“En un clima gélido en el aire e hirviente en la sociedad, con un notorio exceso de pronósticos apocalípticos en las redes y en un puñado de medios poco confiables pero con alto poder de virulencia, es indudable que el país transita una crisis. Conocemos antecedentes que produjeron dolor, tristeza, violencia y pérdida de vidas”.
Así encabezaba este ombudsman su columna dominical el 1° de septiembre de 2018. La traigo ahora porque quiero acompañar a los lectores de PERFIL en la administración de una angustia que tiene hoy condimentos distintos a casos anteriores (la pandemia es uno de ellos) y ciertos puntos de coincidencia con virulentos ataques contra gobiernos a los que debilitaron hasta lograr, en algunos casos, sus caídas.
Aclaración necesaria: hasta hoy, los recursos democráticos vienen limitando la acción depredadora de esos factores desestabilizadores. Que esos recursos se consoliden depende en gran parte de lo que hagan los ciudadanos y lo que asumamos como compromiso los periodistas y medios. Cuestionar los gobiernos (incluyo los provinciales y municipales adscriptos a la administración central o a la oposición) es legítimo. Tensar la cuerda al límite implica un riesgo grave.
Veamos algunos momentos similares de las últimas décadas:
Arturo Frondizi (1958/1962) cayó, y con él un gobierno que, si bien tenía una legitimidad limitada por la proscripción del peronismo, permitía imaginar un futuro de estabilidad democrática y una economía en crecimiento. Buena parte de los medios contribuyó a crear el clima para el golpe. No hubo arrepentidos por ello.
Arturo Illia (1963/1966), también legitimado por las urnas pero con el justicialismo aún proscripto, cayó tras una campaña de virulencia inusitada, fogoneada por medios e intelectuales, la industria farmacéutica, el poderoso lobby petrolero, sectores del peronismo y el propio Juan Domingo Perón (“Simpatizo con el gobierno militar porque puso coto a una situación catastrófica”, le dijo al periodista Tomás Eloy Martínez). Algunos periodistas e intelectuales, pocos, se arrepintieron.
Los grandes medios fueron motores principales en la creación del clima previo al golpe de marzo de 1976. Gobernaba Isabel Perón y el estado de violencia provocaba muerte y amenazas, desapariciones, torturas, bombas. La economía estaba en declive y desde el periodismo (los grandes medios incluidos) se echaba leña sobre un fuego que parecía incontrolable. Isabel cayó, llegó la más feroz dictadura de la historia argentina y buena parte del periodismo la acompañó activamente. ¿Arrepentimientos? Escasos.
Raúl Alfonsín (1983/1989) sufría los embates de golpes y minigolpes de un mercado al que no lograba dominar. Los medios lo reflejaban –algunos con información falsa o sesgada– y parecían justificar una salida prematura del gobierno. Esto sucedió: el líder radical debió entregar el poder antes de tiempo. Arrepentidos, un puñado.
La gran prensa contribuyó en gran medida al fin abrupto del mandato de Fernando de la Rúa. Muchas vidas se perdieron en su caída. No hubo una salida democrática, aunque se encontraron fórmulas para cubrir las heridas con sucedáneos.
Hoy, el panorama es diferente. Hay más mesura, aunque no se ahorran críticas a una política que muestra deterioros en todas las líneas: económicas y políticas. Sin embargo, algunos medios y periodistas hacen equilibrio peligroso entre la crítica y el ataque sin red.
Es bueno estar alertas para que la historia no vuelva a repetirse.