Los optimistas de siempre (que no la vienen pegando) piensan que cuando nos encontremos en el pico de las protestas sociales durante el último trimestre del año, junto con una caída del producto bruto del 6% podrá aparecer la sorpresa de un superávit fiscal inédito. Algo similar al tercer trimestre de 2002, cuando se dibujaban mapas de Sudamérica con la Argentina borrada, a modo de metáfora sobre que nuestro país se había hundido para siempre, mientras inesperadamente emergían los primeros superávits gemelos de Duhalde.
Diciembre empezó con la lira turca a 4 por dólar, hoy está a 6.18. Devaluación de 55% en "guerra" con EE.UU.
Por entonces, el gasto público se licuaba fácilmente porque no había paritarias ni jubilación actualizadas por inflación, como hoy, pero como los cálculos actuales de indexación se hacen sobre el período anterior, los sueldos y jubilaciones que el Estado pagará este año serán un 20% mayores que en 2017, mientras su recaudación tributaria podría ser un 40% mayor por efecto de la inflación (más 42% de inflación menos equis por ciento de menor actividad, por ejemplo).
Y creen que 2019 comenzará con un cambio de expectativas respecto del futuro, con una economía que se encamine a crecer al 5% en el segundo semestre de 2019, algo no imposible si el campo representa alrededor del 10% del total del PBI y la cosecha este año cayó el 35%.
Es más, afirman que el Gobierno está utilizando a propósito la inflación para licuar costos y su volumen de deuda en pesos porque está emitiendo como nunca: alrededor de 15% solo en el último mes. Todos los gobiernos se quejan de la falta de utilización del peso como moneda de ahorro pero refuerzan esa idea estafando a quienes apuestan al peso. Las Lebacs son el mejor ejemplo: al revés de lo que se dice, el Estado terminará haciendo un buen negocio con ellas, porque compró emitiéndolas alrededor de 40 mil millones de dólares y cuando las termine de cancelar habrá devuelto 30 mil millones de dólares, dejándole al Banco Central 10 mil millones de dólares de ganancias, expoliando a todos aquellos que pensaron que Macri sería diferente.
Sturzenegger sostenía que si en 2016 no compraba dólares con Lebacs, el atraso cambiario hubiera sido mayor, que finalmente se cambiaban Lebacs por dólares que iban a las reservas del Banco Central y que si había una corrida cambiaria devolvían los dólares y recuperaban las Lebacs. El Estado hizo negocio aun con 40% de tasa anual de interés al devaluar el 100%, el ahorrista en pesos perdió la diferencia que el Banco Central ganó: 100+40% de interés = 140 versus 100+100% de devaluación = 200.
Y todo comenzó el 28 de diciembre pasado, cuando se hizo una conferencia de prensa para anunciar que el Gobierno quería más y no menos inflación, algo totalmente inédito en quien declama que su prioridad es bajar la inflación, demostrando que, más allá de la guerra comercial de Trump, su pelea con Turquía, el aumento de tasas de interés en Estados Unidos (algo ya sabido en 2017 y hasta parcialmente producido) afectando las monedas de todos los países emergentes, más la sequía, también hubo en el aumento del dólar una parte en la cual el Gobierno fue agente y no solo paciente, que consciente o inconscientemente quiso un dólar más alto y más inflación, aunque después se le haya ido de las manos porque, cuando se desencadena una histeria en el mercado, las consecuencias son impredecibles.
El mejor ejemplo es que el Banco Central ofreció 5 mil millones de dólares a $ 25 durante tres semanas, entre fines de mayo y comienzos de junio, y le compraron solo una parte de lo que ofreció además de renovarle el 100% de las Lebacs en pesos. Y paralelamente, los muy expertos fondos Templeton y BlackRock vendieron 3 mil millones de dólares a $ 25 para comprar un bono en pesos con tasa de interés de solo el 20% anual a cuatro y siete años.
Pero todavía estaba Sturzenegger mientras que, cuando Caputo pasó a reemplazarlo, de la misma forma que cuando Caputo se sentó en la fatídica conferencia de prensa del 28 de diciembre, el dólar se disparó más que nunca. Parece que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional impulsado por Caputo para frenar la corrida cambiaria hubiera tenido como objetivo real lo opuesto: devaluar para licuar gastos y deuda. En solo un día, a fin de agosto, el dólar pasó de 30 a 40 pesos. Que en el Gobierno sigan considerando a Caputo “el Messi de las finanzas” con tamañas devaluaciones, puede tener relación con que en algún sentido ven un beneficio por lo menos secundario con ellas y, más que de mala praxis, se puede tratar de un “fracaso exitoso”. Desde diciembre pasado la lira turca se devaluó el 55% y nuestro peso, 130%.
Dicen que pasado el susto y si el dólar se estabilizara definitivamente, esta sería la macroeconomía que Macri siempre hubiera querido tener: sin déficit fiscal y con un dólar favorable a las exportaciones, la que hace mil días, cuando asumió, no pudo implementar por motivos políticos que se analizarán en la continuación de esta columna, mañana.
La foto de los autos uruguayos haciendo fila en la frontera para comprar en la Argentina el fin de semana pasado, en absoluto contraste con los autos argentinos en diciembre pasado haciendo cola en la frontera con Chile para ir a comprar, consuela al Gobierno, mientras que los datos récord de despacho de cemento y de venta de semillas del último mes lo ilusionan.
Diciembre comenzó con el peso a $17, 35 por dólar, hoy está a 40. Devaluación del 130% aliado con EE.UU.
El problema es que el Gobierno devaluó su palabra y, como el pastor que avisaba que iba a venir el lobo cuando no sucedía, aunque anunciara ahora algo verdadero nadie le creería. Ese fue el principal capital que se consumió porque, como la economía es muy sensible a las expectativas, un gobierno que no puede mejorar las perspectivas futuras carece de una herramienta tan relevante, como si no pudiera hacer política monetaria.