El 25 de noviembre se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, según lo dispuesto por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ideologizar la violencia después de los hechos ocurridos el sábado a causa de la final de la Libertadores, entre dos equipos de fútbol locales, no sé si es oportuno.
Barbarie exponencial que nos afecta a todos, hayamos estado o no in situ, porque las imágenes que los medios de comunicación monopolizaron durante 48 horas tienen que hacernos reflexionar como sociedad.
La viabilidad y la confiabilidad de un país dependen de su ciudadanía. Lejos de evaluar el impacto que esas imágenes tuvieron en el exterior, deberíamos pensar puertas adentro qué nos pasa como sociedad que somos capaces de ser testigos de estas miserias humanas sin inmutarnos. Apenas esbozamos unas quejas horrorizadas sentados frente al televisor, con la sola intención de saber si se juega o no la gran final.
Pareciera que, en la sociedad moderna, nos es difícil la construcción de vínculos sanos y afectivos. La pulsión de vida está adormecida en nuestro interior dejando escapar aquellos instintos que nos impulsan a la autodestrucción. Esos impulsos incontrolables que lastiman, en el goce de quien daña, por el simple hecho de sentir poder sobre el otro.
Muchos dirán que son una minoría. Puede ser. Pero esos pocos dominan las calles atemorizando hasta al más valiente, incapaz de detener tanta locura y tanto odio. Tanta irracionalidad es incomprensible. Ver a una mujer, madre o no de una niña que apenas tendría 8 años, poniendo bengalas alrededor de su cintura para poder sortear el control policial supera cualquier imaginación, hasta la más impensada. Una niña incapaz de protegerse del peligro a la que la exponía su propia madre. Crueldad absoluta.
La violencia se apoderó de los seres humanos. Ya no se trata de pobreza y de necesidades no satisfechas que, ciertamente, muchos padecen. Se trata de transgredir, de no respetar la ley, de sentir impunidad en una sociedad de zombies, sin rostros y sin alma.
Hablar de amor desnaturaliza. Hablar de violencia naturaliza una forma de vivir, de vincularnos con el otro. Es la forma que elegimos de comunicar un sinsentido, un no valor.
Apenas una final deportiva muestra ser quienes somos, capaces de convertir una fiesta en dolor y en vergüenza. Apenas una final deportiva refleja la decadencia moral de una sociedad que, lejos de evolucionar, se sumerge en los olores de la muerte y la desesperanza.
Así como hay unos pocos que hacen ruido, hay muchos más que, haciendo ruido silencioso, seguimos creyendo que hay otra forma de vivir: construyendo vínculos fuertes, abrazados a la esperanza que, cada uno desde su lugar, puede cambiar este mundo por otro mejor.
*Orientadora familiar y coordinadora del Centro Universitario de Orientación Familiar El Rocío de la Universidad Austral.