Los argentinos están conviviendo con un período que bien podría denominarse “stand by”.
Un gobierno en funciones que ha perdido credibilidad, en cuanto a su presente y sobre todo su futuro posible (y más que probable), y un partido opositor triunfante en las elecciones del 11 de agosto, que sin legitimidad institucional se desplaza y es así percibido, como en el ejercicio del poder, a pesar de no haber sido electo ni menos aún, asumido.
No resulta ajena a esta sensación cercana a la anomia, el exacerbante proceso electoral, con el absurdo de tres elecciones nacionales en un lapso de pocos meses, y donde en la ya efectivizada (PASO) participaron los principales frentes, para convalidar una única oferta electoral. No obstante, a pesar de la inutilidad fáctica de las innecesarias primarias, a partir de su resultado se generaron consecuencias políticas de magnitud.
Una serie de factores contribuyeron a agravar la sensación de agobio de la población. Entre ellos, la persistencia de un proceso inflacionario con características virulentas, fogoneado por las últimas devaluaciones (en algún caso provocadas por las declaraciones del principal candidato opositor a poco de conocerse los resultados de las PASO).
Un dato no menor lo constituyó el índice sobre medición de la pobreza publicado por el Indec para el primer semestre del corriente año, que marcó un nivel récord para la actual gestión gubernamental, de 35.4%, que inevitablemente es comparado con el 29% que dejó en el año 2015 la saliente presidencia de Cristina Kirchner.
A su vez, la actitud de “ganar la calle” de distintos movimientos sociales determina una sensación de caos, especialmente en el área metropolitana, con las consecuentes dificultades de todo tipo para la población que debe desplazarse, como también la exacerbación de los reiterados movimientos de fuerza de los pilotos de la principal línea aérea, que genera la casi imposibilidad de planificar con certeza vuelos en el país.
El cúmulo de circunstancias reseñado se ve agravado por algunas señales relacionadas con el frente opositor, cuyas expresiones generan lógicas aprensiones:
. Movimientos piqueteros promoviendo expropiaciones de campos.
. Un ex director de la Biblioteca Nacional planteando una “revalorización” de los movimientos guerrilleros de la década del 70.
. El candidato presidencial opositor convalidando, de alguna forma, ciertas advertencias a la prensa libre.
. La candidata a vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, propiciando, y luego retractándose, una Conadep para la prensa.
. Distintas manifestaciones proclives a la modificación de la Constitución Nacional, entre ellas por parte de la candidata a vicepresidenta Cristina F. de Kirchner, sugiriendo la necesidad de un “nuevo orden”.
Todas expresiones que sumadas a los factores reseñados contribuyen a un estado de inmovilismo, a la espera de una real definición del marco político e institucional argentino, donde todo proyecto de emprendimiento o inversión ha quedado detenido.
En este panorama, el desafío para las fuerzas más democráticas debería ser construir una oposición unida, que pueda hacer frente en las legislaturas, a los intentos de excesos del eventual gobierno que parece avecinarse.
Objetivo que no aparece con suficiente claridad en el actual escenario.
La posible disgregación de la coalición gobernante en la actualidad determinaría la atomización de los partidos que la constituyen, y haría retroceder al mapa político argentino en décadas. Sería una muy mala noticia para los argentinos en conjunto.
*Economista (www.pablobroder.com.ar).