La anomia no es excepcional. Ocurre en todos los países con mayor o menor intensidad y depende de los momentos históricos. Tiende a extenderse en la sociedad occidental porque la intensidad y la frecuencia de la comunicación entre las personas condujo a que se relajen las normas y se debilite la fe en ideas absolutas. Tiene que ver también con las culturas. La población de los países nórdicos y Suiza tendía a ser muy respetuosa de las convenciones sociales. Ginebra era hace treinta años una ciudad agobiante, quienes teníamos un espíritu inquieto no podíamos soportarla sin salir en cuanto podíamos al West End para respirar algo de transgresión.
Ecuador. A veces la anomia se extiende en nuestras sociedades de tal manera, que se invierten los valores y la realidad se hace difícil de comprender para quienes tenemos una formación académica formal. En 1996 ganó las elecciones presidenciales de Ecuador Abdalá Bucaram, que representaba a amplios sectores populares cansados de un sistema que no entendían y rechazaban todo lo que se identificara con la política formal. Se sentían marginados por el establishment. Cuando un fenómeno de este tipo se agudiza, puede terminar generando un anticandidato, como ocurrió en este caso. Bucaram crecía en las encuestas cada vez que hacía algo que enojaba a la culta sociedad. Era un personaje marginal, inteligente, que expresaba un resentimiento social radical. Mientras más se lo acusaba de hechos delictivos, mientras más hacía cosas extravagantes, su situación mejoraba. Había algo más: contrariando toda teoría, su intención de voto subía cuando subía su rechazo. Muchos votantes votaban por él porque les desagradaba, porque lo creían delincuente, porque suponían que iba a destruir al país. Contrató a un antiguo grupo de rock uruguayo, Los Iracundos, y recorrió el país protagonizando shows estrafalarios. Producía y cantaba su propia propaganda, decía cosas que nunca se habían escuchado en el país, ni en su forma ni en su contenido.
Bucaram asumió en agosto de 1996. Produjo tanta violencia verbal e institucional, que fue destituido a los seis meses, iniciándose un período caótico de la historia ecuatoriana que dura hasta hoy. Algunos aprendimos que más allá de la pasión del momento, la ruptura de las instituciones y del debido proceso solo lleva a desbaratar a una sociedad. Su triunfo me llevó a publicar en Capel, Costa Rica, un ensayo que se ofrece en la edición de Perfil.com para los lectores que quieran profundizar en el tema.
(El ensayo sobre Bucaram y otros videos de su campaña: (http://bit.ly/triunfo-nuevo-caudillo ) (https://www.youtube.com/watch?v=pgePnGHpA5s) y (https://www.youtube.com/watch?v=qWaWm8dJACo) (https://www.youtube.com/watch?v=516Vn_9RYdo)
Brasil. Es posible que la destitución de Dilma Roussefff tenga el mismo efecto negativo en Brasil. De los procesos que dañan a las instituciones no se derivan buenas consecuencias. Las elecciones de hoy seguramente pondrán como finalistas a dos candidatos ajenos al establishment: Jair Bolsonaro y Fernando Haddad. El primero está enfrentado al sistema político, mantiene un discurso completamente incorrecto para las élites y se habría hundido si recibía el apoyo de uno de los partidos tradicionales. Su fuerza está en ser distinto y eso le permite tener vigencia, a pesar de mantener tesis tan extremistas. Los grandes partidos del establishment de la historia reciente, PSDB y PMDB, si suman sus resultados, lograrán apenas una cifra que rondará el 10% de los votos.
La pregunta de fondo es ¿en cuánto afectará al PT el escándalo del Lava Jato, a pesar de ser un partido antisistema? Un escándalo semejante ocurrido con el Partido Socialista de Bettino Craxi en Italia se llevó puestos a la Democracia Cristiana y a los Partidos Comunistas, abriendo las puertas del poder primero a Silvio Berlusconi y luego a la Liga del Norte. ¿Sobrevivirá el PT a este escándalo?
Argentina. En Argentina los estudios revelan una polarización que tiene un parecido con Brasil: existe un sector de la población con una actitud negativa frente a los dos candidatos más elegidos que terminará pronunciándose por el que pudo detener al otro: escogerá entre un cambio que tiene costos o la vuelta a la peor versión del pasado.
Las bases de Mauricio y Cristina se han endurecido en estos días. Están quienes consideran que Cristina es una víctima, que es la líder de los pobres y que con ella vivían mejor. Las revelaciones de las últimas semanas son tan espectaculares, que pueden parecer falsas, fruto del ingenio de un novelista. Es inverosímil la escena de Néstor Kirchner, en una cita de presidentes, ordenando a Claudio Uberti que cargue en el avión presidencial 25 millones de dólares que había conseguido con Hugo Chávez haciendo negocios turbios con bonos argentinos. Es también difícil de imaginar a dos presidentes exigiendo a una empresa argentina un rescate para terminar con el secuestro de decenas de argentinos realizado por Chávez. Esto demuestra que había una red que integraba a los mandatarios de varios países que realizaban actividades de tipo delictivo. Ni qué pensar del monto del negocio que pudieron reunir si se concretaba la construcción del oleoducto que partía desde Venezuela, recorría el continente, construía en Ecuador la Refinería del Pacífico, y traía a Argentina petróleo y derivados. Habría que averiguar por las actividades de Enarsa en Ecuador. El socialismo del siglo XXI, más que una ideología revolucionaria, fue una asociación internacional ilícita que enriqueció desmedidamente a varios mandatarios en nombre de la revolución.
Personalmente, no creo en las visiones simplonas de la política y de la vida que dividen a los seres humanos en santos y demonios. En todos los grupos políticos y de cualquier orden hay gente buena y personas que viven para la avivada, pero hay grupos en los que las transgresiones son pocas y no las protagonizan los líderes, y otros en los que están orquestadas por los principales dirigentes.
Alternativa. En el caso argentino, Mauricio Macri armó desde hace varios lustros una alternativa al sistema que funcionó con ideas distintas a la tradición política. No formó su grupo con personas que habían sido funcionarios o candidatos del Frente para la Victoria, aunque tampoco excluyó a nadie por su militancia anterior. Desde el principio estuvieron allí dirigentes que venían del peronismo y del radicalismo, pero que se integraban a un proyecto de otro tipo.
En estos días de crisis algunos especularon con que lo mejor para el país era que se forme un gabinete de unidad nacional en el que todos los partidos se integren en un gobierno que haga lo que hay que hacer. Por un lado, la discusión era vacía porque era imposible que formaciones políticas que representan distintos intereses se unan en un gobierno que se dirija a conseguir los objetivos de una de ellas. La mayoría de ellos lo habría rechazado. Por otro, legítimamente, “lo que hay que hacer” es distinto para cada grupo político.
Macri coincide con el planteamiento de los líderes más importantes del mundo que quieren llegar a la pobreza cero. Este no es un sueño disparatado. La evolución tecnológica avanza hacia esa meta, la humanidad ha llegado en estos años a nuevos modos de producir bienes y servicios que hacen posible esa meta. Argentina es uno de los países del continente con más riquezas naturales y con menor densidad demográfica, y puede alcanzarla si se lo propone.
Hay otros sectores, en cambio, que creen en teorías concebidas antes de la Revolución Industrial, cuando más del 90% de la humanidad vivía en la más absoluta miseria, que dicen que es una gran idea ser pobre y no consumir, para llegar al reino de los cielos. Hay fuerzas políticas que quieren dar asistencia a los pobres para que permanezcan en ese estado y sigan siendo su fuerza de choque a cambio de una ayuda.
Otros creen que el proletariado crecerá, se convertirá en la única fuerza que enfrente a los ricos, que el Ejercito Rojo desembarcará pronto en el Puerto de Buenos Aires para apoyar sus luchas. Cada uno puede creer lo que quiera.
Diferencias. La democracia, por definición, es un sistema en el que deben convivir diferentes concepciones de la sociedad para disputar el poder. El conflicto es natural en toda sociedad compleja en la que se enfrentan grupos con intereses contrapuestos y visiones distintas del mundo. Debemos aprender a convivir con otros que tienen tesis distintas, a conversar con todos, a respetar a la mayoría, garantizar sus derechos de las minorías, propiciar la alternabilidad, colaborar para que lo que pretende un gobierno se haga de la mejor manera y madurar alternativas democráticamente.
Subyace en nuestra mente la simplicidad del pensamiento primitivo y la idea de que la diversidad es peligrosa. Algunos quieren perseguir a los derrotados para violar sus derechos sin darse cuenta de que la política es una puerta giratoria en la que unos persiguen a otros que mañana los perseguirán. Para que funcione la democracia hay que tener instituciones sólidas y una cultura democrática que valore la alteridad.
Por lo demás, los electores tienen derecho a que se les presenten distintas alternativas. Quienes quieren votar por un cambio necesitan una propuesta que se distinga nítidamente de las que lo rechazan. Si el Frente para la Victoria candidateara a Marcos Peña, o Cambiemos a Axel Kicillof, producirían un caos en la mente de los votantes, que no sabrían qué hacer. Eso no significa que no deben conversar, que no deben ponerse de acuerdo en el Congreso. La democracia supone que distintos grupos se mantengan en sus tesis, pero que colaboren para que el país siga adelante y conversen para conseguir que el gobierno en funciones dé lo mejor de sí.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.