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“Thank you, and good bye”

Se va. De pie, a pocos metros del 10 de la calle Downing, la sede del jefe de gobierno del Reino Unido, usa 463 palabras para anunciar su renuncia y anticipar lo que vendrá. Sin un solo furcio y con estricto control de las emociones, Gordon Brown (59 años), rinde cuentas. Los periodistas lo graban desde cerca, sin acosar ni apretarlo.

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Se va. De pie, a pocos metros del 10 de la calle Downing, la sede del jefe de gobierno del Reino Unido, usa 463 palabras para anunciar su renuncia y anticipar lo que vendrá. Sin un solo furcio y con estricto control de las emociones, Gordon Brown (59 años), rinde cuentas. Los periodistas lo graban desde cerca, sin acosar ni apretarlo.
En las elecciones generales del 6 de mayo en Gran Bretaña no hubo un partido suficientemente ganador, como para gobernar el país con mayoría propia en la Casa de los Comunes de Westminster, la legendaria cámara de representantes del pueblo.

Al computarse los casi 30 millones de votos, el Partido Conservador fue votado por el 36%, y el hasta ese momento gobernante Partido Laborista por el 29%. Los liberal-demócratas recibieron el 23%. En el peculiar sistema electoral británico, 10,7 millones de conservadores consagraron 306 diputados, mientras que 8,6 millones de laboristas sentaron en sus bancas a 258. Sin embargo, los 6,8 millones liberales demócratas sólo pudieron proclamar a 57. Como los Comunes tienen 650 curules, ni los 306 tories ni los 258 laboristas alcanzaban.

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Los liberales demócratas, árbitros, optan por los conservadores, poniendo fin a 13 años de gobiernos laboristas. Brown admite que fracasó en su intento de seguir gobernando en coalición con quienes resultaron terceros. “He informado al secretario privado de la reina (Isabel II) que mi intención es entregarle mi renuncia. Si ella la acepta, le aconsejaré que invite al líder de la oposición a que forme gobierno.”
Una oración conmueve: “Le deseo lo mejor al próximo primer ministro a la hora de optar por importantes decisiones para el futuro”. Sus reflexiones finales suscitan un raro estremecimiento, sereno y profundo. “He tenido el privilegio de aprender mucho sobre lo mejor de la naturaleza humana y bastante acerca de sus fragilidades, incluyendo la mía.”

Reconoce con franqueza que “sobre todo, fue un privilegio ser un servidor público” y que “sí, amé el cargo, no por su prestigio, sus títulos y su ceremonial, que no me gustan nada. No, lo amé por su potencial para hacer que este país que amo sea más justo, más tolerante, más verde, más democrático, más próspero y más justo, una Gran Bretaña verdaderamente grande”. No se va para quedarse: presenta ahí mismo, su renuncia como líder de su Partido Laborista.
En el momento de los seres queridos, mira a su mujer, que permanece a su lado en la crocante jornada londinense. Dice: “Sobre todo quiero agradecerle a Sarah, por su infatigable apoyo, así como por su amor y su propio servicio a nuestro país”. Los Brown han perdido en 2002 a su tercer hijo, una beba de pocas semanas, que nació prematura. “Agradezco a mis hijos John y Fraser por el amor y la felicidad que le dan a nuestras vidas.”
Es el momento de partir. En el brillo atenuado de la bella capital británica, en medio de un silencio de capilla que nadie viola, Brown mira con su peculiar mueca escocesa, antes de verbalizar: “Al dejar la segunda ocupación más importante que jamás pude haber tenido en mi vida, bendigo aún más la primera, la de marido y padre”. Respira y enuncia: “Thank you, and good bye”.
Toma del brazo a Sarah y camina hasta la sólida puerta del 10 Downing Street, que se entreabre. Salen por ella John, de siete años, y Fraser, que no cumplió cuatro. Tomados los cuatro de la mano, caminan hasta el auto oficial, con el que se alejan, rumbo a sus propias vidas.

En ese preciso momento, David Cameron acorta en un Jaguar plateado su camino al Palacio de Buc-kingham, donde la vieja reina le encargará formar gobierno. Lo asumirán, coaligados, conservadores y liberal-demócratas, con una novedad sobresaliente: invitado a cogobernar, el líder del tercer partido Nick Clegg, será el vice primer ministro.
Ahora es Cameron, de sólo 43 años, quien está parado en el mismo lugar desde donde se despidió hace un rato Brown. En sus primeras definiciones políticas, al aceptar el cargo, el nuevo líder sólo usará 630 palabras, algunas de las cuales sobrecogen y producen envidia: “Antes de referirme al nuevo gobierno, permítanme decirles algo acerca del que acaba de concluir. Si se lo compara con lo que era hace una década, este país es hoy más abierto internamente y más compasivo de cara al exterior, y eso es algo que todos deberíamos agradecer. En nombre de todo el país, quisiera rendir homenaje al primer ministro saliente por su larga trayectoria de dedicación al servicio del pueblo”.
Para Cameron, sin mayorías decisivas hay que gobernar de manera concertada y se necesita una coalición para darle a su país el gobierno “fuerte, estable, bueno y decente que requiere dramáticamente”.

Postula dejar de lado las diferencias entre los partidos, trabajar duramente en pro del bien común y por el interés nacional, hacer política por amor al país. Asegura que los mejores días están por venir, le pide a su equipo creer profundamente en servir al pueblo, reconstruir la confianza en el sistema, evitar los gastos suntuarios de la política, reformar el parlamento y asegurar que el pueblo sea quien controle y los políticos sus servidores, nunca sus amos.
¿Alcanza con palabras y buenas intenciones? Claro que no, aunque esta declaración inicial de propósitos de Cameron merece subrayarse: “Hay que ser honestos respecto de lo que el gobierno puede lograr”.
“El cambio real no lo puede hacer sólo el gobierno por su cuenta, sino cuando todos empujan para el mismo lado, se unen y trabajan juntos, cuando ejercemos nuestras responsabilidades para con nosotros, nuestras familias, nuestras comunidades y con los otros. Quiero ayudar a construir una sociedad más responsable aquí en Gran Bretaña, en la que no nos preguntemos sólo ¿cuáles son mis derechos?, sino ¿cuáles son mis responsabilidades. Una sociedad en la que no nos preguntemos sólo ¿qué me deben?, sino ¿qué puedo ofrecer?”
Sin colapsos ni tragedias, con elegancia y practicidad, pero también con emoción y sentido común, cambiaron de gobierno y sin despedazarse. No llores por mí Argentina.