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opinión

Tres libros de poesía

Apela a una dimensión arqueológica para la poesía, en el sentido de la arqueología de un saber.

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Leo en Borrado para siempre, de Fernando Molle (Barnacle, Buenos Aires, 2024): “: (…) Para encender el fuego: las teorías/Por mantenerlo: las diferencias//Para las quemazones: las técnicas/Para las quemazones: las súplicas”. Vengo leyendo a Molle desde siempre, y registrando también las variaciones de su poesía de libro en libro. Borrado…, pese a su estructuración en poemas de extensión media, puede leerse como un único largo poema, atravesado por paréntesis y puntos suspensivos que le otorgan una sensación de poema primario, un poema entre los poemas, como la invención de una lengua dentro de una lengua, del momento en que surge una lengua, que no es más que el momento en que surge un mundo. En Borrado… Molle realiza un viaje a la prehistoria para extraer de allí poemas para arrojar en el presente. Leyendo a Molle tenemos esta impresión: la poesía no debe renuncia a nada. Pero ese no renunciar no es nunca en Molle altisonante, pretencioso o soberbio. Al contrario, es preciso pero discreto, es exacto pero ajeno al ruido de la época (frase que ya usamos alguna vez para definir a otro poeta, pero que vale también para este caso). “El fósil es un cuerpo astral”, dice Martínez Estrada citado por Molle, frase que bien permite pensar su propio libro.

Leo en Berisso 1928, de Daniel Samoilovich (Bajo la Luna, Buenos Aires, 2023): “Porque el capital también sueña, no crean:/sueña con la noria que maximiza el beneficio,/con las cosas que se mueven solas, y los hombres,/cuando menos mejor, sometidos/uno por uno, concienzudamente,/al control absoluto. Perversos numeritos/en hilera, confiando su secreto/cada uno al siguiente…”. Bersisso... apela a una dimensión arqueológica para la poesía, en el sentido de la arqueología de un saber o, mejor dicho, de un conocimiento urbano, una experiencia vital –laboral también, por supuesto–: restos pasados de frigoríficos que ya no están, vidas que se perdieron en ese remolino de la memoria que no deja de volver, que le pide a la poesía que la registre, que la capte, que la reconfigure en un nuevo sentido. Obrero, palabra noble y casi hoy en desuso, vuelve dicha de otro modo en Berisso… escrita sin una pizca de ironía, pero tampoco de solemnidad, en todo caso escrita (esa y otras palabras tomadas de esa gran memoria) sí con la gravedad de la palabra amenazada ante el extravío de la historia.

Leo en El verdadero misterio es el final, de Garamona (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2023): “Un hombre cis/haciendo pis/un hombre soft/construye un loft/y un proletario/sale del armario/un hombre prende la luz/en un hotel en Santa Cruz/se pone el piyama/y abre la cama”. A mitad de camino entre el sentido del humor anglosajón (como si hubiera limericks ocultos dentro de poemas) y cierta herencia de la poesía argentina de los 90, entre medio de un aire de canción, y el gusto por el juego y el virtuosismo, El verdadero misterio… se arma con lo oral y lo coloquial, para traspasarlo y reconvertirlo en una erudición distraída. La del distraído era una figura que amaba Luis Chitarroni (de quien, en una de sus facetas, Garamona editó su obra poética) y bien vale para los saltos de tema en tema, de poema en poema de El verdadero… Pero no hay que entender que se trata de poemas descuidados. Al contrario, lo interesante es que por momentos se trata de un libro programático.

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