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Todos los faros, el faro

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

A veces, una novela nos devuelve el significado de la vida o, tal vez, un sentimiento que nos impulsa a vivirla de otra manera. Y si digo a veces, es porque no sucede tan a menudo. Los clásicos tienen esa cualidad, que los vuelve eternos, justamente porque siempre tienen algo para darnos. El tesoro de la lengua hace brillar la existencia. Hay una novela, a la que vuelvo a menudo, como si imantara por su fuerza narrativa y sensible. Al faro, de  Virginia Woolf. A pesar de las críticas que hoy recibe el género de la autoficción, se la considera una novela autobiográfica, y eso no la priva de ningún atributo. Contar la propia historia, si de verdadera escritura se trata, implica inventarla (Silvina Ocampo le puso de título a la suya Invenciones del recuerdo). 

Como todo buen libro, Al faro amanece lento. Sus primeras páginas de largas frases nos enrollan en la neblina de una infancia que carga con una promesa. Madre y niño se entretienen dibujando mientras miran por la ventana las posibilidades del día. La escena se demora, porque el sentido se está construyendo. Será la primera vez que el niño experimentará el gran anhelo (ir al Faro) al tiempo que su inhibición (“mañana no”, le dirá el padre). Virginia Woolf aprovecha el impulso del primer párrafo, la primera respiración del lector, para pintar la escena con todos los detalles, porque justamente se convertirá en una escena inolvidable (no las hay tantas en la vida, y por ello la autora se esmera en cincelarla). Nos encontramos con oraciones largas como la ruta 40, esas carreteras que nos permiten llegar a tantos lugares. ¡Temidas frases largas! Tan difíciles de encontrar hoy en día, como si el aliento de estos tiempos viniese entrecortado. ¿La brevedad necesariamente es elogiable? Cómo construir un camino si hasta las mismas frases se acortan. Recuerdo que Macedonio Fernández vaticinaba que en el futuro no habrá interés en las construcciones, y entonces no habrá contexto. “Los humanos del futuro no tolerarán las construcciones, no usarán sino el chiste sin contexto, la metáfora sin contexto, la frase de la Pasión sin contexto”. Privados del contexto…, ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Cuál es la continuidad, o se trata solo de pulsaciones? Sigo con la novela, que me queda poco espacio. Está dividida en tres partes, y donde más se detiene Woolf es en aquellos días que se convierten en señales de una vida. Le dedica muchísimas páginas a todo lo que se puede contar de un solo día, cuando se forja el carácter a través de un acontecimiento puntual que lo determina; en cambio, le concede poquísimo espacio a lo que cualquier otro autor estaría tentado de otorgarle una novela entera: acontecimientos aparentemente definitorios, como las muertes, las guerras, las enfermedades. ¡Se me hizo corta esta columna! ¿Será el afán de las frases largas? En todo caso, quizá contribuya a que cuando pongan la palabra “faro” en internet, el logaritmo no solo conduzca a Larreta. Que el contexto inmediato no invalide el clásico, del que tanto se nutre. Muchas veces sin que lo sepamos.