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Un año

El humor de Paz y Rudy, a un año de Alberto Fernández en el poder.
El humor de Paz y Rudy, a un año de Alberto Fernández en el poder. | Cedoc

En Ser y tiempo, probablemente el libro de filosofía continental más importante del siglo XX, Martin Heidegger explica la existencia humana en relación con el fin. El ser es una entidad arrojada al futuro  que desarrollará uno entre sus múltiples posibles pero sin poder excluir en cada uno de esos posibles uno de ellos: habrá siempre  fin. La muerte de un ser significa fin de posibilidad porque la existencia es ser posibilidad. La expresión “el ser es un ser para (hacia) la muerte” puede permitir vivir la vida con más intensidad sabiendo y no negando que algún día no habrá más futuros posibles (“la interpretación existencial de la muerte precede a toda biología”).

“Ser presidente es ser para ser ex presidente”, solo hay un posible seguro: habrá fin

Juan Paul Sartre, otro existencialista, sostenía que un ser “es lo que hace con lo que hicieron de él”, que hacemos con nosotros lo que primero otros hicieron con nosotros, y en el caso de este primer año de Alberto Fernández en la presidencia iniciada el 10 de diciembre de 2019, lo que hizo Cristina Kirchner con él al hacerlo candidato a lo que se transformó institucionalmente.

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Pero a partir de ser ungido presidente, Alberto Fernández era muchos posibles. Lo sigue siendo aunque un veinticinco por ciento menos porque ya agotó una cuarta parte de su presidencia, que dejó de ser futuro para ser pasado. Lo que fue no fue el único Alberto Fernández realizable, fue el que él eligió ser entre sus muchos posibles, aun con los condicionamientos de sus circunstancias. Probablemente, la consciencia de la relación del ser con el tiempo haya hecho apurar en el Gobierno la agenda parlamentaria a fin del primer año con la aprobación de leyes como el impuesto a la riqueza o la despenalización del aborto. Habrá un momento no tan lejano en que Alberto Fernández sentirá la inminencia de un posible fin, cuando en 2022 comiencen a discutirse las candidaturas para 2023.

Mauricio Macri no tuvo la consciencia heideggeriana sobre que “ser presidente es ser para ser ex presidente”, manejando mal su existencia, es decir, el tiempo, ralentizando al comienzo, acelerando en exceso al final. Macri, “Mauricio”, también fue primero lo que otros hicieron de él: los errores del kirchnerismo, el antiperonismo atávico, el estancamiento del modelo económico, la visión y las expectativas que los otros tenían sobre él. Y Macri hizo con eso poco. Tampoco Alberto Fernández está haciendo mucho con lo que los demás hicieron primero de él.

Según Heidegger, comprender es esencial para el ser, el comprender abre la posibilidad de poder ser: la “comprensión existentiva”. “El irresoluto se comprende a sí mismo a partir de los sucesos y azares inmediatos que en esa presentación comparecen en variable afluencia. Perdiéndose a sí mismo en sus múltiples quehaceres, el irresoluto pierde en ellos su tiempo”. Pierde la posibilidad del existente de ser sí mismo, de autenticidad personal entre sus muchos posibles. No hay nada decidido de antemano excepto que habrá fin y en ese imperativo de la finitud es donde se construye la singularidad. Hay libertad de ser aun para quien fue elegido presidente por su vicepresidente. Ella misma sostiene en la carta que publicó hace semanas la primacía ontológica de la función: “No hay forma de no ser presidente” (en realidad: “el sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno”).

Ser presidente es ser-ahí, estar-ahí y situado por su destino eligir su modo de llegar a ser presidente. Es una espacialidad de una duración de cuatro años. Ese es el verdadero espacio habitable de un presidente y no la Casa Rosada o la Quinta de Olivos. En toda lucha por el llegar a ser del existente hay tiempo, la existencia es temporalidad. Mientras estamos vivos podemos dirigir nuestra dirección.

El espíritu de Heidegger al decir “el ser es un ser para (hacia) la muerte” es todo lo contrario a funesto, sino que interpela al ser para que sea plenamente, aprovechando el tiempo. Ser consciente del fin es visto por Heidegger como algo positivo del ser y una invitación a la intensidad y la autenticidad. El ser es un proyecto arrojado al mundo, es siempre un siendo arrojado a su futuro, el ser se expresa en el tiempo que lo constituye. El ser  es tiempo.

Para Heidegger el ser humano enfrentaba el peligro siempre presente de la inautenticidad, de que el ser en lugar de vivir sea vivido por lo mundano, por lo que se espera de él. En el caso de Alberto Fernández, el síndrome Zelig que se le asigna por mimetizarse con quienes se encuentre, tratando de satisfacer a cada uno, definido peyorativamente como “Alverso”, quien parafraseando a Groucho Marx diría: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. La inautenticidad de vivir el tiempo con su acepción vulgar, la intratemporalidad vivida como una sucesión de hechos, como propone una publicidad oficial que enumera acciones de gobierno este año: “Hicimos el IFE, los ATP, Precios Cuidados, Ahora 12, remedios gratuitos para jubilados...”.

El ser es tiempo. El ser presidente es una espacialidad de cuatro años. Eso habita, y no Olivos o la Rosada

Tener un destino es construir una historicidad para lo cual es necesario volver al principio. Cristina Kirchner en su comentada carta dijo que eligió a Alberto Fernández también por “su contacto permanente con los medios de comunicación, cualquiera fuera la orientación de los mismos”, y más adelante explícitamente incluyó a los medios como integrantes imprescindibles de un eventual pacto económico y social. Probablemente, el destino que Cristina Kirchner pensó para Alberto Fernández era el de reconciliador con Clarín como significante del sistema de medios profesionales. Primero con los medios y después con la Justicia, a la que interpreta como un poder subalterno, algo que por lo menos inconscientemente debe perturbar al orgulloso profesor de Derecho, como se autopercibe identitariamente el Presidente.

En síntesis, un Alberto Fernández como un medio, un instrumento del ser-ahí de la vicepresidenta o desarrollando su propio ser-ahí presidente, fin de sí mismo y un sí mismo consciente de “ser presidente para ser ex presidente”, de “ser para (hacia) la muerte” y aprovechar cada minuto de su presidencia para ser.