Me gusta cuando los escritores tienen algo para decir. En entrevistas, intervenciones, mesas redondas. Por supuesto que ese rasgo no recae valorativamente sobre su obra. Por dar un ejemplo máximo: del mejor escritor argentino contemporáneo –César Aira– no leí nunca una entrevista que me interesara. No obstante, los grandes escritores sí suelen tener discurso. Siguiendo con Aira, sus intervenciones polémicas de los 80 y 90 (como el artículo en Vigencia, o “El Test”, en Babel) o sus textos críticos de esos años (como los publicados en el Boletín del grupo de teoría literaria de la U.N.R. y por supuesto el Diccionario de autores latinoamericanos, quizás su obra maestra) fueron, además de extraordinarios, clave para legitimar su estética, abrir discusiones intelectuales e incluso para expandir un cierto modo personal de pensar y generar lecturas en torno a su propia obra. Luego Aira decidió adoptar un estilo público de Teletubbie, renuente a todo conflicto y afecto a una ironía a la que solo podemos acceder, en caso de que exista, en segundo, o mejor dicho, tercer o cuarto grado.
No leí aún M, novela de Eric Schierloh, recientemente publicada por Eterna Cadencia. Pero sí leí una entrevista que le hicieron en el blog de la misma entidad. Entrevista que se me hizo sumamente interesante, tanto –y sobre todo– por las respuestas del entrevistado, como por las preguntas y la forma en que conduce la conversación la entrevistadora, Valeria Tentoni. No hace falta estar de acuerdo con Schierloh. Tampoco es necesario estar en desacuerdo. Una entrevista a un escritor, a un intelectual, no debería servir para clasificar la experiencia en términos binarios. Me interesa porque me da a pensar, porque me pone en tensión, toca nudos problemáticos. Dice Schierloh: “No me gusta esa imagen de escritor de textos, el tipo que escribe un texto y se desvincula, casi completamente, de los procesos materiales del libro (…) publicar en Mondadori sería una contradicción flagrante para mí. Y además eso se presta después para juegos, como en el caso de Pron y el Premio Alfaguara: eso va en contra de una ética, para mí. Ganar el premio de Alfaguara un escritor que publica en el grupo... Todos los caminos conducen a eso, ¿no? A 175 mil euros y a comprarte un piso en Barcelona. Y yo ya tengo mi casa en City Bell, ¡para qué voy a ir ahí!”. A lo que Tentoni, con algo de ironía o tal vez de candor, agrega: “¡Qué suerte que tenés una casa tuya!”.
Y luego, más adelante Schierloh continúa: “Esto amerita una discusión en mayor profundidad. Estoy pensando en el grupo de Trabajadores de la palabra (…) Sueñan con un mundo un poco ideal donde vivan de las regalías, y ese mundo se terminó, a no ser que publiques en los grandes grupos (…) es un poco el reclamo de Trabajadores de la palabra. A mí no me gusta la idea del ‘trabajador de la palabra’, detesto la idea de ‘trabajador de la cultura’. Sí la de artesano”. Reparé en esos párrafos, pero bien podrían haber sido otros, ya sobre el involucramiento de los escritores en la hechura de los libros, ya sobre sus lecturas de escritores contemporáneos, ya sobre Melville, por supuesto. La entrevista está llena de momentos intensos, como es propio de alguien que usa a la entrevista como género para algo más que la trivialidad de contar de qué se trata su librito.