Aunque los gobiernos autoritarios de Nicaragua, Venezuela, Haití, El Salvador y Cuba tienen distintas lógicas, se identifican en la falta de respeto por las instituciones, los derechos humanos, la alternabilidad, la democracia.
Nicaragua y Venezuela son herederas de la política patrimonialista, en la que no se distingue la propiedad de los gobernantes de la del Estado. Los dictadores repartían honores, grados militares y dinero entre amigos y parientes, se eternizaban en el poder y fundaban dinastías. Eso no ocurrió nunca en México, ni en Sudamérica, con la excepción de Argentina.
Dominicana. El símbolo de esta política fue Rafael Leónidas Trujillo, que gobernó la República Dominicana desde 1930 hasta que fue asesinado en 1961. La de Trujillo fue una de las tiranías más sangrientas del continente, signada por el anticomunismo, el culto a la personalidad, la represión a la oposición, la persecución a la prensa independiente. El generalísimo donó mucho dinero a la Iglesia Católica con lo que, a pesar de sus crímenes, el arzobispo lo condecoró con la Orden Hierosolimitana del Santo Sepulcro y el papa con la Gran Cruz de la Orden Piana.
Trujillo encabezó una de las dictaduras más sangrientas de América
Cuando visitó España, lució uniformes vistosos que opacaron al Caudillo por la Gracia de Dios. Pidió que le concedieran un título de nobleza, pero solo logró que Franco aparezca en las fotos riéndose de su figura.
Cuando intentó asesinar al presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, fue eliminado por la CIA. Era demasiado. Era el tiempo en que Estados Unidos intervenía abiertamente en las “repúblicas bananeras” de Centroamérica, cosa que nunca ocurrió en Sudamérica y se invirtió en Norteamérica cuando Pancho Villa invadió Estados Unidos en 1916.
Nicaragua. Nicaragua tiene una antigua tradición de dictaduras militares, interrumpida en el tiempo contemporáneo solamente por el gobierno de Violeta Chamorro.
Tachito Somoza fue el tercer y último miembro de una dinastía que gobernó el país desde 1937 hasta 1979. Fue nombrado presidente cuando murió su hermano, en 1967, y enfrentó a la guerrilla sandinista que lo derribó en 1979. Cuando cayó, la fortuna de Somoza ascendía a mil millones de dólares. Huyó a Paraguay, donde fue asesinado por un comando sandinista.
Los sandinistas surgieron como una guerrilla de izquierda que pretendía acabar con la dictadura. Su nombre invoca a Agusto Sandino, revolucionario que combatió contra la ocupación estadounidense de Nicaragua que terminó en 1933. Cuando se retiraron los marines se creó por consenso la Guardia Nacional, cuyo comandante en jefe fue Anastasio Somoza, el abuelo de Tachito, que mandó a matar a Sandino e instauró su dinastía.
Cuando apareció el sandinismo, algunos intelectuales y personajes de Nicaragua lo apoyaron, identificándolo con una utopía forjada por el cura trapense y poeta Ernesto Cardenal. Tuve la suerte de conocerlo. Era una persona idealista que entusiasmaba con la descripción de Siolentiname, una isla en la que había fundado una comunidad casi monástica de pescadores y artistas primitivistas, el germen de una sociedad que quería implantar Cardenal fue ministro de Cultura del gobierno sandinista, y cuando el papa Juan Pablo II visitó Nicaragua lo recibió arrodillado en la recepción oficial. Wojtyła lo reprendió y lo señaló con el dedo índice, por formar parte del gobierno anfitrión de la reunión. La foto se convirtió en un símbolo del enfrentamiento de Juan Pablo II con las ideas de izquierda. Al año siguiente el papa lo suspendió a divinis, por lo que no pudo administrar los sacramentos hasta que fue restablecido en sus funciones sacerdotales por el papa Francisco en 2019.
Desde 1987 Cardenal se alejó de un sandinismo que se convirtió en una dictadura patrimonialista. El sandinismo no le perdonó a Cardenal que criticara su corrupción, y cuando murió sus militantes profanaron la misa de exequias insultando al obispo Rolando Álvarez, y atacando a los concurrentes al concluir la ceremonia.
Daniel Ortega pasó de combatir a Somoza a ser su heredero intelectual. Al fin de su primer gobierno compró en cien dólares la mansión que la revolución le había incautado a Jaime Morales Carazo, oligarca y colaborador del gobierno de Somoza. Hicieron las paces en 2006 cuando intercambiaron la casa por la candidata a la vicepresidencia de la República.
Con el tiempo Ortega se apropió de otras propiedades aledañas y construyó El Carmen, residencia de la familia, despacho presidencial y sede de la Secretaría Nacional del Frente Sandinista.
Residen allí varios de sus ocho hijos, altos funcionarios del gobierno que controlan el petróleo, los canales de televisión y compañías de publicidad que reciben enormes contratos estatales. Son los multimillonarios del segundo país más pobre del continente, que han hecho su fortuna a la sombra del poder. La única que no comparte esta fortuna es la novena hija, Zoilamérica, que denunció a Ortega por abuso sexual en 1998 y tuvo que exiliarse.
Quien gobierna es la vicepresidenta Rosario María Murillo, poetisa, bruja y militante. Dice adorar a Jesús recién nacido, a la Virgen María, a Sai Baba y organiza congresos internacionales de brujos. Para ella los héroes del Frente Sandinista y líderes como Hugo Chávez y Fidel Castro no han muerto, sino que “pasaron a otro plano de vida” para guiar los procesos revolucionarios.
Cuando se ve lo que ha quedado de la revolución sandinista vale preguntarse ¿para qué sirvió? Después de cuarenta años Nicaragua es el segundo país más pobre del continente después de Haití. La mayoría de los habitantes quiere irse, son parte de las columnas de centroamericanos que tratan de cruzar la frontera y establecerse en el capitalismo fracasado. Los únicos que salieron aventajados con la revolución son los miembros de una familia corrupta, dedicada a la magia, que posee una de las fortunas más grandes del continente. ¿Tiene sentido que algunos idealistas la defiendan?
Haití. Haití fue el primer país latinoamericano que se independizó en 1804, y también el más pobre. A diferencia de su vecina Cuba, que fue un país próspero al que los europeos venían a “hacer la América” hasta 1930, Haití fue siempre paupérrimo, sin instituciones, azotado por desastres naturales, golpes militares y tiranos irracionales. Tiene el triste récord de ser el único país de América en el que nadie está vacunado contra el covid porque el gobierno ha rechazado todas las donaciones de vacunas que se le han hecho.
En 1957 asumió el poder François Duvalier, más conocido como Papa Doc, que tras trece años en el poder nombró sucesor a su hijo, Jean-Claude, conocido como Baby Doc. El médico, inicialmente católico y miembro del Partido Comunista, se sumergió progresivamente en el vudú, una religión africana extendida en los sectores populares negros.
Duvalier fomentó la lucha de los negros con los mulatos, a los que acusó de ser oligarcas; para ser más popular se convirtió en hougan (sacerdote vudú). Esto no impidió que pactara con la Iglesia Católica firmando un concordato por el que el Vaticano le concedió la potestad de nombrar obispos y párrocos de su país.
La prioridad de su gobierno fue la lucha contra la delincuencia. Creó una policía propia conocida como los “tonton macoutes”, integrada por delincuentes disciplinados, fieles a su líder. Imbuidas de las creencias del vudú, estas milicias estaban convencidas de que cumplían una misión superior y de que contaban con el apoyo de los insectos del país, que también obedecían a Duvalier.
Papa Doc resolvió que lo suceda su hijo Jean-Claude. Resultó ser un joven bastante bobo, sin ninguna instrucción, más interesado en los coches deportivos que en la política. Después de 15 años de gobernar Haití en medio de escándalos, Baby Doc tuvo que dimitir. Varios países le negaron el asilo, y finalmente se instaló en un elegante apartamento en la Costa Azul.
Lo que dejó la revolución sandinista lleva a preguntarse: ¿para qué sirvió?
Según parece se llevó 1.200 millones de dólares, buena parte de estos en ataúdes que llevó al exilio. En pocos años gastó todo y se lo vio mendigando en el metro de París. Duvalier impuso una Constitución que está vigente.
La semana pasada el presidente Jovenel Moïse fue asesinado en su residencia.
El personaje se había autoprorrogado el período presidencial por un año y pretendía eternizarse en el poder. En los últimos meses gobernó por decreto, tras suspender a toda la Cámara de Diputados, a los dos tercios del Senado que no le obedecían y a todos los alcaldes del país. Mientras tanto, el hambre, la pobreza y los cortes de luz diarios siguieron hundiendo a Haití en el caos.
Aunque los autores materiales del asesinato fueron colombianos, está claro que fue mentalizado por seguidores del vudú. Además de los numerosos impactos de bala que Jovenel tenía en el cuerpo, le habían extirpado los ojos. Es la forma en que los asesinos creyentes del vudú impiden que la víctima los persiga.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.