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Un artículo sobre Borges

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| Cedoc

A fines de 1955, ya en plena dictadura, Borges publicaba en la revista Sur un texto fundamental del antiperonismo (es decir, del peronismo, que al antiperonismo por cierto tanto le debe). El artículo es conocido, se titula “L’illusion comique”, y es conocida la base de sustento de la objeción que Borges esgrime: lo que impugna en el peronismo es su carácter de simulación. Años después retomará el planteo en un texto breve del Hacedor, un texto cuyo título es precisamente “El simulacro”. Todo en el peronismo, alega Borges, es un simulacro puro, y eso lo sulfura. Él mismo advierte, empero, que hay en esa simulación una visible eficacia, que incluso lo que es increíble consigue hacerse creer (¿cómo se le iba a pasar por alto al autor de “Emma Zunz” que hay un punto en que la simulación se convierte ella misma en verdad, o que produce una verdad que emana de lo simulado? ¿Cómo se le iba a pasar por alto al autor de “Emma Zunz” el arte de tornar creíble lo increíble, conseguir que lo inverosímil acabe por imponerse a todos?).

Todo esto es sustancial y ya ha sido considerado. Pero hay un párrafo de “L’illusion comique” en el que quisiera detenerme. Es ese en el que Borges se ocupa del 17 de octubre de 1945, y dice lo siguiente: “Antes que anocheciera, el dictador salió a un balcón de la Casa Rosada. Previsiblemente lo aclamaron”. Algunos términos son ya perfectamente reconocibles, como la postulación de una “dictadura” (y la consiguiente invocación de la “libertad” como coartada para los afanes golpistas). Pero Borges, que tropezó más de una vez con esa piedra, agrega al texto otro matiz, yo creo que más sutil, y es cuando dice “un balcón” en lugar de decir “el balcón”. Ese paso ladino del artículo definido al artículo indefinido puede que resulte más punzante, en los términos que Borges se propone, que cuestionar la mera ficcionalización de la política en desmedro del realismo (rasgo encomiable en la literatura, pero no en la política –y tanto menos en quien propugnaba que la única verdad es la realidad).

Y eso porque cabría decir que la eficacia del peronismo radica en cierto modo en un movimiento exactamente inverso: el de pasar de lo indefinido a lo definido, del “un” al “el”, de “una” a “la” (o más aún, de “una” a “esa”, como advirtió perfectamente Rodolfo Walsh con “Esa mujer”). Así parece operar un aparato de captura afectivo e imaginario: Plaza de Mayo, por ejemplo, deja de ser una plaza para pasar a ser esa plaza, la de esa vez, la de ese día; la marcha peronista no es una marcha, una entre otras, sino “la” marcha; Perón no es un general, sino “el General”, y no era un viejo, sino “el Viejo”; y hasta el caballo pinto no es un caballo pinto, sino “el” caballo pinto. El peronismo fabrica emblemas, vuelve emblemático todo lo que toca; hasta los días de cielo celeste, las patas en la fuente, el bombo, la V de Churchill, la lealtad.

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El balcón de la Casa Rosada pertenece a ese mismo orden. Borges se propuso obturar prontamente el mecanismo, para anular el mito antes de que se asentara (después, nadie lo ignora, un mito es más difícil de remover). Sabemos que no lo consiguió: ese balcón es “el” balcón, y no “un” balcón; y cada uno que se asomó por ahí quedó de alguna manera emulando o retomando o citando un original (Galtieri para la guerra, Alfonsín para la democracia, Macri para la morisqueta y el ridículo, etc. Incluso Perón, en el regreso, guareciéndose tras un ominoso vidrio blindado, resultó en cierto modo un remedo, una versión devaluada de una cita original).

Este poder de convertir el “un” en “el”, lo indefinido en lo definido, ¿no estará dando una clave de la poderosa relación del peronismo con la ambivalencia? Con la ambivalencia, no con la ambigüedad: con ser esto y a la vez lo otro, una cosa y a la vez la contraria, pero nunca la cosa intermedia. Lo intermedio, por eso mismo, no es sentido como un matiz, como mesura o como moderación, sino como lo indefinido. Apenas una imprecisión, y por ende una insuficiencia.

¿Dice algo todo esto acerca de Alberto Fernández? ¿Sugiere algo, insinúa algo? Yo no lo sé. Me lo pregunto.