La ciudadanía celebró el Día del Padre respetando la cuarentena y durante los últimos cuatro meses muchos festejaron su cumpleaños sin romper el aislamiento social. Pero ahora resulta que viene el Día del Amigo y por poco no tienen que convocar a la Gendarmería, al Ejército, a la OTAN y a los Avengers para que no se junten en las casas a comer asado, tomar fernet ni hacer trencitos mientras suena a todo volumen “Dale vieja dale”. Un funcionario de seguridad me contó que estaban estudiando la posibilidad de enviar drones que disparen dardos y pinchen las botellas cortadas, en las que se puedan llegar a compartir sangrías, pritiados y cualquier otro tipo de brebajes.
La fecha del 20 de julio siempre ha estado enmarcada por sentimientos de camaradería y por la necesidad de honrar la amistad como un compromiso afectivo incomparable. Sin embargo, esta vez la jornada de mañana representa el mayor desafío que han enfrentado los equipos de salud y las fuerzas del orden de todo el país; en el Poder Ejecutivo le temen al Día del Amigo más que a la voracidad de los fondos buitre. Entre otras cosas, tienen miedo de que en los controles de tránsito, quienes vengan de alguna fiesta clandestina intenten soplar la pistola para tomar la temperatura, creyendo que es la pipeta de la alcoholemia.
Lo concreto es que, mientras la economía sigue al rojo vivo y la curva de contagios que no se achata ni dándole con el chipote chillón, los gobiernos tienen que destinar recursos e infraestructura para que los amigos visibles no se expongan al enemigo invisible, después de abrazarse más veces que un tanguero a los rencores. “Si no paramos esto, el 1 de agosto en vez de caña con ruda vamos a tener que tomar cloroquina mezclada con cola de quirquincho y el puré de espinaca de Popeye”, me confesó un empleado jerárquico del área de salud que estaba planificando el armado de hospitales de campaña en el Monumental Sargento Cabral, en el club house de un barrio privado y hasta en el patio de comidas de los shoppings.
Y con respecto a la declaración de la emergencia en el sistema de transporte en colectivos de la ciudad, mi sugerencia es que se extienda a todos los medios de traslado y listo. Como no hay ómnibus, la gente se desplaza en auto o en moto y el tránsito se ha vuelto imposible. Las calles están cerradas por reordenamiento vehicular, por bacheo, por cloacas, por marchas o porque hay excombatientes que protestan contra los colores con que han pintado los cordones de las veredas. Así, por más que se liberen actividades, habrá que quedarse en la casa porque salir será más difícil que cobrar el IFE.
En un país al borde de la quiebra, como si con una grieta no tuviésemos suficiente, ahora a su vez el Frente de Todos y Cambiemos se han subdividido cada cual entre halcones y palomas, que andan a los picotazos como pollo en un balde de pochoclo. Desde el PRO acusan a Horacio Rodríguez Larreta de estar más próximo a Alberto Fernández que a Mauricio Macri, algo que es lógico porque la CABA está más cerca de Olivos que de Asunción del Paraguay. Y Víctor Hugo Morales le reclamó al presidente por las marchas y contramarchas de su gestión, lo que suscitó comentarios socarrones en ámbitos oficiales, como quienes sugirieron que el relator uruguayo más que “barrilete cósmico” ya entra en la categoría de “veleta”.
En la provincia, el gobernador Juan Schiaretti puso su mejor cara de enojo para retar a los que incumplen los protocolos sanitarios y desde el COE anunciaron que, a partir de ahora, aquellos que estén contagiados deberán pasar la cuarentena alojados fuera de sus casas. Algunos dirigentes deportivos cercanos al Chiqui Tapia que contrajeron Covid-19, habrían exigido hospedarse en hoteles cinco estrellas con sauna, hidromasaje y derecho a realizar un casting de enfermeras. “Queremos elegir quién va a hisoparnos. No vaya a ser que nos pase como a Maradona en el mundial de Estados Unidos”, habría dicho uno de ellos mientras cargaba el balde de champán en la ambulancia.