iglesia”. Un poder que ejerce mucha presión sobre la Justicia. “Sí, sí, pero también tuve en el juicio un testigo privilegiado como monseñor Hesayne, ojo”.
¿La Justicia es cómplice del poder político? “Yo no diría que es cómplice, sí que ha habido jueces cómplices. En todas las épocas hubo jueces dignísimos, pero también hubo otros como Oyarbide. Para expulsarlo a Oyarbide se necesitan las dos terceras partes de los votos en el Consejo de la Magistratura, y eso no se consigue porque el gobierno lo protege. La Justicia se fue deteriorando de a poco. Pero no nos olvidemos que, así como tuvimos a la Corte de la mayoría automática, tenemos la Corte actual que ha demostrado independencia y bastante buen criterio. Tiene jueces como Lorenzetti, Highton de Nolasco, más o menos próximos al gobierno, pero que votan libremente, Maqueda también”.
¿Recordás algún caso parecido al de Nisman? “No, no, de ninguna manera. Ni siquiera en la época de la dictadura se amenazaba directamente a los fiscales, o los jueces. Los fiscales deben sentirse muy mal por esto, pero no creo que tengan miedo. No voy a hacer nombres, pero hoy existen fiscales de primera, que cumplen con sus obligaciones, que no le temen a nada. Otros fueron echados, como el fiscal de la causa Ciccone”.
El futuro, todo lo que esperamos de este país, parece estar pendiente de que un grupo de fiscales pueda hacer su trabajo. “Exacto, y ellos están pendientes del sorteo, porque si te toca un juez como Oyarbide, olvídate de hacer Justicia”. Es una República jugada a la lotería. “Exacto. También es una República dividida. Yo ya tengo algunos años, viví épocas como peronismo- antiperonismo, ahora la división es la misma”. La eterna repetición de lo mismo, Julio. “Antes era otra cosa. Yo he conocido legisladores como Nélida Baigorria, frondicista, que le votó en contra a Frondizi en el Senado porque estaba en contra de la ley de educación. Durante el gobierno de Alfonsín hubo diputados radicales que le votaron en contra la ley de obediencia debida. Era gente que pensaba, no cumplían órdenes porque sí. Hoy, este Parlamento no se respeta a sí mismo, como quieren que lo respeten los demás. Levantan mansamente la mano”.
Hacemos una pausa. Escucha Mano blanca. Letra de Homero Manzi, canta Alberto Castillo. “Dónde vas carrerito del este/castigando tu yunta de ruanos/y mostrando en la chata celeste/las dos iniciales pintadas a mano/Reluciendo la estrella de bronce/claveteada en la suela de cuero/dónde vas carrerito del Once/cruzando ligero las calles del Sur/¡Porteñito!/ ¡Manoblanca!/Vamos ¡fuerza, que viene barranca!/¡Manoblanca! ¡Porteñito!/¡Fuerza! ¡vamos, que falta un poquito!/¡Bueno! ¡bueno!/ ¡Ya salimos!/Ahora sigan parejo otra vez/que esta noche me espera un cariño/ en la Avenida Centenera y Tabaré”. Habla de Castillo, “uno de los pocos que nunca desafinaba, el otro era Ángel Vargas”.
Retomamos la conversación. Me cuenta historias de su vida. “Dejé el colegio en tercero del secundario. Hasta que una chica, hablando de otro, me dijo: ‘No es un vago como vos’. Ahí, retomé. En un año y medio di tercero, cuarto y quinto”. Respondiste a una acusación injusta, le digo, ya tenías la vocación. “Estudiar era como una adicción, hice muy rápido los primeros años de la carrera, después me calmé un poco. Fui un estudiante regular. Había mucha militancia, los profesores también tenían su inclinación partidaria, pero no hacían política en la facultad, transmitían ciencia. Tuve grandes maestros, como Sebastián Soler”.
¿Alguna vez te decepcionó la Justicia? “Nunca. Te voy a contar una anécdota. Durante el gobierno de Isabel Perón, el pliego del juez Inchausti estaba en el Senado para ascender a camarista. Recibe un habeas corpus por Quieto, uno de los jefes de Montoneros. Inchausti nos reúne a los secretarios y nos dice: ‘Muchachos, yo sé que por esta decisión me van a retirar el pliego, no voy a ascender, pero estoy convencido’, y dio curso al hábeas corpus”.
Los fiscales no tienen quien los defienda. La mayoría son casi anónimos. Tipos dignos, honestos, haciendo un trabajo decente, como Julio Strassera
¿Por qué los rechazaban durante la dictadura? “Los jueces no tenían más remedio que rechazarlos porque los militares no respondían a los pedidos de información. Inclusive, la Corte Suprema hizo un dictamen reclamando que informaran sobre el destino de las personas detenidas. Hasta que llegó la comisión de la OEA (en 1979), mucho no se sabía sobre cómo operaban. En esa época yo estaba muy indignado con la violencia de los subversivos, temía una guerra civil. ¿Estaban infiltrados los grupos guerrilleros? “Eso se dijo después, que ciertos operativos estaban infiltrados por los servicios de inteligencia de los militares, como en el caso del copamiento del Regimiento de Azul, y en la contraofensiva. Los estaban esperando”.
Mandaron pibes a la muerte, Julio. “Esa es la enorme responsabilidad que tienen individuos como Firmenich, y algunos ideólogos, dirigentes montoneros que están actuando ahora, inclusive en la Cámara de Diputados. y que no han asumido su responsabilidad. Te digo más, hay un caso de un diputado que ha cobrado indemnización como perseguido político y participó nada menos que en el intento de toma del cuartel de Formosa. No fueron condenados todos los responsables”.
Como persona de la Justicia, tenés que convivir con esas decisiones. “Sí, pero también hay que terminar con el uso político de los derechos humanos. No entiendo por qué se condenó a Videla a cuatro cadenas perpetuas. Con una, bastaba. ¡Cuidado! Yo no voy a defender a los que acusé, pero los derechos humanos son para todos, hasta para los violadores de derechos humanos. Resulta que un homicida y violador cumple prisión domiciliaria después de los 70 años y un militar, enfermo, con 80 o 90 años, tiene que seguir en la cárcel”.
¿Qué hicieron los Kirchner en Santa Cruz durante la dictadura? “Una de las pruebas que yo pedí, porque era fundamental para el juicio a las Juntas de comandantes, eran los habeas corpus presentados en todo el país. Quería demostrar la falsedad de todos los informes con los que contestaban los militares. No hay uno solo firmado por Néstor o Cristina Kirchner. Ni uno. Ni siquiera el de Cepernic, quien fue gobernador de su provincia. A la vez, hubo abogados que arriesgaron su vida, y desaparecieron por asumir ese tipo de defensas”.
¿Tenés dudas, como asegura el constitucionalista Daniel Sabsay, de que Cristina Kirchner sea abogada? “Tengo muchas dudas. ¿Qué haría yo, si alguien duda de que soy abogado?, busco mi diploma y se lo extiendo delante de la nariz. Estos temas me causan indignación realmente. Yo tuve inconvenientes hace poco, cuando Macri habló del curro de los derechos humanos. Me dijeron de todo porque dije que estaba de acuerdo, pero pienso que es eso”.
Escuchamos otro tango, Malena. Hablamos del reconocimiento que tiene, de cuánto le agradece la gente. “Me tocó eso”. Será, Julio, le digo, que tu imagen nos revive aquello que sentíamos y, a la vez, revela la necesidad, casi desesperación, que tenemos ahora de Justicia. A la sociedad, a todos, nos cuesta entender qué pasó. “El buen funcionamiento de la Justicia tiene que partir de un buen funcionamiento del sistema democrático”, insiste.
Te dejo los últimos minutos del programa para que hagas tu alegato. ¿Qué dirías hoy? “Tendría que incursionar en el tema político. Van a decir: éste es un propagandista. Pero, bueno, diría que hay que volver a vivir en un sistema democrático. Tenemos la posibilidad en las próximas elecciones de votar y saber votar. Yo no voy a recomendar, pero voy a pedir: por favor, no voten nada que sea la continuación de este gobierno. Es catastrófico. Ése sería mi alegato”. Dirías otro ‘Nunca Más’. “Exacto, a este gobierno nunca más”.
“Si hay un minuto más”, pide, “quiero recordar una cosa. Fui a verlo a Alfonsín un día antes de la primera audiencia del juicio. Se despidió de mí y me dijo: ¡ah, tengo que decirle algo más Julio!, yo no tengo ninguna instrucción que darle, haga lo que quiera. Me dijo eso en un momento en que el Poder Ejecutivo podía dar instrucciones a los fiscales. Así que, realmente, yo añoro esa época”.
Llegamos al final justo a tiempo. Tenía que despedirlo. Te agradezco mucho, Julio, lo que has hecho como fiscal, como ciudadano. Indignarte, elevar tu voz, bancarte que algunos te insulten. Sin embargo, también estoy seguro de que hay miles y miles de personas que te reconocen por lo que has hecho. Terminó. Siguió hablando, acusando, tenía una causa, era, se sentía el fiscal de la República. Bajamos con cuidado los dos pisos, esperamos el ascensor, nos dimos otro abrazo. El último.
Luis Moreno Ocampo, fiscal adjunto en el Juicio a las Juntas de comandantes de la dictadura militar, dijo en una entrevista con PERFIL. “Julio Strassera es un prócer argentino, pero su estatua no va a tener caballo, ni sable. El escultor tendrá que representar sus armas: la verdad y la ley. Entre 1983 y 1985 Argentina construyó los cimientos de la democracia y en ese momento clave Julio Strassera hizo una contribución fundamental, representó a toda una sociedad harta de crímenes y abusos de poder que había votado por investigar el pasado y hacer Justicia”.
No hay estatuas de fiscales. Ni nombres de calles que los recuerden, ni avenidas, ni placas destacadas. Hay de militares golpistas, gobernantes corruptos, funcionarios que dieron limosnas, o capos mafiosos que de no estar muertos estarían presos. El Centro Cultural más importante del país se llama Néstor Kirchner, no Borges, no Quino, no María Elena Walsh. El campo de entrenamiento de la selección argentina de fútbol se llama Julio Grondona, no Maradona, no Messi, no Di Stéfano. Los fiscales no tienen quién los defienda. La mayoría son casi anónimos. Tipos dignos, honestos, haciendo un trabajo decente, como Julio Strassera.
Será justicia.
*Periodista.