¡Ah, las luchas por la educación en la Argentina! Recuerdo las tantas marchas multitudinarias; reclamábamos incrementos en el presupuesto educativo, la expresión más real y más tangible de que el asunto importa de veras. De ese modo se habrían obtenido, por lo pronto, una dignificación concreta de la tarea docente y una mejora imprescindible en las condiciones edilicias de nuestras instituciones. Mucha gente se quejaba de aquellas manifestaciones nuestras y muchos medios las repudiaban también, porque en algunas arterias el tránsito se ralentaba.
Recuerdo también las clases públicas, con reclamos de mejoras en el sistema educativo. Los pupitres ordenados en plazas, en calles o en avenidas, docentes y estudiantes con clases a la intemperie (en sentido figurado y en sentido literal). No faltaban quienes, al paso de la alta gama, bajaban la ventanilla y nos gritaban: “¡Vayan a trabajar, vagos!”. Estábamos ahí, trabajando, pero no lograban darse cuenta. Tal el grado de deterioro en la educación: veían una escena de clase, y ya no la reconocían.
Recuerdo aquella reforma en la enseñanza media, visiblemente perjudicial (tanto que la terminaron retirando). La frenaron los estudiantes, después de alertarnos a todos, en una intervención fundamental en defensa de la calidad educativa. No obstante, en muchos medios los hostigaron y a veces, en las redes, se ven ataques todavía.
Recuerdo también aquel proyecto nefasto de cerrar los profesorados (cerrarlos, directamente: cerrarlos), en un ataque frontal a los espacios de formación docente, y lo mucho que hubo que hacer para contrarrestar semejante medida. Alguna calle se cortó para hacer un abrazo simbólico y hubo quejas al respecto.
¡Ah, las luchas por la educación en la Argentina! Un tema que nos importa siempre a todos. Bueno, no sé si a todos. Tampoco sé si siempre. A algunos no les importa tanto. Y a otros les importa, pero a veces.
