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16-4-2023-Logo Perfil
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¿Perdonará el lector que luego de años, más de una década, de ofrecerle columnas de carácter estrictamente periodístico, ligadas a la actualidad más candente, quiebre esa regla autoimpuesta y me refiera a episodios de orden personal? Por supuesto, quien no lo haga puede recurrir a las clásicas vituperaciones de los posteos, plagadas en general de insultos y de curiosas variaciones de la ortografía y la gramática que trazan el error del presente y escriben posibles formas de la lengua del futuro.

Hace unos meses, sin dar el menor aviso, el cielorraso de mi living se desplomó junto a ladrillos de cuatro o cinco kilos que, de haberme encontrado en su recorrido gravitatorio, habrían provocado una salvaje trepanación de mi cabeza. Decidí enfrentar el asunto y reformé todos los techos (vigas y cielorrasos nuevos) y embaldosé la terraza. Mientras la obra discurría en manos de los expertos, padecí días black mirror en costosos supositorios habitacionales Airbnb. Durante ese tiempo comencé a imaginar una novela que revisaría ciertas zonas de mi escritura, dando una especie de digno cierre a un ciclo que empecé hace más de treinta años. Esa novela, básicamente, mixturaría aventuras, intriga, cárceles, ciencia, filosofía y viajes por tierra y por barco hacia una sociedad distante y exótica (exótica respecto de Occidente).

A diferencia de tantas otras veces, cuando la aparición de una idea me impulsa a escribir en caliente y buscar luego o inventar la información que requiere el libro a medida que se va haciendo, en esta oportunidad empecé a buscar información, a documentarme con textos sesudos y divulgación wikipédica. Lo hice durante meses, lo que duró mi exilio. En los panoramas de mi mente el libro se expandía, establecía relaciones internas, hubo personajes que crecieron y otros desaparecieron en el curso de ese tiempo ideal de invenciones imaginarias.

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Cuando volví a mi casa y me senté a escribir, de nuevo frente a mi computadora y en mi propio escritorio, el libro se esfumó en un punto de fuga.

Leyendo las últimas noticias posdiscurso del ministro de Economía, pensé en otro libro. Uno sobre Argentina. Podría empezar con esta frase: “El camino del infierno está sembrado de malas intenciones”.