COLUMNISTAS
Nuevo paradigma en las polIticas sociales

Un foucaultiano maldito

François Ewald es uno de los principales editores de las obras de Michel Foucault y fue director de investigaciones de los grupos por él formados en el College de France.

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François Ewald es uno de los principales editores de las obras de Michel Foucault y fue director de investigaciones de los grupos por él formados en el College de France.
Hace unos años, en un coloquio realizado en Francia bajo la dirección de Didier Eribon, autor de un excelente libro sobre Foucault, se reunió un grupo de intelectuales cuyas ponencias fueron publicadas con el nombre de L’ Incontournable Foucault, algo así como el filósofo inasible o al que es imposible cercar. En esa ocasión Eribon dice que la labor intelectual de Ewald se ha convertido en algo repugnante.

Lo acusa de llevar a cabo una recuperación reaccionaria de Foucault, actitud repulsiva más aún en la medida en que fue militante maoísta durante su juventud. En el mismo coloquio Philippe Mangeot se refiere nuevamente a Ewald dedicando su disertación a un “roñoso”, palabra a la que llega con el juego de la palabra “dedicrasser”.
Nos referiremos al crimen del que es acusado el filósofo François Ewald, quien es también abogado y ha trabajado para compañías de seguros. Su prestigio teórico se debe al libro L’ Etat providence editado en 1986, un excelente estudio sobre la genealogía del Estado benefactor.
Investiga lo que llama la tecnología pastoral del siglo XIX, es decir, la literatura económica sobre el necesitado o carenciado. A partir de ahí describe una serie de prácticas sociales múltiples justificadas por el marco teórico del liberalismo social.

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Recorre las transformaciones semánticas de la noción de “accidente” enlazada con la idea de riesgo y de seguridad. El liberalismo social se elabora de acuerdo al paradigma de la responsabilidad que hace depositario al individuo de las peripecias de su vida. El principio de responsabilidad basado en la libertad y la voluntad individual convierte todo error en una falta y todo accidente en una imprudencia. No hay lugar para la víctima y padecer una desgracia no nos da ningún derecho para reclamar compensación alguna.
Por el contrario, para el dispositivo de solidaridad elaborado en la misma época que sienta las bases del Estado benefactor, el accidente es lo normal en el decurso de una existencia. La vida social es por definición conflictiva y se tratará a partir de estos principios de elaborar una justa distribución de los riesgos. En caso de accidente, es necesario evaluar las causas del mismo y realizar un cálculo de la responsabilidad del sujeto en el marco de las circunstancias del hecho. De lo individual se pasa a lo social.

En los últimos años Ewald se ha dedicado a estudiar un nuevo paradigma de las políticas sociales al que denomina principio de precaución. Define nuestra época como una era de la seguridad que en realidad es de incertidumbre. Los accidentes que se caracterizaban por su instantaneidad y por la irrupción indomable del azar, de acuerdo a un modelo de la precaución son eventuales. Precaución no es lo mismo que previsión ya que esta última toma recaudos sobre la posibilidad de un riesgo real mientras en el modelo precautorio este riesgo no es más que una posibilidad que podría no darse jamás. Debido a este hecho se presenta el problema de la identificación de los riesgos.
Ewald sostiene que es probable que debido a una política de la precaución se frenen o supriman, por el solo temor de un riesgo eventual, innovaciones tecnológicas o sociales que pueden redituar en beneficios para la comunidad.

Las políticas de la precaución nacen en Alemania a mediados de los años setenta del pasado siglo en el marco de la discusión de políticas ambientales. Este principio pone en relación el valor de la certeza científica y los peligros que pueden acarrear fenómenos inciertos. No se instala una política de precaucion sobre la base de pruebas científicas sino de acuerdo a daños que “acaso” pueden llegar a producirse. Lo vimos en casos disímiles y extremos en la gripe porcina con la matanza de los chanchos en Egipto, con fenómenos que cita Ewald en tiempos de la vaca loca o, extendiendo el ejemplo a la política internacional, en las guerras preventivas.
Ewald adscribe este modelo de precaución a tiempos de catástrofes que van desde los tsunamis y las sequías hasta el terrorismo. La duda metódica de la filosofía cartesiana, que sienta los fundamentos de la certeza científica, se dilata en sus consecuencias y la ciencia en este contexto se interesa menos por los conocimientos que aporta que por las dudas que introduce.
Lo que obliga a una ética de la precaución que es sofística porque a cada razonamiento introduce un razonamiento contrario, y escéptica ya que suspende el juicio ante peligros hipotéticos.
Debido a esta dilatación de las consecuencias se hace necesario tomar decisiones sin todos los elementos analíticos disponibles y se llega a una doble negación: está excluido que no se excluya.
Los simuladores de desastres deben estar de este modo a la orden del día.

Pero no es por estos enunciados –que podrían irritar a los movimientos ecologistas– que Ewald ha sido insultado en el coloquio dedicado a su maestro Foucault, sino por la labor que hace años lleva en instituciones como el MEDEF (movimiento empresarial francés) y en la elaboración del proyecto PARE (plan de reingreso al mercado laboral). Ante el problema de la desocupación en Francia, que algunos consideran estructural e insoluble, Ewald participa del proyecto por el cual la cobranza del seguro estará supeditada a la actitud del desocupado ante la oferta laboral que le propongan las oficinas gubernamentales de colocación. Si rechaza ofertas por no considerarlas ajustadas a su oficio o por otras razones, le descontarán gradualmente el subsidio. La idea es evitar los efectos perversos de la situación abusada por quienes encuentran más beneficio en la condición de desocupado que en trabajos insuficientemente remunerados.
Ewald sostiene que el trabajo dignifica cualquiera que éste sea y que hay que promover una política social que cree interés e incite a trabajar cuando hay oportunidades. Se debe salir, según su entender, de la condición de pasividad que ofrece el asistencialismo, que no permite salir del círculo entre inactividad y pobreza.
Los foucaultianos lo insultan entonces por mejorar el modelo disciplinario para uso de los capitalistas.
Richard Sennet, autor de varios libros sobre la nueva cultura del capitalismo y de las penurias ocasionadas por la flexibilización laboral una vez abiertas las rejas de la vilipendiada jaula de hierro del capitalismo burocrático analizado por Max Weber, en el revés de la trama, critica el prejuicio que juzga la dependencia como mala. No es malo depender, dice, es malo no ayudar al que depende.

Foucault, por su parte, en una entrevista que le hace en 1980 el secretario general del sindicato socialista CFDT, Roberto Bono, acerca de la seguridad social, dice que en toda política asistencial hay que medir la justicia del reclamo y la autonomía de los individuos. Dice: “Lo que se debe alcanzar en toda política de seguridad social es que dé a cada uno posibilidad de autonomía en relación los peligros y situaciones que puedan inferiorizarlo o sujetarlo”.

*Filósofo (www. tomasabraham.com.ar).