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Tonto sí, malo no

En Cambiemos apuntan a ganar en primera vuelta con 41% de los votos y más de 10% de diferencia ante los dos peronismos, el federal y el kirchnerista.

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MACRI, caricaturizado como incompetente. | Gentileza Página/12

Sigue de ayer: “¿Fracaso exitoso?”

Duhalde habría ganado las elecciones de 2003 si en el ojo de la tormenta, durante la primavera de 2002, hubiera entendido correctamente qué significaban los superávits gemelos que por primera vez mostraba la economía después de haber licuado el gasto público con una inflación del 40% (como la de Macri este año) y una devaluación de 1 a 3 presos por dólar (equivalente a pasar de $ 17 por dólar en diciembre de 2017 a $ 51 en diciembre de 2018).

Eso cree parte de Cambiemos, que traslada a Macri: hacia fin de año, cuando la tensión social alcance el clímax y la oposición crea que llegó su momento, por primera vez desde los primeros años de Néstor Kirchner la economía argentina volvería a mostrar superávits gemelos para, a comienzos de 2019, cambiar las expectativas económicas y llegar a las elecciones de octubre con una economía en franca recuperación.
“Macri se sacó un peso de encima”, cuentan, porque siempre quiso tener una economía sin déficit más un dólar hiperexportador pero si él lo hacía, iban a acusarlo de derechista, pro mercado y ajustador; ahora, al haber hecho la corrección el mercado, Macri queda exculpado de intencionalidad y le queda solo la responsabilidad de la impericia. Ya se explicó que Macri aparecía en los focus groups del sociólogo español Roberto Zapata, estrella del equipo de investigación de Duran Barba, asociado como animal a un león y que a su imagen buscaban reducirle características agresivas, “ablandándola”, por eso las fórmulas con Gabriela Michetti y María Eugenia Vidal, y las especulaciones con Carolina Stanley. Los responsables de la imagen de Macri prefirieron siempre que ocupara la posición de tonto pero nunca la de malo. Al revés, para Cristina Kirchner, quien no había nacido rica ni tenido una carrera empresarial, parecer tonta hubiera sido letal mientras que lucir mala sumaba a su imagen de mujer que luchaba con agresividad por los intereses de los menos favorecidos. El propio Macri dijo más de una vez que para conducir –en su caso– había que “saber hacerse el boludo”.

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Simplificadamente, el equipo de Macri se divide en dos “G”. Quienes se ocupan de ganar (elecciones, menciones positivas en los medios, aprobación en la sociedad) y quienes se ocupan de gobernar. Los primeros, con Marcos Peña a la cabeza, le habrían explicado a Macri en diciembre de 2015 que debía romper con lo que se esperaba de él: el clásico péndulo tras un gobierno populista que hubiera gastado en exceso sucedido por otro de derecha que pone en orden la economía pero a los dos años pierde las elecciones y después se va para que regrese otro populista.

Que si él aplicaba en diciembre de 2015 un plan riguroso, como proponía Melconian o ahora impuso el mercado con la actual reducción de 2 puntos del PBI todo junto, aunque estuviera haciendo lo correcto, iban a decir que era un neoliberal desalmado y una mala persona sin sensibilidad. Por lo que debían estirar el gradualismo hasta donde el mercado diera y si en algún momento no se pudiera continuar así, que lo inevitable fuera impuesto al Gobierno y no fuera el Gobierno el que se lo impusiera a los ciudadanos. “Pasé los peores cinco meses de mi vida”; “a mí me gustaría que todos ganaran más” (obvio), etcétera, dijo Macri sobre la crisis.

Desde esta perspectiva, las políticas de Marcos Peña fueron exitosas y no un fracaso, como piensan quienes no estarían entendiendo su lógica. Y Macri podría volver a ganar las elecciones de 2019 porque ahora el kirchnerismo está debilitado por la continua acumulación de tres años de acusaciones de corrupción y, como el Cuadernogate también salpica al peronismo no K, no podría desde el PJ emerger un candidato arrollador. En sus sueños en vigilia Cambiemos imagina que a todo el peronismo le podría pasar lo que a la Democracia Cristiana en Italia tras el Mani Pulite: extinguirse obligando a sus mejores dirigentes a reciclarse bajo otras formas políticas.
Tampoco temerían tanto a la relación directa entre crisis económica y protesta social o pérdida de elecciones. Ponen como ejemplo que nunca el salario real de los trabajadores tuvo mayor poder de compra que en el año 1969, cuando estalló el Cordobazo, una de las insurrecciones populares más contundentes. E imaginan que con el aumento del asistencialismo que produjo el kirchnerismo y reforzó el macrismo, las posibilidades de repetir la intensidad de las situaciones de diciembre de 2001 son menores. Asumen que la indignación y desconsuelo de muchos de los votantes del propio Cambiemos pueda plasmarse en cacerolazos pero será siempre diferente a saqueos o un violento desorden social generalizado. Tampoco la indignación es en sí misma una política o un partido sino la catarsis de un malestar que se expresa esporádicamente, y lo que circula en las redes sociales no se traslada directamente sobre lo real.

Como escribió Daniel Innerarity en La política en tiempos de indignación: “Nunca en la historia ha habido tantas posibilidades de acceder, vigilar y desafiar la autoridad pero nunca se ha sentido la gente tan defraudada en relación con su capacidad de hacer que la política sea algo diferente”.

Macri dijo esta semana que “sin Cambiemos la tormenta hubiese terminado como el 2001”. Quizás en cierto sentido también pudiera terminar así, aunque favorablemente para Macri. Paralelamente, la encuestadora Synopsis, una de las que pronosticaron mejor los resultados electorales de 2017, proyectó que Macri solo le ganaría un ballottage a Cristina Kirchner mientras que lo perdería casi con cualquier peronista, cuando en la misma encuesta de Synopsis en marzo Macri les ganaba a todos, reflejando el costo de la crisis económica en la aprobación del Presidente.

Pero en Cambiemos apuntan a otra estrategia: ganar en primera vuelta con 41% de los votos y más de 10% de diferencia ante los dos peronismos, el federal y el kirchnerista. Piensan que en segunda vuelta pueden perder mientras que si el peronismo fuera dividido, ninguno alcanzaría al 30% y Cambiemos ganaría en primera vuelta si repitiera el 41% que sacó en octubre pasado en la provincia de Buenos Aires. No es fácil, tampoco imposible.