Sigo pensando que, aunque parezca paradójico, lo pequeño en la vida cotidiana expresa y explica mucho más que cualquier razonamiento ideológico lo que sucede en la vida cotidiana. Es el momento de ocuparse ahora de una de las tantas tragedias nacionales a las que regresamos una y otra vez, con el agravante de que hemos chocado varias veces con la misma piedra y seguimos siendo incapaces, o desprovistos de la voluntad y capacidad para transformar las condiciones de la realidad. Hablo, en este punto, de un fenómeno que ya parece serial: el de personas muertas, tras ser arrolladas por vehículos que circulan a gran velocidad, tras lo cual el homicida huye para ser, muy de vez en cuando detectado, y seguramente, nunca castigado.
Este es un caso emblemático de la situación moral decadente en la Argentina. Ha pasado, recientemente, con la muchacha atropellada a la altura del Aeroparque, en la Costanera, y que perdió su vida. De pura casualidad, el taxista fue individualizado, por el taller al que había llevado el taxi para hacerle los arreglos correspondientes, cuando se enteró el mecánico de que este taxista no había denunciado lo sucedido, y que, de hecho, ni siquiera se había detenido: había atropellado a la persona a la altura del Aeroparque –uno de los lugares más peligrosos de la Ciudad de Buenos Aires– y siguió de largo. No es el primer caso: los medios hoy están repletos de antecedentes que hablan de una actitud, en el mejor de los casos, de absoluto desprecio por la vida.
Este episodio – y acá está, a mi juicio, lo verdaderamente trascendente - va de la mano de una auténtica calamidad judicial argentina, de la que debo decir, con enorme dolor, son cómplices los jueces que se siguen plegando a esa situación sin intentar modificarla. Cuando una persona es atropellada por un vehículo cuyo conductor huye, eso no implica agravante de ninguna naturaleza. La Justicia argentina sigue operando con una absoluta falta de convicción en el valor de la vida y en la necesidad de llamar delito a lo que es un delito. Es así como estos casos terminan con la excarcelación de los homicidas.
¿Qué se advierte en este mecanismo perverso de la sociedad argentina ante esta película de terror, homicidios que se van sucediendo sin que haya, ni siquiera, el más elemental intento de condigno castigo de la ley? Advierto, por de pronto, un estado de negligencia absoluta en los actores de estos episodios, y en los que desde el poder de policía o desde el poder del Gobierno de la Ciudad deberían ser inflexibles en llevar adelante una agenda que termine estableciendo que hay determinado tipo de cosas no pueden ni deben ser toleradas. Es una negligencia que también me dan ganas de llamar blandura. Una blandura ante episodios irresponsablemente subestimados según el criterio de que no son asuntos tan graves: lo mató o la mató no porque se propuso, no es un criminal, fue un accidente. Pero incluso cuando este episodio, ya de por sí deleznable, se asocia con la fuga tras el homicidio, y la persona que cometió el atropello ni siquiera tuvo la entereza moral de detenerse para socorrer a la víctima, también ahí la Justicia está lista para explicar y justificar todo.
Hay, claro, acá, además, pereza, un mal argentino. Hay pereza y facilismo en los jueces y en los funcionarios. Todo esto aderezado por una fuerte cuota de relativismo moral. Total, ¿qué importa? Es una vida menos. Esto consagra, claro, la impunidad. Y además, la comodidad de quienes deberían tomar cartas en estos asuntos para que la Argentina se asociara a la comunidad civilizada para la cual atropellar y huir es un crimen grave.
Hay una enorme cuota de inconsciencia en conductores de diferentes tipos de vehículos, (taxis, colectivos, camioneros, particulares), y además una formidable incompetencia de quienes desde la condición de funcionarios públicos deberían asumir la gravedad de estos hechos ya mismo, esta misma noche, sin esperar hasta mañana.
Hace mucho tiempo que vengo diciendo en Esto que Pasaque la dársena que se abre a la derecha de la Avenida Costanera para iniciar el giro izquierda, cuando la flecha sí lo permite al Aeroparque, es una verdadera calamidad y un caso espectacular de mala praxis gubernamental e inconsciencia civil de parte de las autoridades del ramo, la Subsecretaria de Transporte y Transporte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En violación de las señales de no estacionar con dos rayas cruzadas, esa dársena está siempre ocupada con autos estacionados, por lo cual los taxis que quieren “ahorrar tiempo” frenan sobre la Costanera en Aeroparque, a la altura de dársena y hacen un violento giro en U, riesgoso y enloquecido.
Aparentemente, para las autoridades de la Subsecretaría de Transporte y Tránsito, esto nunca llegó a ser algo tan grave. Y aún cuando recuerdo, en este mismo programa, en esta misma radio, al titular de esa Subsecretaría de Transporte y Tránsito, Guillermo Dietrich, anunciándome que esa situación se iba a solucionar, esa situación no se ha solucionado. Por el contrario, esa dársena, junto a la cual jamás vi a un agente de tránsito, es una invitación al crimen, una invitación al homicidio, una muestra de absoluto desinterés por la vida.
Desde luego, el remedio frontal vendrá desde la ley. La Argentina tiene que promulgar, y la Ciudad de Buenos Aires tiene que hacerlo a nivel de Legislatura, las medidas correspondientes que terminen tipificando este fenómeno ya serial, atropellar, matar y huir, como crimen no excarcelable que reviste toda la gravedad que sus palabras indican.
Mientras tanto, seguiremos jugando entre nosotros, con la negligencia, la impunidad, la comodidad, la blandura, la pereza, la inconsciencia, el relativismo moral y la incompetencia habituales. Una manera de seguir diciendo, aunque les parezca mentira, y es muy doloroso pronunciarlo: “Viva la muerte”.
(*) Editorial emitido en Radio Mitre, el lunes 28 de julio de 2014.