COLUMNISTAS
EL DILEMA DE CFK

¿Será la jefa de campaña?

Por <strong>Marcos Novaro </strong>| Para el kirchnerismo es prácticamente un hecho que su candidato será el gobernador bonaerense. La gran incógnita: el rol la Presidenta.

"Mmmmmm...", Daniel Scioli.
| Pablo Temes

El gobernador bonaerense se afirma como candidato oficial a la sucesión. Mientras, la Presidenta disfruta de cierto brillo crepuscular en el ocaso de su mandato. Interpreta que ese brillo más el temor que viene cultivando en la opinión a “perder lo que tenemos” le alcanzan para ser la gran electora en 2015, dejar sembrado el sistema político (igual que la administración) de acólitos y limitar al máximo la autonomía del PJ. Que empezando por el propio Scioli ensaya otra de sus cíclicas amnesias de lealtades juradas.

Pero Cristina enfrenta un dilema: su popularidad remanente en la sociedad se debe en gran medida a la perspectiva de su salida, y a la percepción colectiva de que está cada vez menos envuelta en las batallas del momento y va camino a ingresar al panteón de los ex presidentes; puede muy bien suceder que en caso de oficiar de jefa de campaña, o peor aún de candidata a algún cargo electivo, pierda buena parte del capital político que necesita para, eventualmente, volver más adelante al ruedo.

El sciolismo tiene sus propios motivos para desaconsejarle un rol protagónico a Cristina: como jefa de campaña o candidata, aunque sea a una intrascendente banca del Mercosur, será difícil probar el cambio en la continuidad que la ola naranja promete. Y podrían repetirse los problemas que en 2003 y 2007 enfrentaron los candidatos oficialistas, sin las ventajas: se instalaría la idea de que se ofrece un candidato que si es electo estará condenado a ejercer sólo parte del poder, y sin el empuje de un proceso económico que haga pensar, como sucedió en esas ocasiones, que  no necesitará ejercerlo en plenitud, o que podrá con el tiempo corregir ese déficit.

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Aunque ya la candidatura de Scioli es un hecho casi inescapable para el kirchnerismo, lo que aún no está claro es en qué términos convivirán unos y otros. Para el sciolismo sería aceptable que Cristina reinara pero no gobernara, para el kirchnerismo Scioli debería aceptar que su llegada al gobierno no significará conquistar el poder. Un conflicto en el que se enfrentan no sólo intereses, sino sobre todo percepciones contradictorias.

Como se sabe, las ideas no se negocian tan fácilmente como los intereses. 

Para los kirchneristas la persistente popularidad de su jefa prueba que su liderazgo no responde a los transitorios mandatos electivos, sino a las perennes pasiones populares. De allí que pueda trascender las reglas de la institucionalidad democrática, que si no se ha podido amoldar a sus necesidades y tiempos peor para ella.

Es curioso que para justificar esta idea se recurra a comparaciones con Bachelet y el PS chileno, o Lula y el PT, pues lo que siempre distinguió a Cristina fue que nunca le interesó ser jefa del partido al que pertenece. Por eso es natural que ahora le resulte más difícil controlarlo, como muestran las debilidades que brindó el Ejecutivo en las últimas semanas: las disidencias de senadores oficialistas a varios de los proyectos de ley, la rebelión de los jueces federales en casos de corrupción que involucran autoridades, el fracaso en contener a los gremios del transporte en sus reclamos contra Ganancias y por un bono de fin de año, y la reunión en Mendoza donde los jefes provinciales consagraron a Scioli como primus inter pares.

Todo esto alienta a los aspirantes a protagonizar la próxima etapa del peronismo a no dejarse impresionar por el brillo crepuscular de la imagen presidencial. Para ellos, que la sociedad haya pasado de estar dominada en el período 2012-2013 por pasiones a favor y en contra de Cristina, a un cuadro en que lo que predomina es el cansancio y el temor, ofrece una imperdible oportunidad para su propio reciclado: les puede permitir dar vuelta la página de su adhesión al “modelo” sin que el partido sufra tantas tensiones como en 1985-1989, o en 1999-2003. Y es natural por tanto que adhieran en general a Scioli, quien sintetiza mejor que nadie esa mezcla de temores y nostalgias.

El punto de equilibrio entre el “que reine pero ya no gobierne” y su opuesto “Scioli al gobierno, Cristina al poder” está dado por una coalición electoral aún viable entre todos los que han sacado algún provecho de las políticas de estos años, que, como se sabe, son muchos y diversos. Para el oficialismo sería relativamente fácil retener el grueso del voto de sectores bajos que dependen del presupuesto público, y donde el temor a lo que se viene es más pronunciado. A su público de izquierda cree tenerlo asegurado, más todavía a la luz del curso declinante de FAU, cuyo volumen en la sociedad no hay que exagerar. Así que su desafío es competir por los dubitativos, moderados, ideológicamente indefinidos, o de derecha. Y allí Scioli puede hacerlo tan bien como Macri y Massa. Con sumar parte de ese voto y asegurarse la fragmentación del resto podría llegar al 40% con diez puntos de distancia con el segundo, y liquidar el asunto en primera vuelta.

Una estrategia de “catch all”, con luchas contra los buitres y el imperialismo mientras se alimenta la bicicleta financiera con bonos de todos los colores, amenazas a los empresarios especuladores que se fugan al dólar o aumentan los precios, a Clarín que sigue “manipulando las conciencias” y también a los gremialistas y las “izquierdas maximalistas” que desestabilizan con sus protestas, incluso ahora a los extranjeros indocumentados, todo al mismo tiempo, sólo en apariencia es un abandono del ideario oficial.

Porque siempre ese ideario combinó dosis parejas de fanatismo y oportunismo. Como viene haciendo Scioli desde hace años, diciéndole a cada uno lo que espera escuchar.

Así las cosas, el principal obstáculo que enfrenta el oficialismo para lograr su continuidad no son las distintas versiones que de ella se hacen sus facciones, sino la resistencia social a adoptarla como mejor futuro posible. Y por más que se frustre una amplia coalición opositora, seguirá habiendo un mecanismo  para que esa resistencia se exprese, que el propio kirchnerismo le proveyó: sea en dos, tres o más fórmulas, los opositores podrán usar las PASO como gran interna entre ellos, predisponiendo a los electores, acostumbrados a un uso estratégico del voto desde hace ya tiempo, a apoyar al mejor situado de todos ellos en la primera vuelta.