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Un plan bajo en el Planalto

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| Cedoc

Solo el aspecto ficcional de Brasilia podía funcionar como marco razonable para la asunción de Bolsonaro. Rampas ascendentes fatigosas cuyo recorrido es escoltado por guardias negros a los que nadie mira y que no importan, vestidos brillosos de primeras damas en estrictos colores pastel evangelista, trajes oscuros bajo el aplastante trópico insolente, funcionarios guarecidos a la sombra de aleros y puentes tal vez hechos ad hoc y tal vez a la que te criaste, carpinterías de aluminio recortadas sobre cemento brutalista abandonado. No es inhabitual que a la arquitectura se le achaquen muchos males de la tierra. Después de todo, es la señal más duradera de nuestro paso por el mundo como especie. Del trazado de Brasilia, donde he estado alguna vez como absorto pasajero, podrán decirse aún muchas más cosas en el larguísimo futuro. Pero empecemos por exponer su espíritu de travesura. ¿Cómo es posible –en un momento dado– imaginar el futuro todo junto y adaptar las necesidades urbanas (y humanas) a esa idea? Una idea es solo una idea y el futuro necesita de mil ideas en plena colisión.

A mí las asunciones sin plazas de Mayo me resultan fantasmales, cuentos de hadas mal contados. En Brasilia hace rato que no vive nadie más que el gobierno intermitente y un sinfín de servidores de este negocio, como el chofer del hijo de Jair al que ya le han encontrado extraños depósitos en su cuenta inexplicada. Brasil ofrece mil opciones amorosas con vista al mar, y la ciudad capital es el infierno de cemento, de orden futurista, de hundimiento del pasado. No es concebible fundar una ciudad donde no quede marca alguna de los que nos han precedido. En una linealidad donde falte el pasado, todo presente se convertirá en cómic y en parodia. Pero el Brasil me es desde todo punto de vista inexplicable y fracasé cada vez que quise comprenderlo.

También es cierto que la amable vecindad de nuestras lenguas está llena de false friends: palabras que queriendo decir una cosa en una lengua, en realidad significan lo contrario o algo más sutil en la de al lado. Por eso es arduo imaginar cómo será eso que esgrime Bolsonaro (y que es tan aplaudido por sus seguidores) de combatir la “ideología de género, conservando nuestros valores”. Todas las palabras son un lío. Lo de “ideología de género” es un error imperdonable que no merece por ahora mayor comentario. Pero el resto de la frase es igual de problemática. Habría que entender qué significa “conservar” en un contexto de prédica tan destructiva; a quién se refiere un presidente que gana con la oposición encarcelada al decir “nuestros” y por último, qué serían los “valores”.

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Los acontecimientos del mundo aparecen como ecos dispersos, pero generan rimas. La política, la publicidad y la poesía –con distintos propósitos– actualizan estas rimas y las exponen como pruebas de aquello que se quiere demostrar, con o sin saña. Porque dada una verdad determinada, estos ecos construirán las distorsiones que muestren la verdad como menos verdadera. Para estos ecos es muy importante escarbar en lo singular y exhibirlo como general: otra vez la política, la publicidad y la poesía. No dejo de pensar, por ejemplo, en la tragedia de Agustín Muñoz, el chico que a los 18 años se suicidó, en Bariloche, porque su mejor amiga, en un día de furia, lo denunció públicamente por violador. Era mentira. La denunciante le pidió perdón por el desliz. El respondió que la perdonaba y luego –debido a eso o a cualquier otra cosa– se mató. Una feminista recalcitrante festejó con un clic y dos o tres frases poco trabajadas en tuit, algo así como que una muerte inocente es un precio relativamente bajo si a cambio caerán todos los verdaderos violadores de este mundo. Una capa grosera de tristeza y de malentendido se cierne sobre todos: no estamos cuidando de nuestros queridos hijos; ni nosotros, ni ellos mismos ni el Estado. ¿Será a esto a lo que Bolsonaro gusta llamar “ideología de género”? ¿Y cuál sería esa ideología? ¿Y de qué género estamos hablando? Supongo que no se refiere el militar a la ideología unicista del género masculino, más o menos dominante, más o menos responsable de buena parte de las atrocidades de este mundo.